En un reciente cruce con compañeros de otros territorios decíamos que la tarea militante principal que teníamos por delante era “la formación de cuadros comunistas de intervención y de extensión del trabajo de influencia y de organización entre trabajadores y activistas sociales en pro de un Referente Político de Masas”. En esto consiste la dualidad organizativa de la que hablamos desde hace años en Red Roja. Utilizamos la denominación “dualidad organizativa” porque encierra dos trabajos distintos, en ámbitos diferentes: uno en el plano superior de la militancia (superior en términos de conciencia y compromiso), donde se forja y crea la organización partidista; otro, el de los marcos de movilización y aquellos en que, de forma más o menos permanente, se agrupan la clase obrera y otros sectores populares (sindicatos, barrios, etc.). Son planos diferentes –e incluso distantes, aún más tras la percepción generalizada de que el comunismo entraba en crisis– donde los criterios de “calidad” y “crecimiento” en la pertenencia a ellos, a dichos planos, son a menudo hasta opuestos pero en todo momento relacionados dialécticamente.
Hay una amplia documentación que hemos elaborado al respecto, pero no vendría mal hacer un resumen-recordatorio dado los debates que nuestra línea lógicamente suscita también dentro de nuestro propio marco organizativo.
El criterio-nexo que más une esas actividades distintas que el militante tiene que abordar se refleja cuando decimos que, hoy por hoy, el examen más importante de calidad del cuadro consiste en medir su capacidad, no de demostrar cuánto sabe de frases comunistas, sino de cómo –en medio de la propia crisis histórica de nuestro movimiento, que rebaja el mismo poder de las frases entre las masas– es capaz de llevar a la práctica la tesis más enigmática y menos panfletaria del marxismo: el comunismo es el movimiento de superación del estado real de las cosas. Y ciertamente, para comprender y aplicar esto en toda su esencia conviene una profunda formación de cuadro que no solo entienda de comunismo, sino de su crisis, de su negación, asumiéndola, interpretándola, a fin de reafirmar a aquel, al comunismo, en la madurez y la solidez que solo pueden garantizar los anticuerpos que ha obtenido en sus enfermedades históricas.
Entre nosotros, pues, hemos de insistir en que el objetivo principal, de corte estratégico, que desde una línea revolucionaria nos planteamos en el plano organizativo actualmente es la formación de cuadros revolucionarios de intervención que, aplicando la dualidad organizativa, actúen entre el pueblo para imbuir en sus movilizaciones y en sus luchas la política de lo que hemos dado en llamar “frente de salvación popular” (donde el nombre es lo de menos) como concreción del necesario Referente Político de Masas. Un referente llamado a revolucionar una realidad que necesita objetivamente de la revolución pero que no es una realidad que se reconozca subjetivamente en el socialismo con facilidad.
La forma particular de contribuir a “revolucionar la realidad” por parte de la militancia es resultado de tres crisis que se solapan: la crisis del sistema capitalista, cuya forzada continuidad solo puede traer a nivel global barbarie y guerra; la crisis del reformismo, sobre todo en países más avanzados o intermedios, ya que se dificulta cada vez más la consecución de reformas que, en última instancia, tienen históricamente mucho de accesorio de la expoliación directa o indirecta imperialista; y la propia crisis de desarrollo del movimiento comunista, que afecta a la legitimidad de su autoridad y dirección política entre la clase obrera y otros sectores populares para que le sigan en las transformaciones históricas que se necesitan y no miren a otras alternativas que se les presentan como tablas de salvación.
Empleamos el término “revolucionar” porque toda lucha, en el contexto de las crisis del capital y del reformismo, termina por antagonizar de facto con el poder favoreciendo su mismo cuestionamiento y, en cualquier caso, creando condiciones para la clarificación revolucionaria. Es decir, no hacemos de la creación de la conciencia revolucionaria y, aún menos de la conciencia por el socialismo, una condición previa. Aún más hay que tener en cuenta esto hoy en día ante la proliferación “vidabrianista”de siglas, que lo menos que puede causar es estupor, cuando no sonrojo, entre la “gente normal” que sale a la calle para mejorar sus condiciones materiales de vida.
Justamente, esa crisis histórica del movimiento comunista y la proliferación de iniciativas de reconstrucción del partido –muchas limitadas por su proceder esquemático y dogmático– son las que plantean una contradicción dentro de nuestro movimiento: ese objetivo estratégico arriba expresado solo puede surgir de entre los comunistas, pero el primer obstáculo que se encuentra para su materialización se da precisamente entre una parte importante de quienes se reclaman del comunismo, al emplazarnos a crear primero el Partido (así, en mayúsculas) y sus órganos de dirección. Y esto sucede a lo largo y ancho de toda una “oferta” de siglas o de partidos (así, en minúsculas) que se consideran el preludio de Aquel y que por ello adelantan forzada y embrionariamente su formato desde la célula hasta el comité central con sus comisiones.
Así que es en el ámbito de quienes nos reconocemos del comunismo donde se presenta la primera lucha ideológica. Una lucha ideológica con mucho carácter teórico (de comprensión del marxismo) y donde la actividad política real que se lleva a cabo, dentro los marcos de movilización y trabajando por el Referente Político de Masas, es el “criterio de comprobación o prueba” de esa primera lucha que se nos plantea para parir la línea que necesitamos.
