La masacre y el genocidio que en estos momentos lleva a cabo Israel no es una novedad. Los distintos gobiernos (laboristas y conservadores) han coincidido a lo largo de estas décadas en que el pueblo palestino era/es un estorbo que hay que erradicar para quedarse con el agua, el gas y dejar a EE.UU que traslade por el mediterráneo las materias primas que roba en Oriente Medio. La violencia y exterminio se ha practicado a diario con la complicidad de la ONU y de la mayoría de los gobiernos occidentales que, inequívoca y repetidamente, han mirado para otro lado. Cientos de adolescentes están en prisión esperando juicio, las incursiones del ejército han matado a diario a jóvenes ante el silencio de unos medios que editorializaron hace unos días muy indignados por la respuesta de Hamás. La idea de esas terminales informativas (muchas de ellas con apoyo financiero de Israel) es que Palestina y sus organizaciones no se defiendan, que asistan a su exterminio con la cabeza gacha y obedientes. Que practiquen la «paz» mientras son aniquilados.
¿Qué hacer?
Esta conocida pregunta nos lleva a la raíz misma de la lucha política en estos días (y no solo en Israel). De momento se acude en decenas de países a enormes manifestaciones, declaraciones, ruedas de prensa, huelgas, pintar en muros la bandera palestina, llamados a boicot, vigilia ante las embajadas de Israel, artículos sobre la historia del sionismo e incluso a protestas de gobiernos del «eje del mal» (al resto ni están ni se les espera). Pero la reflexión es sobre la eficacia de estas iniciativas. No parece que EE.UU ni Israel les preocupe mucho este movimiento mundial de solidaridad con Palestina, esto es, no parece que hayan detenido los bombardeos (incluidos a hospitales) por el hecho de que en tal o cual país haya habido una manifestación gigantesca. El veto de EE.UU en la ONU es más poderoso que el propio secretario general Guterres pidiendo paz. Israel está acostumbrado a que se los pueblos del mundo los condene y de pasarse la reprobación por el muro de las lamentaciones.
Palestina no tiene derecho a defenderse
Los practicantes de la paz así en abstracto aprueban las sanciones al sionismo pero con un pero importante. Del otro lado toca aguantar para no ser iguales (¿?) y que el espíritu santo resuelva. Si los palestinos osan organizarse en milicias o grupos armados (Hamás, Hezbolá, FPLP…) interviene el ninismo internacional para explicarles que ese no es el camino, que en la pancarta y el volante se ha escrito que el uso de la violencia deslegitima a quien la practica y esto es una sentencia gandhiana incontestable.
Es decir, el pueblo palestino debe esperar a que la ONU y las movilizaciones mundiales consigan la anhelada paz (entendida ésta como la convivencia con el opresor y la constitución de dos estados, bla, bla). ¿Pero y si esta no llega? Para esa posibilidad no hay respuesta de estos grupos escondidos en un falso pacifismo que otorgan por la vía de los hechos a Israel y EE.UU la llave de la solución.
Por eso, sería conveniente que los «Manifiestos por la Paz» que pululan por aquí y por allá en estos días de genocidio, se convirtieran en «Manifiestos de apoyo a Palestina y a los medios de lucha que ellos estimen». No es políticamente correcto pero es.