En un cuarto de siglo, el precio del metal amarillo se ha multiplicado por diez. Si bien la naturaleza errática de los mercados financieros impide descartar una próxima caída del precio de la onza, las compras masivas de los bancos centrales, especialmente los de los países del Sur, sostienen los precios. En el trasfondo se perfila la perspectiva de un declive definitivo del dólar estadounidense.
A mediados de febrero, los actores del mercado mundial del oro se preguntan: ¿caerá bruscamente el precio de la onza (31,104 gramos), que entonces oscilaba en torno a los 2800 dólares (2685 euros), o, por el contrario, logrará superar la barrera simbólica de los 3000 dólares? Para quien quiera especular o proteger sus ahorros, formular una respuesta requiere, como siempre, tomar en cuenta los mismos factores de evaluación. ¿Se está deteriorando la situación geopolítica desde el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (factor alcista)? ¿Está subiendo el valor del dólar (factor bajista)? ¿Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed), está preparando una subida de los tipos de interés (factor bajista)? Las dudas aumentan aún más si recordamos que hace un año el metal amarillo cotizaba a solo 1947 dólares la onza, lo que supone una subida del 44%. En realidad, más allá de los augurios del mercado, lo que hay que considerar ahora es todo lo que está en juego a nivel global alrededor de la “reliquia bárbara”, como la calificaba despectivamente en su día el economista John Maynard Keynes.
Hasta hace poco, el metal precioso se consideraba un valor refugio en un contexto mundial inestable o en una coyuntura bursátil turbulenta. Un ejemplo emblemático resume por sí solo esta verdad de los mercados: a principios de la década de 2000, la onza estaba estancada en torno a los 280 dólares. Era la época en la que solo se hablaba de la “nueva economía” y en la que las empresas “punto.com” se disparaban en bolsa. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos cambiaron las tornas. A medida que se fueron sucediendo las guerras (Afganistán, Irak) y los atentados, el oro fue batiendo récord tras récord hasta alcanzar sus niveles actuales. Sin embargo, en los últimos años, el oro parece haberse desconectado gradualmente de los factores clásicos que afectan a su mercado, ya sean los tipos de interés, el nivel de inflación o el valor del billete verde. Incluso la situación geopolítica parece menos decisiva. Así, los repetidos enfrentamientos entre Irán e Israel, que podrían ser el preludio de una guerra a gran escala en Oriente Próximo, no han llevado a la onza a alcanzar nuevos máximos.
En realidad, la vitalidad de este valor y su crecimiento casi lineal hasta mediados de febrero, como mínimo, ya no pueden analizarse con los modelos del “mundo de ayer”, aquel en el que los ricos occidentales coincidían en que era menos perjudicial poseer oro, que no devenga intereses, cuando al mismo tiempo los rendimientos de los títulos de deuda se estancaban en mínimos. La “fiebre del oro” a la que el planeta financiero asiste desde hace algunos años puede ser más bien el signo concreto de un cambio de rumbo en el mundo. Pese a Trump y su lema “Make America Great Again” (MAGA), el metal amarillo es el indicador del fin de la hegemonía del dólar. Un guiño irónico a la historia si recordamos que el abandono por parte del presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 de la convertibilidad del billete verde en oro había abierto el camino a una nueva era geopolítica marcada por la hegemonía monetaria estadounidense (1).
