Miseria del centrismo: claroscuro de una ruptura en la UJCE
En junio, el Comité Central del Partido Comunista de España resolvía la expulsión en bloque de la dirección de la UJCE, su organización juvenil de referencia, por organizar un Congreso Extraordinario donde debatir sobre la estrategia para reconstruir el Partido Comunista en el contexto actual de derrota del proyecto revolucionario. La Juve respondía en bloque con la desobediencia, continuando el Congreso bajo la misma dirección.
Poco después, en septiembre, el PCE movía ficha presentando un nuevo aparato burocrático bajo las siglas de la UJCE, formado por un puñado de personas de aquellas que entienden el comunismo como una carrera profesional y, por tanto, están cómodas con el mercadeo de plazas de liberado siempre y cuando sean las beneficiarias. Para el PCE, pues, su «escuela de cuadros» poco tiene que ver con el proceso real de práctica y debate políticos de la militancia que forma parte; se trata más bien de un aparato para el relevo y continuidad de un partido de orden y, por eso, ante la crítica interna, es preferible entonar un «san volvemos» y poner un triste espantajo donde no quedan militantes convencidos, con la esperanza de nutrirse en poco tiempo de los hijos más trepadores y oportunistas de una clase media que tiene cada vez menos opciones para su preservación. Pero, dejando a un lado este títere tragicómico, decíamos que la militancia de la UJCE continuó con el Congreso, donde se diferenciaban dos líneas, ambas críticas con el PCE oficialista, ambas compartiendo aparentemente el objetivo de «reconstrucción del Partido Comunista». No es el único punto de coincidencia discursiva: hemos visto ambas líneas haciendo una lectura de la coyuntura de derrota del proyecto comunista, reivindicando la necesidad de la independencia política del proletariado y de la ruptura con la burguesía y llamando a la unificación de los destacamentos comunistas. Por quien no ha seguido de cerca los debates, están dados todos los ingredientes para pensar que las diferencias reales no son grandes y que el Congreso se corresponde con el espíritu habitual de las escisiones de la izquierda, donde los intereses en juego tienen más de personalismo y de identitismo que de proyecto político. Por el contrario, nos encontramos frente a dos líneas esencialmente antagónicas que, como viene siendo habitual en los procesos de ruptura, hacen uso de unos términos comunes que apelan a las preocupaciones de una militancia crítica con la bancarrota del proyecto que venía alimentando ( «reconstrucción», «independencia», «ruptura», «unificación»).
El proceso de ruptura es el proceso de clarificación y delimitación de las concepciones de cada línea: una con la intención desacomplejada de romper la inercia cómplice de la barbarie, la otra con la tendencia centrista de conciliar con los prejuicios, sentimientos y miedos que existen en la derrota. Es así que esta última ha combinado la terminología rupturista con los viejos confiables: un supuesto leninismo que, lejos de actualizar el contenido revolucionario de la estrategia bolchevique, pretende importarla osificada y ensimismada del contexto donde tenía razón de ser; y el paraguas protector de unas siglas que prometen la seguridad y la estabilidad de las subvenciones, cargos, nepotismo y poltronas. Como resultado del Congreso, al menos un 51% de la organización abandona sus siglas e inicia un proceso de debate y unificación con el Movimiento Socialista. Por esta mayoría de la militancia, la ruptura con la burguesía significa la ruptura con los mecanismos de integración de las capas medias en el Estado capitalista a partir de aparatos de encuadre como la propia UJCE. Reconstruir al Partido Comunista significa vencer el estado de derrota en el que se encuentra la clase trabajadora para volver a constituirnos en un sujeto revolucionario, en un poder colectivo con capacidad de disputar a la burguesía la organización social. En cambio, para la línea centrista que mantiene las siglas, lo que está en juego no es la reconstrucción de un poder propio de la clase, sino la de un aparato burocrático que perpetúa la derrota y que de rojo no tiene nada. más que la sangre proletaria que se derrama día a día, desde Melilla hasta Gaza. Para la línea centrista, por encima de todo está la unidad, que ante todo debería ser ideológica. En cambio, la respuesta del PCE ante el propio debate —compuesta por la expulsión de los críticos, la apertura de expedientes sancionadores y la erección de la nueva UJCE-espantall— ya apunta que esta supuesta unidad esconde represión contra cualquiera atreva a intentar organizar los intereses revolucionarios del proletariado. La unidad, pues, sólo puede construirse en torno a un programa comunista que, para existir, requiere un proceso de lucha ideológica y clarificación estratégica, proceso que sólo desde una posición idealista podría entenderse como indiferente ante las condiciones organizativas bajo las que se desarrolla. Por el contrario, este proceso impone la ruptura política con la socialdemocracia y los partidos del orden. La ruptura política real, llegados a cierto punto, sólo puede avanzar y consolidarse a través de la escisión organizativa, que no es su consumación sino una mediación necesaria que establece las condiciones de mínimos para la continuación de la lucha ideológica.
Como señala la mayoría organizada bajo la nueva y transitoria UJC, «la ruptura no se enuncia: se construye». La militancia del MS entiende como propia esta proclama y saluda a la UJC desde la ilusión por el proceso de debate y construcción de la unidad comunista que nos espera durante los próximos meses. Con la responsabilidad de avanzar colectivamente, saludamos a los jóvenes militantes que, ante la derrota y la crisis, ante las promesas de sillas y sueldos, han decidido levantarse y luchar.
