Estados Unidos y la OTAN están sentando las bases para que Ucrania, los perros falderos del Báltico, la rabiosa Polonia y algunos otros extras se conviertan en una especie de Fortaleza de Europa del Este comprometida en una guerra de desgaste contra Rusia que podría durar décadas. Ese puede ser el último argumento para que Rusia finalmente vaya por la yugular, lo antes posible. De lo contrario, el futuro será sombrío. Bueno, no tan sombrío. Recuerden a Putin: «Ni siquiera hemos comenzado nada todavía».
Susurros de un «poder maligno» se oían en las colas de las lecherías, en tranvías, tiendas, apartamentos, cocinas, trenes de cercanías y de larga distancia, en estaciones grandes y pequeñas, en dachas y en playas. Ni que decir tiene que la gente verdaderamente madura y culta no contaba estas historias sobre la visita de una potencia maligna a la capital. De hecho, incluso se burlaban de ellas e intentaban hacer entrar en razón a quienes las contaban.
Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita
Citando a Dylan, que podría haber sido un epígono de Bulgakov: «Así que dejemos de hablar en falso ahora/se está haciendo tarde». A estas alturas está bastante claro que la ilusión de un acuerdo de «paz» en Ucrania es el último sueño húmedo de los sospechosos habituales «capaces de no llegar a ningún acuerdo», siempre enganchados a las mentiras y al saqueo mientras manipulan hábilmente a liberales selectos entre la élite rusa.
El objetivo sería apaciguar a Moscú con algunas concesiones, conservando al mismo tiempo Odessa, Nikolaev y Dnipro, y salvaguardando lo que sería el acceso de la OTAN al Mar Negro.
Todo ello mientras invierte en la rabiosa y resentida Polonia para que se convierta en un país militarizado de la UE armada hasta los dientes.
De modo que cualquier «negociación» hacia la «paz» enmascara en realidad un intento de posponer -sólo por un tiempo- el plan maestro original: desmembrar y destruir Rusia.
En Moscú hay discusiones muy serias, incluso al más alto nivel, sobre cómo está posicionada realmente la élite. Pueden identificarse aproximadamente tres grupos: el partido de la Victoria; el partido de la «Paz» – que el partido de la Victoria describiría como rendición-; y los Neutrales/Indecisos.
El Partido de la Victoria incluye a actores cruciales como Dmitri Medvédev; Igor Sechin, de Rosneft; el ministro de Asuntos Exteriores, Lavrov; Nikolái Patrushev; el jefe del Comité de Investigación de Rusia, Alexander Bastrykin; y – aún bajo fuego- sin duda el ministro de Defensa, Shoigu.
El partido de la «Paz» incluiría, entre otros, al director de Telegram, Pavel Durov; al empresario multimillonario Andrey Melnichenko; al zar del metal y la minería Alisher Usmanov (nacido en Uzbekistán); y al portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov.
Entre los neutrales e indecisos estarían el Primer Ministro, Mikhail Mishustin; el alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin; el Jefe de Gabinete de la Oficina Ejecutiva Presidencial, Anton Vaino; el Primer Jefe Adjunto de Gabinete de la Administración Presidencial y zar de los medios de comunicación, Alexey Gromov; el Consejero Delegado de Sberbank, Herman Gref; el Consejero Delegado de Gazprom, Alexey Miller; y -la manzana de la discordia- quizás el jefe del FSB, Alexander Bortnikov.
Es justo argumentar que el tercer grupo representa a la mayoría de élite. Esto significa que influyen enormemente en todo el curso de la Operación Militar Especial (OME), que ahora se ha convertido en una Operación Antiterrorista (OAT).
La niebla de guerra de la «contraofensiva».
Como era de esperar, estos diferentes puntos en las altas esferas de Rusia suscitan frenéticas especulaciones entre los Think Tank de Estados Unidos y la OTAN. Rehenes de su propia excitación, olvidan incluso lo que cualquiera con un coeficiente intelectual superior a la temperatura ambiente sabe: Kiev – atiborrado con 30.000 millones de dólares en armamento de la OTAN – puede salir con menos de cero a efectos de su tan alabada «contraofensiva». Las fuerzas rusas están más que preparadas, y Ucrania carece del elemento sorpresa.
Los cerebritos del Occidente colectivo, tras rascarse febrilmente la cabeza, descubrieron por fin que Kiev necesita recurrir a una «operación de armas combinadas» para sacar algo de provecho con su nuevo diluvio de juguetes de la OTAN.
John Cleese ha señalado con acierto que la coronación de Carlos III (el Rey del Tampax) parecía un sketch de los Monty Python. Ahora el próximo show ya lo empezamos a vivir: el Hegemón ni siquiera puede pagar sus billones de deuda mientras los matones de Relaciones Públicas de Kiev se quejan de que los 30.000 millones de dólares que consiguieron son una miseria.