Desdolarización de los BRICS+
A lo largo de los años, y más aún después de la crisis de 2008, muchos países, entre ellos China y Rusia, han considerado que era urgente actuar contra el predominio de la dolarización del mercado económico mundial. De hecho, la proporción del comercio mundial en dólares, que en 2000 ascendía al 71%, ha pasado al 58,4% en 2024. Esta desdolarización comercial se ha intensificado por el hecho de que Washington ya no duda en recurrir a medidas extraterritoriales contra cualquier actor extranjero que haga uso de su moneda. Tras la invasión de Ucrania, la exclusión de Rusia del sistema de pagos internacionales SWIFT y la incautación de 300.000 millones de dólares de reservas rusas en dólares y en euros han reforzado la decisión de muchos países de liberarse de la moneda estadounidense. Desde hace más de una década, los BRICS ya no ocultan sus deseos por encontrar un sustituto del dólar como moneda de transacción. A las puertas de la cumbre de Kazán (Rusia) de octubre de 2024, los BRICS+ (los BRICS más Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán) debatieron la propuesta rusa de crear una unidad de cuenta, que eventualmente podría ser un primer paso hacia una moneda común (teniendo en cuenta que una moneda debe cumplir, además de su función de unidad de cuenta, las de instrumento de pago y reserva de de valor). Quienes la concibieron la bautizaron “unidad” y propusieron vincular el 40% de su valor al oro y el 60% a una cesta de divisas de la alianza. Finalmente, la herramienta no se mencionó en el comunicado de cierre de la cumbre.
La opción más segura
Ya se trate de prepararse para la creación de un mecanismo de este tipo o de acumular reservas para protegerse de las sanciones estadounidenses, los bancos centrales de los Brics+ y otros países del Sur han acudido en masa al mercado de metales preciosos. Como resultado, en el segundo trimestre de 2024 las reservas oficiales de oro de los bancos centrales de los BRICS “originarios” y de Egipto suponían más del 20% de todo el metal amarillo en poder de bancos centrales del mundo. Rusia, la India y China figuran entre los diez principales poseedores de oro de los bancos centrales. Oficialmente, Rusia controla 2335,85 toneladas del metal, lo que la convierte en el quinto país con mayores reservas de oro en bancos centrales. Pekín le sigue en sexto lugar con 2264,32 toneladas y Nueva Delhi ocupa el octavo puesto con 840,76 toneladas. Las reservas de los bancos centrales de Brasil y Sudáfrica son significativamente menores, con 129,65 y 125,44 toneladas, respectivamente.
Según estimaciones realizadas por el experto en el mercado del oro Jan Nieuwenhuijs, desde el comienzo de la guerra en Ucrania, el banco central saudí ha adquirido muy discretamente 160 toneladas de oro en Suiza. Según sus cálculos, China habría adquirido en secreto 1600 toneladas de oro desde el comienzo del conflicto ruso-ucraniano (2). Si bien estas cifras quedan muy lejos de alcanzar las reservas estadounidenses, que ascienden a 8133,5 toneladas, o las de Alemania (3351,5 toneladas), el conjunto de los bancos centrales de los BRICS+ acumulaban oficialmente, en el momento de la Cumbre de Kazán, 8602 toneladas. Y la tendencia a la acumulación no parece que vaya a frenarse. Según una encuesta anual realizada en junio de 2024 por una agencia de promoción de la industria aurífera, el World Gold Council (3), casi el 60% de los bancos centrales de los países ricos consideran que la proporción de oro en las reservas mundiales aumentará en los próximos cinco años, frente al 38% del año anterior. Por su parte, alrededor del 13% de las economías avanzadas prevén incrementar sus reservas durante el próximo año, frente al 8% del año pasado. Por último, casi el 40% de los bancos centrales de los países emergentes prevén aumentar sus reservas en 2025. Al reforzar sus reservas del metal amarillo, los BRICS+ y también muchos países del Sur global buscan protegerse contra la politización de los circuitos monetarios. Es evidente que asumen que, de momento, el oro representa la opción más segura.
Le Monde Diplomatique, marzo 2025
(1) Véase Renaud Lambert y Dominique Plihon, “¿Realmente estamos ante el fin del dólar?”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2023.
(2) Jan Nieuwenhuijs, “Saudi Central Bank caught secretly buying 160 tonnes of Gold in Switzerland”, Money Metals, 12 de septiembre de 2024, www.moneymetals.com
(3) “2024 Central Bank Gold Reserves Survey”, World Gold Council, 18 de junio de 2024.