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El bombardeo del consulado iraní en territorio soberano sirio ha supuesto un paso más en la escalada hacia la guerra total y abierta contra todo el llamado “Eje de la Resistencia” -nombre con que se refiere habitualmente a la alianza desarrollada entre la resistencia palestina, Hezbolá en el Libano, el gobierno sirio, el gobierno del Yemen, y la República Islámica de Irán– que parece querer desencadenar Netanyahu. Una acción más de insubordinación respecto a una administración Biden, desesperada por poder hablar en tono imperativo, aunque sea solo para ofrecer cualquier atisbo de solución que facilite que las aguas vuelvan a su cauce.
El gigante yankee -gigante con pies de barro- siempre ha vivido a costa de su capacidad de generar terror a gran escala. Los gobiernos de Bush padre, hijo, y espíritu santo, se jactaban de poder decidir cuándo, cómo y en cuánto tiempo podían devolver un país a la “Edad de piedra”, como de hecho hicieron por ejemplo con Libia en el año 2011. Para nuestra suerte, su problema es que desde que el gobierno ruso decidiese intervenir en Ucrania el 22 de febrero de 2022, junto con la operación desarrollada por la resistencia palestina contra Israel el pasado 7 de octubre de 2023, ya van dos ocasiones en que los halcones yanquis no marcan la agenda, sino al revés: son ellos quienes se ven obligados a actuar en respuesta; perdiendo la iniciativa en términos estratégicos, una iniciativa que parecía hasta hace poco incontestable. Si Irán decide atacar directamente a Israel (insuflado además de legitimidad tras este atentado contra su cuerpo diplomático, elevado a defensor de la causa palestina en la arena internacional) ya pueden ser tres golpes los que reciban sus planes a largo plazo.
En ese contexto, la administración Biden trata hasta de desembarazarse de los muertos que le caen por culpa de su (quizá dentro de poco no tan) “eterno aliado”. Irán, por su parte, sabe que quien decide cuándo y cómo luchar mantiene ventaja hasta el final y juega sus cartas en sentido inverso. Su Ministro de Exteriores advirtió antes de ayer al “Gran Satán” (término con el que se han referido siempre los iraníes a los estadounidenses, haciendo una clara alusión a la que hasta ahora pareciera mecánica dependencia respecto a Israel) de que se desmarque de la política belicista del “pequeño Satán” si no quiere verse arrastrado a un callejón sin salida (2).
Lo cierto es que no sería la primera vez que “el gringo” amenaza severamente a Israel con una reprimenda por agitar el avispero en un momento equivocado. En el año 2002, por ejemplo (3), justo cuando se produjo el sitio a la Iglesia de la Natividad de Belén en el contexto de la Segunda Intifada, Bush Jr. llamó al orden a las autoridades sionistas porque, con tanto escándalo, corría riesgo la inminente invasión colonial de Iraq. Bush temía que palestinos, sirios, iraquíes e iraníes respondieran al unísono. Ganando la “paz” en Palestina en aquel entonces aseguraban una retaguardia a salvo para lo que estaba por llegar.
Los constantes desmanes de Netanyahu pueden estar abriendo una cuña, cada vez más real y menos retórica, entre una política exterior norteamericana, ansiosa por pivotar hacia China, y la dupla de frankesteins (Israel junto con Ucrania) que han ido cebando y armando desde hace años, y que le hacen entretenerse, matando lo que ellos ya consideran «moscas a cañonazos”.
Pablo Martí
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