Sencillamente, Raúl
En 2006, cuando el compañero Fidel se enfermó y cesó —en principio de manera temporal, después definitiva— en sus funciones como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, vino a reemplazarlo en el cargo su hermano Raúl.
Este hecho no hubiese suscitado la atención más allá de la mera noticia si hubiese sucedido en cualquier otro país del mundo. Pero sucedió en Cuba, y toda la reacción mundial, más no pocos mal informados individuos contagiados por la siniestra orquesta imperialista, corearon al unísono una sucesión de despropósitos que, tras la muerte física del Comandante, se acrecentaron de manera harto escandalosa.
Por aquel entonces dijeron que Fidel había traspasado el poder a su hermano, que la riqueza del país seguía en manos de “la familia Castro” para desgracia de la población cubana. Y esto no es más que una síntesis de las infinitas barbaridades que entonces se dijeron entonces.
Que Raúl era hermano de Fidel lo sabe todo el mundo. Pero si Raúl hubiese sido portador de otro apellido, es decir, si no hubiese tenido un hermano llamado Fidel, hubiera estado, igualmente, al frente de los mismos cargos que estuvo. Dicho de otra manera: Raúl ejerció los cargos que le fueron asignados única y exclusivamente por méritos propios y, dicho sea de paso, también porque la población que gobernó así mismo lo quiso.
Su capacidad como dirigente quedó demostrada en infinidad de ocasiones a lo largo de todo el proceso revolucionario. Participante en el asalto al cuartel Moncada, fue también uno de los ochenta y dos expedicionarios del Granma, y, comandando a un reducido grupo de compañeros, fue el primero en salir de la Sierra Maestra para crear, con éxito, un segundo frente guerrillero —el denominado Segundo Frente Oriental Frank País—. No me extenderé citando más ejemplos, no es necesario. Después, triunfada la Revolución, siguió dando muestras de su indiscutible capacidad como dirigente en todas las tareas y cargos que le fueron encomendados.
Conviene recordar que en agosto de 2006, además de ostentar otros cargos de suma importancia, Raúl era Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Y lo era no porque lo había “colocado” en el puesto su hermano Fidel, sino porque lo había elegido la Asamblea Nacional del Poder Popular, órgano legislativo supremo del Estado cubano, que, a su vez, sus más de 600 diputados habían sido postulados y elegidos con anterioridad por la población electoral. Por supuesto que, primeramente, para poder ser elegido Vicepresidente, Raúl hubo de ser propuesto para diputado —en su caso por la Asamblea Municipal del Segundo Frente de la oriental provincia de Santiago de Cuba; su nominación fue apoyada por los 79 delegados que integraban la citada Asamblea— y ser elegido mediante voto libre y secreto, para después ser propuesto para Vicepresidente y ser igualmente elegido en la Asamblea Nacional con el mismo procedimiento de votación.
Raúl, pues, era Vicepresidente por decisión de la inmensa mayoría de la población cubana, y no por imposición de su hermano. Aclarado esto, añadiré que, independientemente del motivo, la Constitución cubana contemplaba que en caso de incapacidad por parte del Presidente para ejercer su cargo, sería el Vicepresidente quien debía reemplazarlo en funciones —en 1976 la Constitución cubana fue aprobada en referéndum por el 97,7% de una población electoral que, mediante infinidad de asambleas, también participó en su elaboración—. Eso es justo lo que sucedió en Cuba, insisto, en 2006.
Después, en enero de 2008 y consciente de su incapacidad física para asumir otros cinco años de responsabilidad tal, Fidel renunció a que le postularan para el cargo que todavía ostentaba: “traicionaría mi conciencia ocupar una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estoy en condiciones físicas de ofrecer”. Ejercicio de honestidad, sin duda, que la mayoría de los mandatarios mundiales serían incapaces de realizar. El día 20 del mismo mes se celebraron elecciones en la Isla; fueron elegidos los 614 diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular, la misma que el 24 de febrero y con el procedimiento ya mencionado eligió a los máximos dirigentes estatales; entre ellos a Raúl Castro como Presidente.
De modo que, resumiendo, es una grandísima mentira que Raúl reemplazó a Fidel por ser su hermano, y que después siguió en el cargo por eso mismo. Desprovistos de argumentos, algunos enemigos de la Revolución dicen que si en verdad la inmensa mayoría de la población ha elegido a “los Castros” durante todos estos años, entonces es que son tontos. En este caso, además de mintiendo, estarían igualmente insultando, porque todo el mundo sabe que en cultura política y general pocos pueblos de este maltratado planeta se acercan a la altura tan elevada que ha alcanzado el cubano.
El compañero Raúl cumple hoy 94 años. De alguna manera, sigue estando ahí, porque, como dijera su hermano Fidel, un revolucionario no se jubila nunca.
(Baraguá / @maceobaragua)