Digamos ya que la construcción de la línea política que necesitamos tiene una proyección internacional que va más allá del marco estatal en que actuamos. En cualquier caso la tiene, esa proyección, en países del centro imperialista donde existe un sector que se normalmente se denomina “clase media” y que alcanza a parte de la clase obrera en sus aspiraciones de pertenecer a ella. Y que cuando sale para protestar por el desmontaje del Estado del Bienestar, si el reformismo pudiera asegurarle condiciones pasadas, en gran medida podrían salir satisfechos sin reparar en demasía en el carácter imperialista y contrarrevolucionario de ese Estado del Bienestar. No en vano, este se ha parido dentro del sistema capitalista como alternativa al socialismo. Otra cosa es, como decimos, las dificultades objetivas cada vez mayores para asegurar con sustancialidad esa aspiración subjetiva de reformas dentro del capitalismo y sin (terminar por) cuestionar a este.
Aquí, en el Estado español, esa línea revolucionaria de intervención (LRI) ha sido planteada en el marco de RR. Desde el principio se vio claro lo inédito de su propuesta. Una línea que comenzó con la definición del criterio de pertenencia a un mismo marco organizativo, el “tricriterio”: cuestionamiento en origen del Régimen del 78; socialismo frente a Estado de Bienestar; y línea antiimperialista, poniendo por delante la solidaridad con los agredidos por el campo imperialista al que pertenecemos. A partir de ahí, a partir de cómo nos agrupábamos en un mismo marco organizativo, planteamos cuatro confluencias que nuestra militancia ha de promover a fin de desarrollar actividades comunes con compañeros que no son del mismo marco organizativo: la propia entre comunistas, la política contra el régimen del 78, la sindical y la popular. Siendo esta última confluencia la de menos nivel de exigencia, digamos militante, pero que se constituye en el verdadero criterio para juzgar si el cuadro está aplicando correctamente la LRI. Fue en el contexto del flujo de movilizaciones contra los recortes derivados de la crisis financiera de 2008 donde más versamos acerca de esta confluencia y del Referente Político de Masas que le es propio.
Pues bien, esta línea tuvo que afirmarse durante un primer gran periodo frente a otros proyectos militantes nominalmente comunistas. Pero era cuestión de tiempo que esa lucha se diera también en el marco interior de RR. Era lógico, dado el carácter inédito de una línea, la nuestra, que contradice la “lógica ortodoxa” que prioriza la creación partidista y sus órganos de dirección como paso previo a desarrollar unos frentes de masas llamados a admitir la dirección de ese partido.
Lo importante es sembrar esa línea revolucionaria de intervención nuestra (que ya hay que admitir que choca contra el resto de proyectos de construcción partidista) en el máximo de lugares y con el máximo de seguridad allí donde se ha plantado. Al ser una línea política inédita (producto de las tres mencionadas crisis que se solapan sin parangón) hay que desmarcarse de toda iniciativa militante de reagrupamiento comunista sin que comprobemos que se tenga clara esa línea inédita (expresada en la dualidad organizativa). De lo contrario, la “brianización” de nuestro propio marco está servida.
Por eso, la construcción de núcleos relacionados entre ellos en un marco estatal se demuestra como el más adecuado. La propia práctica ha demostrado que al marco de RR han llegado militantes experimentados, y con mucho currículo, pero que no han asimilado esa línea (ni han profundizado en la propia crisis histórica de nuestro movimiento). Y se constituyen en los candidatos “naturales” para formar los órganos de dirección para seguidamente priorizar la confluencia entre siglas a fin de llegar lo más rápido posible a la fusión (en el deseo loable de reducir el abanico de las mismas) que acelere la tarea principal que se dan: la creación del Partido. Se entiende, entonces, que la línea inédita de RR estaba llamada a depurarse tanto fuera como dentro si es que quería seguir siendo… editada.
En definitiva, la vida nos ha (de)mostrado que nuestra línea necesita probar a sus portadores en la práctica porque está en lucha contra la interpretación esquemático-dogmática del comunismo (y de la construcción del partido) y frente a quienes no han sabido asumir e interpretar el sentido histórico de la crisis del movimiento comunista. Y ese “examen” es previo a la construcción forzada del partido y de sus órganos de dirección, que efectivamente todo comunista tiene en su horizonte. Máxime hay que tener claro esto cuando no es precisamente la “larga edición” de la vida militante que se lleve (con ser un importante tesoro) lo que mejor predisponga para entender la línea inédita que nos caracteriza.
Por lo demás, la práctica también ha demostrado que un comunista no deja de ser partido porque formalmente no esté organizado en un partido concreto. Y que, aunque no tenga una dirección ya “oficializada”, no por ello deja de aspirar a desarrollar la autoridad legítima entre la propia militancia, aún más entre la gente con la que se trabaja en los marcos de movilización y en otros ámbitos de organización popular. Hay que sustraerse a la evidencia de que en tiempos de crisis (también propia) no hay más atajo para desarrollar esa autoridad legítima que desmarcarse de declamaciones formalistas que además van con las siglas por delante. Es decir, nos toca hacer mucho vino antes de etiquetarlo. Fuera… y dentro de nuestra bodega.
Ernesto Martín. Militante de Red Roja