Desde el principio del conflicto los países occidentales trataron de contener financieramente a Rusia. Confiscación de activos o congelamiento de cuentas, así como el veto al petróleo o gas ruso o expulsión de grandes organismos o territorios han sido algunas de las medidas que tomaron. Y a corto plazo funcionó. Se trataba de una batalla financiera con el Kremlin, de una guerra económica encubierta -puesto que Occidente siempre trató de no utilizar ese término-.
Pero… según cifras del propio FMI, la economía rusa creció más rápido que todo el G7 el año pasado y volverá a hacerlo en 2024. Así, el informe destaca que la fortaleza económica de Moscú es muy importante, pues mejoró su previsión de crecimiento del 1,1% al 2,6%. Algo que constataba las palabras de Putin en una entrevista a medios rusos, en la que relataba que «Rusia es la economía de más rápido crecimiento en Europa».
Y encima los BRICS, que han superado al G7 en PIB antes de lo previsto -se pensaba que sería para 2050 y ha tenido lugar este 2024-, lo que hace pensar a los economistas sobre un cambio del Orden Económico Mundial. Destacando el rápido desarrollo de India y China, este repunte ha promovido un modelo económico alternativo que ha buscado reducir la dependencia global del dólar estadounidense.
La realidad es que también en el campo económico Moscú ha sabido desgastar tanto a Ucrania como a su aliados otanicos, pese a que desde el primer día la maquinaria de propaganda occidental nos decía que en unos meses Rusia estaría acabada militar y económicamente, incluso se publicó que Putin tenía cáncer y que le quedaba semanas de vida. Volvieron a mentir, como siempre.