Cuenta una fábula, muy conocida en nuestro país, la historia de una rana y un escorpión que, encontrándose a la orilla de un río, y tras mucho negociar llegaron a un pacto:
“— Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? —¿Que te lleve a mi espalda? —contestó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo a mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. —No seas tonta —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré? La rana, después de pensarlo, acepto. “
Cuando ambos se encontraban en lo más profundo de aquel río el escorpión clavó su aguijón en la espalda del anfibio. La rana, perpleja y presenciando la inminente muerte de los dos preguntó: ¿Pero por qué lo haces? Ahora moriremos los dos. A lo que contestó el escorpión: Lo siento, matar está en mi naturaleza.
En las últimas semanas se han ido acumulando evidencias e informaciones sobre un gran despliegue de fuerzas militares azeríes y armenias hacia la frontera con la República Artsaj. Una acumulación de tropas y medios que recordaba a las jornadas finales del verano de 2020, y que antecedieron a la segunda guerra del Alto Karabaj desatada por Azerbaiyán contra el enclave armenio. La situación es de máxima tensión. El gobierno azerí ha redoblado sus pretensiones nacionalistas y la propaganda de guerra, llegando a negar la integridad territorial de Armenia, preparando el terreno para una invasión a gran escala contra este país.
Estos malos augurios han provocado que el gobierno de Ereván entre en pánico. El conflicto del 2020 supuso una gran humillación para el gobierno y para las fuerzas armadas armenias. El gobierno trató por todos los medios que el conflicto no escalase, buscando la intermediación de Occidente, especialmente de Francia y los Estados Unidos, sin éxito. Entonces solo la misión de paz rusa y las protestas de Irán consiguieron frenar los ataques azeríes. Sin embargo, cegado por las promesas de occidente, el gobierno armenio ha dado un salto al vacío en su desesperada búsqueda de aliados.
El pasado viernes 8 de septiembre el embajador de Armenia en Moscú, Vagharshak Harutyunyan, fue convocado a una reunión urgente en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, debido a una serie de medidas hostiles contra la Federación Rusa asumidas por parte del gobierno de Ereván. A principios de la semana pasada la esposa del primer ministro armenio viajó a Ucrania para suscribir distintos acuerdos de cooperación en forma de ayuda humanitaria. El martes el ministerio de interior anunciaba en Ereván la detención de varios blogueros de izquierda, calificados como “pro-rusos”, afiliados al medio Sputnik. El pasado miércoles, el gobierno de Pashinyan y Jachaturián anunciaba a bombo y platillo la realización de maniobras militares conjuntas con los Estados Unidos y la Asamblea Nacional de Armenia pasaba a trámite la aplicación del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional que pide una orden de detención para el presidente ruso Vladimir Putin.
El gobierno de Pashinián parece haber decidido deshacerse del apoyo “comprometedor”, “bárbaro” y “poco refinado” de potencias como Rusia e Irán, viejos amigos de aquella región, que siempre le han acompañado y que demostraron estar dispuestas a mojarse con fuerzas sobre el terreno. Todo ello a cambio de promesas de extender “el jardín europeo” hacia el Cáucaso.
Lo que no ha debido calcular correctamente el primer ministro armenio es que ese mismo jardín se nutre cada vez más de gas azerí, y que, tanto el complejo militar industrial norteamericano y el dólar, dos partes inseparables de un mismo enemigo, están más que necesitados de incendios que acosen al oso ruso. Pashinián juega con fuego. Si de algo puede presumir la política exterior de los Estados Unidos en los últimos cuarenta años es de estar dispuesta a sacrificar aliados para conseguir sus objetivos estratégicos. Armenia confía en los escorpiones para cruzar el río. Pero la naturaleza de estos no puede resistirse a aguijonear las espaldas de un nuevo amigo.