Está extendida la idea que PP y Vox son entes distintos. Uno es de centro-derecha y otro de extrema derecha, nos dicen. Feijóo y sus secuaces no querían ver pactos con los de Abascal hasta después de las elecciones generales del 23 de julio, porque gobernar juntos en Comunidades autónomas y Ayuntamientos puede restarle votos de cara a la Moncloa. Aquí es importante recordar que Vox surgió de una escisión del PP (no sabemos si perfectamente diseñada) y que sus idearios no difieren mucho.
Un caso ilustrativo resulta ser el de Italia, donde tres fuerzas de la derecha (Forza Italia, La Liga y Hermanos de Italia) se han unido para darle la presidencia del gobierno a Meloni. La dictadura del capitalismo financiero de la UE dicta el marco del movimiento político (¿hace falta recordar la Grecia de Tsipras?), y hace que las autoridades de Bruselas se encuentren encantadas con los Meloni, al fin y al cabo, respetan el libre mercado, la OTAN y el status quo; las bases y columnas del sistema. Que Vox quiera derogar alguna ley o cambie a peor las formas de los hijos de Aznar y Fraga, para la política con mayúsculas es intrascendente. Forma parte del teatro que necesita la derecha para atraer y embaucar a sus diferentes huestes. El fascismo siempre estuvo incrustado en el PP y ahora está repartido en ambos.