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SERGE HALIMI y PIERRE RIMBERT. De mal (menor) en peor

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SERGE  HALIMI y PIERRE RIMBERT. De mal (menor) en peor

Otra vez asistimos al fin del mundo. En opinión de sus dirigentes, el destino de la Europa demócrata-liberal, repudiada por su señor estadounidense, consiste hoy en vencer a una hidra de dos cabezas: por un lado, el condominio Donald Trump–Vladímir Putin, unidos por su odio a Ucrania y a la Unión Europea; por otro, el grupúsculo de depredadores de Silicon Valley que amenazan a la humanidad. “El nuevo eje del mundo es el formado por Trump y Putin”, declaró Jean-Yves Le Drian, antiguo ministro de François Hollande y Emmanuel Macron (LCI, 27 de febrero de 2025). “Europa debe actuar de inmediato frente al eje Trump-Putin”, exigía ese mismo día en Le Monde el exvicecanciller ecologista alemán Joschka Fischer. Por lo visto, la amenaza —de naturaleza “existencial”— requiere que Bruselas recoja del suelo la bandera del “mundo libre”, pisoteada por el amo estadounidense.

Para que todos sean conscientes del peligro, las emisoras y cadenas progresistas se rifan al elegante ensayista Giuliano da Empoli. Además de instruir, el pasado el 2 de abril, a los dirigentes de la patronal francesa Medef (Movimiento de Empresas de Francia), el autor de L’Heure des prédateurs (Gallimard) ha expuesto sus ideas frente a los embobados presentadores de France Inter (3 de abril de 2025), France 5 (9 de abril) o Arte (12 de abril) sin verse más interrumpido que si se hubiera puesto a canturrear en la ducha. Lo que nos viene a decir es, en resumen, que unos dirigentes autoritarios, descendientes lejanos del feroz César Borgia, conspiran con los conquistadores del sector tecnológico para procurar el advenimiento de “una era de violencia sin límites”. Frente a ellos, “los defensores de la paz parecen singularmente mal preparados”. Cosa que lo aflige, acaso escarmentado por su propia experiencia, ya que antes de “la hora de los depredadores” lo que había era el edén de los socioliberales y de la “tercera vía”, de los cuales fueron figuras eminentes Matteo Renzi y Romano Prodi, ambos asesorados por Empoli. Tan encantados se quedaron los italianos con su común maestría que Italia se convirtió, años más tarde, en el primer Estado neofascista de Europa.

El centro toca unas trompetas del apocalipsis que también resuenan en la izquierda. En un largo ensayo publicado por el periódico británico The Guardian (13 de abril de 2025), las autoras radicales Naomi Klein y Astra Taylor esbozan el panorama del “fascismo del fin de los tiempos” que, según ellas, está anegando nuestras sociedades. Entre un consumo energético excesivo, el secesionismo de unos ricos refugiados en sus búnkeres y proyectos de emigración a Marte pergeñados por los líderes del sector tecnológico, “las personas más poderosas del planeta preparan el fin del mundo y precipitan frenéticamente su llegada”. En opinión de ambas autoras, frente a su “sistema de creencias esencialmente genocida y que traiciona el esplendor de este mundo”, la única política posible consiste en levantar un “movimiento desordenado y generoso de cuantos siguen amando la Tierra, gente apegada a su planeta, a sus pobladores, a sus criaturas y a la posibilidad de un futuro para todos en el que valga la pena vivir”.

No cabe duda de que este orden de cosas garantiza que la inmensa mayoría de la población se aloje en el lado “bueno” de la barricada; una mayoría superior incluso al “99%” al que apelaba la izquierda a principios de la década de 2010. Pero la brecha entre oligarcas fascistoides y defensores de la vida solo acaba llevando a una estrategia de repliegue, a un “sálvese quien pueda”. La propia llegada de Donald Trump y Elon Musk señala, sin embargo, el fracaso de esas “políticas del mal menor” puestas en práctica desde hace un cuarto de siglo para luchar contra la amenaza de los extremos: antes de los “fascistas del fin de los tiempos”, había que unirse para conjurar los fantasmas de Silvio Berlusconi en Italia, de George W. Bush en Estados Unidos o de Nicolas Sarkozy en Francia, por mencionar solo unos cuantos nombres.