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Misèria del centrisme: clarobscur d’una ruptura a la UJCE
Al juny, el Comitè Central del Partit Comunista d’Espanya resolia l’expulsió en bloc de la direcció de la UJCE, la seva organització juvenil de referència, per organitzar un Congrés Extraordinari on debatre sobre l’estratègia per a reconstruir el Partit Comunista en el context actual de derrota del projecte revolucionari. La «Juve» responia en bloc amb la desobediència, continuant el Congrés sota la mateixa direcció.
Poc després, al setembre, el PCE movia fitxa presentant un nou aparell burocràtic sota les sigles de la UJCE, format per un grapat de persones d’aquelles que entenen el comunisme com una carrera professional i, per tant, estan còmodes amb el mercadeig de places d’alliberat sempre i quan en siguin les beneficiàries. Per al PCE, doncs, la seva «escola de quadres» té poc a veure amb el procés real de pràctica i debat polítics de la militància que en forma part; es tracta més aviat d’un aparell per al relleu i continuïtat d’un partit d’ordre i, és per això que, davant la crítica interna, és preferible entonar un «sant tornem-hi» i posar un trist espantall allà on no queden militants convençuts, amb l’esperança de nodrir-se en poc temps dels fills més grimpaires i oportunistes d’una classe mitjana que té cada vegada menys opcions per a la seva preservació. Però, deixant de banda aquesta titella tragicòmica, dèiem que la militància de la UJCE va continuar amb el Congrés, on es diferenciaven dues línies, ambdues crítiques amb el PCE oficialista, ambdues compartint aparentment l’objectiu de «reconstrucció del Partit Comunista». No és l’únic punt de coincidència discursiva: hem vist les dues línies fent una lectura de la conjuntura de derrota del projecte comunista, reivindicant la necessitat de la independència política del proletariat i de la ruptura amb la burgesia i cridant a la unificació dels destacaments comunistes. Per qui no ha seguit de prop els debats, estan donats tots els ingredients per a pensar que les diferències reals no són grans i que el Congrés es correspon amb l’esperit habitual de les escissions de l’esquerra, on els interessos en joc tenen més de personalisme i d’identitarisme que no pas de projecte polític. Per contra, ens trobem enfront de dues línies essencialment antagòniques que, com és habitual en els processos de ruptura, fan ús d’uns termes comuns que apel·len a les preocupacions d’una militància crítica amb la bancarrota del projecte que venia alimentant («reconstrucció», «independència», «ruptura», «unificació»).
El procés de ruptura és el procés de clarificació i delimitació de les concepcions de cada línia: una amb la intenció desacomplexada de trencar la inèrcia còmplice de la barbàrie, l’altra amb la tendència centrista de conciliar amb els prejudicis, sentirs i pors que existeixen en la derrota. És així que aquesta última ha combinat la terminologia rupturista amb els vells confiables: un suposat leninisme que, lluny d’actualitzar el contingut revolucionari de l’estratègia bolxevic, pretén importar-la ossificada i abstreta del context on tenia raó de ser; i el paraigua protector d’unes sigles que prometen la seguretat i l’estabilitat de les subvencions, els càrrecs, el nepotisme i les poltrones. Com a resultat del Congrés, com a mínim un 51% de l’organització abandona les sigles i inicia un procés de debat i unificació amb el Moviment Socialista. Per aquesta majoria de la militància, la ruptura amb la burgesia vol dir la ruptura amb els mecanismes d’integració de les capes mitjanes a l’Estat capitalista a partir d’aparells d’enquadrament com la mateixa UJCE. Reconstruir el Partit Comunista vol dir vèncer l’estat de derrota en què es troba la classe treballadora per a tornar a constituir-nos en un subjecte revolucionari, en un poder col·lectiu amb capacitat de disputar a la burgesia l’organització social. En canvi, per a la línia centrista que manté les sigles, el que està en joc no és la reconstrucció d’un poder propi de la classe, sinó la d’un aparell burocràtic que perpetua la derrota i que de roig no en té res més que la sang proletària que vessa dia a dia, des de Melilla fins a Gaza. Per a la línia centrista, per sobre de tot hi ha la unitat, que abans de res hauria de ser ideològica. En canvi, la resposta del PCE davant el debat mateix —composta per l’expulsió dels crítics, l’obertura d’expedients sancionadors i l’erecció de la nova UJCE-espantall— ja apunta que aquesta suposada unitat amaga repressió contra qualsevol que s’atreveixi a intentar organitzar els interessos revolucionaris del proletariat. La unitat, doncs, només es pot construir al voltant d’un programa comunista que, per tal d’existir, requereix un procés de lluita ideològica i clarificació estratègica, procés que sols des d’una posició idealista es podria entendre com a indiferent davant les condicions organitzatives sota les quals es desenvolupa. Contràriament, aquest procés imposa la ruptura política amb la socialdemocràcia i els partits de l’ordre. La ruptura política real, arribats a un cert punt, només pot avançar i consolidar-se a través de l’escissió organitzativa, que no n’és la consumació sinó una mediació necessària que estableix les condicions de mínims per a la continuació de la lluita ideològica.
Com assenyala la majoria organitzada sota la nova i transitòria UJC, «la ruptura no s’enuncia: es construeix». La militància del MS entén com a pròpia aquesta proclama i saluda la UJC des de la il·lusió pel procés de debat i construcció de la unitat comunista que ens espera durant els propers mesos. Amb la responsabilitat d’avançar col·lectivament, saludem els joves militants que, davant la derrota i la crisi, davant les promeses de cadires i sous, han decidit alçar-se i lluitar.
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