La izquierda francesa agrupada en el Nuevo Frente Popular (NFP) acaba de frenar el ascenso del partido de Marine Le Pen (Asamblea Nacional), calificado de ultraderecha, gracias a la alianza de varias fuerzas, desde los socialistas y Verdes hasta la Francia Insumisa y los comunistas, entre las organizaciones más destacadas.
En NFP, Verdes y Socialistas tienen la mayoría de los diputados (94 en 182 escaños), por encima de los 71 que se le atribuyen a La Francia Insumisa de Jean-Luc Melénchon.
En cuanto al reparto de diputados, todos los partidos y alianzas están lejos de la mayoría, con lo que la izquierda deberá co-gobernar con la derecha de Macron. Además dentro del Nuevo Frente Popular, algo más de la mitad de los elegidos son neoliberales, caso de verdes y socialistas, firmemente alineados con la OTAN y la guerra.
El Frente propone en su programa la subida del salario mínimo a 1.600 euros y reducir la jubilación a los 60 años, y un sistema que permita regularizar la migración, uno de los aspectos más debatidos en los últimos años. No dicen nada de la guerra de Ucrania, lo que hace pensar que seguirán adelante con la política guerrerista.
El gran “triunfo” que festeja la izquierda europea es haber frenado a la ultraderecha, a la que menudo se refiere como “fascista”. Pero ahora va a tener que gobernar con una parte de la derecha, por lo que no habrá cambios significativos en ningún terreno, ni en la economía, ni en la política exterior, ni en relación con los inmigrantes.
Creo que la izquierda ha perdido el horizonte y ya no puede distinguir lo esencial de lo secundario. En Europa hay guerra. Esa guerra tiende a ampliarse. Ahora Ucrania está bombardeando con armamento occidental estaciones estratégicas en Rusia, acercando el momento en que se utilicen armas nucleares. Polonia y Bielorrusia están prontas para entrar en la guerra, mientras Estados Unidos, Reino Unido y la OTAN desean acelerar el conflicto.
La cumbre de la OTAN que se realiza esta semana en Washington, del 9 al 11 de junio, estará orientada a profundizar la guerra en la convicción de que es posible derrotar a Rusia o, por lo menos, desgastarla seriamente. Sin embargo, la mayoría de la opinión pública europea desea una negociación que ponga fin al conflicto. Algo que el Pentágono no parece dispuesto a aceptar.
No tomar posición respecto a la guerra y cogobernar con la derecha es el camino seguro del fracaso y de la pérdida de legitimidad. Pero el pragmatismo y el inmediatismo son demasiado potentes en las direcciones de todos los partidos que se dicen de izquierda, eluden el conflicto y apuestan al “mal menor”, que los lleva a no realizar cambios y a seguir con las políticas neoliberales y guerreristas de la Unión Europea.
La llamada “ultraderecha” es un tigre de papel, parafraseando a Mao. Ya gobierna en Italia y no ha habido cambios importantes. Pero sobre todo el mismo concepto de ultraderecha es una construcción de la derecha “moderada”, o sea del campo socialista y socialdemócrata, equivalente a los demócratas en Estados Unidos. Observemos los medios y vemos que la “unidad” contra esa derecha, o contra Trump, es cálidamente defendida por El País, Le Monde y The New York Times. Aprendieron a subordinar a las izquierdas del tipo de Podemos, Sumar o La Francia Insumisa. No sólo no les temen sino que saben usarlas para conseguir la gobernabilidad neoliberal que desean. El gobierno de Pedro Sánchez es buena prueba de ello.
Pero cuando alguien dice algo así, lo acusan de “hacerle el juego” a la ultraderecha o a Trump, y en ocasiones a Putin. Esta derecha que se disfraza de centrista, es el cerrojo ideológico que clausura el debate con quienes siguen luchando por cambios de fondo, a quienes criminalizan por salirse del libreto aceptable para los poderes.
Con ésta política de Frente Popular, la izquierda pierde su relación con los sectores populares y los inmigrantes, los verdaderos perdedores del neoliberalismo que, en buena medida, votan por esa ultraderecha a cuyos votantes no logran comprender. La dirigente alemana Sahra Wagenknecht, escindida de Die Linke (La Izquierda), acusó a sus ex camaradas con toda razón: “Es incorrecto llamar nazis a quienes por desesperación votan a la ultraderecha” (Publico, 7/07/2024).
Tan grave como eso es que la izquierda le está dando una sobrevida a Macron, al que la primera vuelta había dejado en el suelo.
Esta izquierda podría reflexionar sobre el rumbo de Lula. Para derrotar a Bolsonaro, tejió la unidad con la derecha “moderada”, a la que pertenece su vicepresidente Geraldo Alckmin. Ahora es prisionero de esa alianza que no le permite hacer los cambios que reclaman los movimientos. El pragmatismo lo está llevando a realizar un gobierno mediocre, con baja aprobación y alta desmoralización entre quienes lo apoyaron. Incluso Joao Pedro Stédile, coordinador del MST (Movimiento Sin Tierra), acaba de decir que el gobierno de Lula es “una vergüenza” porque no está haciendo nada por la reforma agraria (IHUOnline, 7/06/2024).
Sobre las ruinas del gobierno de Lula, puede volver nuevamente Bolsonaro. Entonces dirán que hay que unirse con la derecha “democrática” para impedir su victoria.
Al parecer, la imaginación y el compromiso con los pueblos no le permiten a esta izquierda ir más lejos, mientras se hunde sin remedio en el pantano del pragmatismo.
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