El ‘¿Qué hacer?’ (1902) fue un folleto donde Lenin abordó problemas de teoría, política y organización de la socialdemocracia revolucionaria rusa. Pero esta vez me gustaría presentar el libro desde un enfoque algo distinto del habitual.
Hacia el final de su primer capítulo Lenin expone una de las tesis centrales del libro. La manera de ilustrarla es, sin embargo, un tanto extraña. Habla de situarse a la vanguardia, pero lo ejemplifica con referencias a revolucionarios pasados, literatura rusa…
Vayamos con algo de contexto. En un artículo publicado en Iskra en 1902, que Lenin reproduce parcialmente en ‘La enfermedad infantil’ —en 1920, con los bolcheviques ya en el poder—, Kautsky observa el desplazamiento del centro de gravedad revolucionario de Alemania hacia Rusia.
Esta idea no era ni mucho menos nueva. Varias décadas atrás Engels hablaba de Rusia como una nación a la que le esperaba su inminente ‘1789’ y, por consiguiente, y con toda probabilidad, también su ‘1793’.
Por su parte, Marx veía la emancipación de los esclavos en Estados Unidos y la emancipación de los siervos en Rusia como los fenómenos de mayor impacto histórico de la época. En 1870 «empezó a estudiar ruso como si fuera una cuestión de vida o muerte», dijo Jenny, su mujer.
Había mimbres que hacían pensar que Rusia podía ser la vanguardia de la revolución en Europa. «Y cuando la fiesta empiece en Rusia —dice Engels— entonces hurra! La lava rusa fluirá a occidente». August Nimtz dedica todo un apartado de su libro a explicar este proceso.
Pero volvamos a la cita inicial de Lenin. Para justificar su tesis, Lenin trae a colación un extenso fragmento de Engels. Su idea es clara: sólo sobre la base de una cultura intelectual rica y desarrollada pudo el proletariado alemán situarse a la cabeza del movimiento socialista.
Pero el «espíritu del mundo» parecía estar moviéndose al este. Y si el socialismo es una forma civilizatoria superior, la conciencia socialista es una que contempla el desarrollo civilizatorio en su conjunto. Lo lógico, entonces, era fijarse qué expresiones de la cultura rusa encarnaban este potencial histórico. Lenin destaca dos. Primero, las generaciones de revolucionarios provenientes del populismo que encendieron la llama de la lucha por la libertad en Rusia durante todo el siglo XIX. El bolchevismo es en buena medida heredero de esta tradición.
Por otro lado, la literatura, que se hizo cargo de dar forma a las tensiones propias de una sociedad en pleno proceso de modernización. Literatura y política se entrecruzaban, en algunos casos hasta el punto de llegar a confundirse.
Es aquí donde el título de la obra de Lenin se entiende como algo más que un simple guiño. El ‘¿Qué hacer?’ replica el título de una novela de Chernishevski. Y así como Engels puede hablar de un filósofo como precursor imprescindible del socialismo marxista, Lenin incluye un literato entre los «precursores de la socialdemocracia rusa» (sic). Una novela había creado revolucionarios más firmes, más entregados y voluntariosos que muchos manifiestos políticos. Lenin, sobra decirlo, quedó fascinado al leerla.
El punto de Lenin es el siguiente: las distintas expresiones de la cultura rusa ya exponen, inconscientemente, la necesidad de resolver ciertas tareas históricas. Pero para resolverlas hace falta darles una forma consciente acabada.
Esa forma es justamente el partido revolucionario de masas, guiado por la teoría marxista. Lenin no pretende otra cosa que llevar las potencias latentes en los problemas objetivamente impuestos por la historia a su autoconciencia. Paréntesis para recomendar este otro libro: ¿Qué hacer?
En 1902 Lenin formuló los hitos que llevarían al proletariado ruso a la vanguardia de la lucha por la libertad. En 1917 Rusia inaugura una nueva etapa de la historia universal, cuyas consecuencias, de una profundidad sin precedentes, todavía no hemos terminado de asimilar.