Intelectuales de todos los países…

Aunque alejado de la radicalidad de Klein o Taylor, el periodista de France Culture Guillaume Erner —el afectuoso organizador del encuentro entre Emmanuel Macron y cinco decenas de intelectuales en el palacio del Elíseo, en marzo de 2019— ha llegado, sin embargo, a las mismas conclusiones. En un artículo titulado “Donald Trump está en guerra con la inteligencia” (18 de abril), publicado cuatro días después de recibir a su vez a Empoli, sostiene que la gravedad de los ataques del presidente estadounidense contra las universidades de Harvard o Columbia exige renunciar a las oposiciones que hasta ahora estructuraban el ámbito intelectual, habida cuenta de que “ahora tenemos un enemigo común que no solo arremete contra las universidades, sino también contra los medios de comunicación progresistas. […] Debemos ofrecer un frente común con todos los que tienen un lugar reservado para las actividades de la razón, al margen de que hayan elegido a Marx o a Tocqueville, a Yourcenar o a Duras, a Frantz Fanon o a Albert Camus”.

Erner se cuida de aclarar que la cruzada antiuniversitaria de Trump no presenta tanto el aspecto de una guerra contra los intelectuales como el de una persecución de activistas propalestinos en nombre de la lucha contra el antisemitismo, un tema que el presentador de France Culture conoce bien. Por lo demás, las movilizaciones de los intelectuales para “salvar nuestro mundo, el de quienes tenemos los libros por la cumbre de la historia humana”, como dice Erner, no despiertan entre la población desposeída sino un entusiasmo relativo o risas burlonas, como cuando la revista Les Inrockuptibles publicó, en febrero de 2004, una petición contra “la guerra a la inteligencia” para oponerse a un Gobierno de derechas. La percepción de un vínculo entre élites cultivadas y privilegios de clase, desprecio por el pueblo y progresismo cultural supone, en efecto, un pesado lastre para la izquierda. Al insistir en la formación incesante de los trabajadores manuales sacrificados en nombre de las deslocalizaciones (“Lo que ganen depende de lo que aprendan”, solía repetir el presidente estadounidense William Clinton), se les niega el derecho a una vida decente a quienes carecen de un título de enseñanza superior y se favorecen los ataques reaccionarios contra unas universidades cada vez más percibidas como viveros de una clase privilegiada, arrogante y nómada.

Ya adquiera el aspecto de coalición de marxistas y tocquevillianos contra la barbarie, o de unión de terrícolas contra los monstruos, quienes abogan por el mal menor hacen hoy un llamamiento al conjunto de las fuerzas de izquierda a cerrar filas bajo su enseña para enfrentarse a Trump y sus esbirros. Pero ¿sobre la base de qué programa? Aunque no siempre conviene ponerse en el terreno elegido por el adversario, aún peor es dejarse definir por él sucumbiendo a una lógica de bloques que lleva a oponerse a todo cuanto él apoya y a apoyar todo cuanto él combate: la bienaventurada globalización contra el proteccionismo mafioso de Trump, la economía de guerra para ayudar a Ucrania contra el abandono estadounidense de Europa, la censura previa de las plataformas digitales contra la libre expresión y sus excesos.

Es así como la alianza de circunstancias de los afectos al mal menor está preparando el terreno para un nuevo y notable paso atrás. Sus partidarios vuelven a colorear el pasado librecambista con los tonos de un paraíso perdido (léase el artículo “Otro proteccionismo es posible”, las páginas 1 y 8). Añoran los tiempos en que Silicon Valley, los demócratas y el Pentágono instauraban una sociedad de la vigilancia y digitalizaban a marchas forzadas las relaciones sociales. Extrañan las décadas en que Estados Unidos humillaba a Europa —pero sin injuriarla— por medio de sanciones extraterritoriales, saqueo de datos personales o usurpación de grandes industrias. La nostalgia ha cambiado de bando. Tras poner el futuro en manos de sus adversarios, una parte de la izquierda ha acabado por convencerse de que, por mal que se estuviera, antes se estaba mejor.

Le Monde Diplomatique, mayo 2025

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