En el frente ruso, Andrei Martyanov -un torbellino de ingenio- ha observado cómo la mayoría de los alarmados corresponsales militares rusos simplemente no tienen ni idea de «qué tipo y volumen de información de combate» está llegando a los puestos de mando en Moscú, Rostov del Don o a los estados mayores de las formaciones en primera línea».
Subraya que «ningún oficial de nivel operativo serio» hablaría con estos tipos, descritos alegremente como «voenkurva» (más o menos, «zorras militares»), y simplemente «no divulgarán ningún tipo de dato operativo que sea altamente clasificado».
Así que, tal y como están las cosas, todo el ruido y la furia sobre la «contraofensiva» están envueltos en la espesa niebla de guerra.
Y esto sólo sirve para echar más leña al fuego de las ilusiones de los Think Tank estadounidenses. La nueva narrativa dominante en el Beltway de Washington es que el liderazgo en Moscú está «fragmentado y es impredecible». Y eso puede estar conduciendo a «una derrota convencional de una gran potencia nuclear» cuyo «sistema de mando y control se rompió».
Sí: realmente la élite de Washington cree en su propia tonta propaganda (copyright John Cleese). Son el equivalente estadounidense del Ministerio de Caminatas Tontas. Incapaces de analizar por qué y cómo la élite rusa mantiene diferentes puntos de vista sobre el método y el alcance del SMO/ATO, lo mejor que se les ocurre es «proteger Ucrania es una necesidad estratégica, ya que la amenaza rusa aumenta si Moscú gana.»
Qué hay detrás del ruido y la furia de Prighozin
La característica arrogancia/ignorancia estadounidense no borra el hecho que parece haber una lucha de poder entre los siloviki (hombres fuertes). Yevgeny Prigozhin, un siloviki, de hecho denunció a Shoigu y Gerasimov como incompetentes, dando a entender que sólo mantienen sus puestos por su lealtad al presidente Putin.
Esto no puede ser más grave. Porque está relacionado con una pregunta clave planteada en varios silos informados de Moscú: si Rusia es reconocida por ser la potencia militar más fuerte del mundo, con los misiles defensivos y ofensivos más avanzados, ¿cómo es que no han cerrado todo el trato en el campo de batalla ucraniano?
Una respuesta plausible es que sólo 200.000 miembros del ejército ruso están luchando actualmente, y entre 400.000 y 600.000 están esperando en la reserva el ataque ucraniano. Mientras esperan están en constante entrenamiento; así que la espera juega a favor de Rusia.
Una vez que la famosa «contraofensiva» se detenga, Ucrania será golpeada con una fuerza masiva. Sólo quedará la rendición incondicional.
Lo que está ocurriendo ahora -el drama Prigozhin- se subordina a esta lógica, en paralelo a una operación mediática bastante sofisticada.
Sí, el Ministerio de Defensa (MdD) cometió varios errores graves, al igual que otras instituciones rusas, desde el inicio del OMU. Criticarlos en público, de forma constructiva, es un ejercicio saludable.
Las tácticas de Prighozin son una joya: manipula cierto grado de indignación pública para presionar a la burocracia del Ministerio de Defensa diciendo esencialmente la verdad. Incluso llega a dar nombres: oficiales que abandonan distintos sectores del frente. En cambio, sus «músicos» de Wagner son presentados como verdaderos héroes.
Si el ruido y la furia de Prigozhin serán suficientes para poner a punto la arraigada burocracia del Ministerio de Defensa es una cuestión abierta. Aun así, la cobertura mediática de todo este drama es esencial; ahora que estos problemas son de dominio público, la gente esperará que el Ministerio de Defensa actúe.
Y por cierto, este es el hecho esencial: Prighozin ha sido permitido (la cursiva es mía) llegar tan lejos como quiera por el Poder Superior (la conexión de San Petersburgo). De lo contrario, ya estaría en un revamped-gulag.
Así que las próximas semanas son absolutamente cruciales. Putin y el Consejo de Seguridad sin duda saben lo que todos los demás no sabemos, incluido Prighozin. Lo más importante es que Estados Unidos y la OTAN empezarán a sentar las bases para que Ucrania, los perros falderos del Báltico, la rabiosa Polonia y algunos otros extras se conviertan en una especie de Fortaleza de Europa del Este comprometida en una guerra de desgaste contra Rusia que podría durar décadas.
Ese puede ser el último argumento para que Rusia finalmente vaya por la yugular, lo antes posible. De lo contrario, el futuro será sombrío. Bueno, no tan sombrío. Recuerden a Putin: «Ni siquiera hemos comenzado nada todavía».
(Observatorio Crisis)