Cientos de miles de personas (¿millones?) acudieron a las urnas el 23 de julio para que Vox no llegara a decidir, ni mucho menos al Consejo de ministros. Loable y exitosa labor cumplida. La extrema derecha que, pese a todo, ha sido capaz de juntar 33 diputados y varios millones de votos para escenificar así la cantidad de fascistas que nos rodean, vio parada sus intenciones.
Esta carrerilla que, como decíamos, han tomado tantos electores, no debería quedarse ahí. Cumplida la primera etapa, vamos a por más. La segunda podría ser ganar conciencia, organizarnos y actuar contra la monarquía, esto es, impedir, sobre todo para no dar a la Infanta una vida futura muy estresada, que los borbones continúen ejecutando la jefatura del Estado sin haber pasado siquiera por las urnas, tal como lo diseñara Franco. La tercera etapa está asignada a la OTAN. La banda armada terrorista que obliga a subir en gastos militares lo destinado en los PGE, es un enemigo de los pueblos, y su accionar imperialista y destructor es repudiado por la mayoría de los que votaron en contra de Vox (¿o no?). Acabar con la Ley Mordaza, nacionalizar los servicios básicos en manos de empresas privadas, la lucha contra los partidos del régimen, eliminar la sanidad y la educación privada, dejar que los pueblos voten por la autodeterminación, la amnistía a presos políticos y exiliados… son otras etapas que a seguro se irán formalizando (perdón por la ironía).
El objetivo último es que esa misma ilusión que llevó a las urnas contra Vox continúe. El «no va a ser posible» significará que la socialdemocracia utiliza una vez más a su imagen, semejanza y necesidades las conciencias progresistas. Nos invitan a un viaje, a la trola de «Por el cambio» del PSOE de 1982, y eso no deberíamos olvidarlo nii consentirlo.
El cambio de estampas (Felipe/Guerra por Sánchez/Yolanda) para que no se cuestione el sistema es una realidad demasiado evidente. Los y las antiVox seguro que lo sabemos.