Hay una distancia colosal entre las preocupaciones reales de la gente con la que se derrama en instituciones como el Congreso de los Diputados. Y eso que Falsimedia interviene en el asunto con un despliegue de medios enorme, como si la atención de la ciudadanía fuera mayúsculo. Se trata de meter con calzador lo que diga Feijóo, lo que contesta Pedro Sánchez (por boca de Puente), y el resto de grupos parlamentarios. Los bares alertan que cuando está en televisión «algún debate de esos», la clientela les hace cambiar de canal con urgencia. No soportan a los cargos electos en sus escaños, les dan repelú, y más que se autoconsideren representantes y amén. Parece obvio que una cosa es que se les vote y otra que haya que aguantarlos. Es cierto que esa realidad transmite también un ausentismo militante de la cosa pública, de la política y, lamentablemente, de las luchas sociales, pero es lo que hay y conviene analizarlo para que el fascismo (en cualquiera de sus formas, incluidas las políticamente correctas) no lo haga antes. La clase dominante marca el terreno, sus peones parlamentarios obedecen, pero encima aburren hasta el sopor. Hay otro país.