Del calor de las llamas a la frialdad de las cenizas
Después de que el Consejo Constitucional validara el proyecto de reforma de las pensiones, Macron se apresuró a promulgar la ley, en plena noche, como si él mismo dudara sobre la viabilidad de su reforma. Sabía en realidad que ese acto significaba el fin de la oposición de masas y que nadie seguiría ocupando las calles después de eso, salvo aquellos capaces de trascender el marco político-jurídico burgués, es decir, una minoría. La imagen de la derrota fue la de cientos de policías amontonados frente al Consejo Constitucional, apretados, armados hasta los dientes y las pantallas de los cascos donde se reflejaba frente a ellos la impotencia de una multitud. Quedaba por ver qué ocurriría con la convocatoria para el 1 de mayo. Aunque es verdad que fue más masivo y combativo que el de los últimos años, seguía pareciendo una última resistencia. Además, la convocatoria de la intersindical para el 6 de junio deja seis semanas entre las dos movilizaciones, lo cual denota un sabor a derrota.
Sin embargo, ante el carácter casi inédito de la movilización social y el rechazo mayoritario a una reforma cuya falaz justificación es bien conocida, la pregunta que es difícil no hacerse es la siguiente: ¿qué más hacía falta para que finalmente no se aprobara la reforma? O una simple inversión de la pregunta: ¿qué le ha faltado al proletariado en este ciclo de movilizaciones?
Este artículo se propone intentar aportar algunos elementos de respuesta a esta espinosa cuestión y, para ello, echar la vista atrás, en caliente, sobre algunas de las características del ciclo de movilización que está por llegar a su fin. Ha estado marcado, en primer lugar, por un autoritarismo creciente del Estado (I), luego, por el papel contrarrevolucionario de la socialdemocracia (II) y por último, por la ausencia de una alternativa real en el seno de la izquierda extraparlamentaria (III).
I) Sobre la reforma autoritaria del Estado capitalista
El ciclo de movilizaciones que está llegando a su fin ha demostrado que sigue siendo parte del sentido común cosificar el Estado como algo neutral –e insuperable– respecto a las relaciones económicas, y que puede ser utilizado o doblegado para resolver las contradicciones del capitalismo. Sin embargo, este mismo ciclo también ha revelado, una vez más, la verdadera razón de ser del Estado capitalista: garantizar las condiciones de acumulación del Capital a cualquier precio. En la actual coyuntura económica global de caída de las tasas de ganancia, la acumulación de capital fomenta la reestructuración de la relación de clase entre Capital y trabajo. Esto adopta la forma de una guerra generalizada contra las condiciones de vida de la clase obrera, bajo el mando de la oligarquía financiera internacional (que extrae su poder de la crisis de la economía real) y bajo la égida del Estado. El Estado, incapaz de financiarse mediante los impuestos y que está condenado a pagar una deuda infinita, no tiene más remedio que aplicar los programas económicos impuestos por la oligarquía financiera y sus instituciones. Esto lleva al desmantelamiento del Estado de bienestar y a la destrucción de la base de derechos sobre la que se fundó. Así, a medida que crece la pobreza y sigue aumentando el número de supernumerarios expulsados de los procesos de integración, aumentan también las medidas coercitivas; esta es la reforma autoritaria del Estado capitalista.
a) Gobierno por decreto
Para aprobar una reforma ampliamente impopular entre la población francesa, el ejecutivo no ha tenido más remedio que recurrir, por undécima vez este año, al artículo 49.3 de la Constitución del 58 para eludir al Parlamento. Los partidos de la oposición, tanto de derechas como de izquierdas, no tienen especial apego a los derechos sociales de la clase trabajadora. Lo que ocurre es que, por sus intereses electorales –especialmente los del ala izquierda del Capital, como el NUPES–, han sido obligados a posicionarse en contra de la reforma. Podrían conseguir así poner de facto en peligro la posibilidad de que la reforma obtuviera la mayoría en la Asamblea.
Esta imposición del texto no hizo más que confirmar una tendencia que tiende a reforzarse desde el inicio de la reestructuración posfordista: la reducción del Parlamento a una cámara subordinada al ejecutivo, la cual sólo sirve a la dictadura del Capital como fachada democrática.
Los parlamentarios se escandalizaron por este acto autoritario, similar al decreto-ley que tan querido fue por el jurista nazi Carl Schmitt. No obstante, los que se hacen pasar por demócratas nos recuerdan a François Hollande; el cual antes de llegar al poder tachó este artículo de «negación de la democracia» por constituir una violación de la separación de poderes y, por tanto, del Estado de derecho, y tiempo más tarde, una vez llegado al poder, lo utilizó. Los parlamentarios socialdemócratas llegaron a erigirse como garantes de la soberanía y plantearon la necesidad de reformar las instituciones cambiando la Constitución. La canción es bien conocida: cambiarlo todo para no cambiar nada.
Sin embargo, aunque es verdad que el ejecutivo es objeto de algunas críticas, estas críticas no tienen efecto sobre su dominio real. Además, si es cierto que el ejecutivo concentra cada vez más poder en su seno, no se debe tanto a que la Constitución le ofrezca un truco legal, y por lo tanto la cuestión no es que bastaría con cambiar la Constitución. Lo que ocurre es que los que tienen el dinero, el medio de poder real, le ordenan actuar de cierta manera, y el gobierno puede recurrir a mecanismos jurídicos autoritarios siempre y cuando tenga el apoyo de dicha oligarquía y actúe en su beneficio. Esta reforma responde ante todo a la exigencia de destrucción del sistema de pensiones de reparto –uno de los últimos bastiones del compromiso fordista del Estado de bienestar– y de su capitalización en beneficio de la clase capitalista y, en particular, de la oligarquía financiera. Al mismo tiempo, permite reducir el gasto público y así cumplir mejor con las exigencias europeas que la Comisión ha anunciado que quiere restablecer a partir de 2024. El tecnócrata Macron no hace más que aquello para lo que le han puesto ahí, lo cual puede a veces implicar saltarse las molestas mediaciones –como el parlamentarismo– aún sabiendo que son lo que históricamente sustentan las democracias liberales. Decir, como hace NUPES, que hay que reformar las instituciones o devolverle la «soberanía al Parlamento» sin tener en cuenta los actuales límites estructurales de la acumulación que han provocado el cambio en la forma del Estado, sería, en el mejor de los casos, ingenuo, y en el peor de los casos, demagogia.
Afirmar, como han hecho otros, que se podría haber aprobado la reforma de forma más consensuada es más comprensible. La utilización del 49.3 y el exceso de celo de Macron han provocado la preocupación del Medef (el sindicato de la patronal) o incluso de las agencias de calificación como Moody’s o Fitch. Tienen dudas en cuanto a la estabilidad del país para poder realizar futuras reformas, y por lo tanto, su capacidad para reembolsar su deuda.
Por último, incluso dentro de las propias instituciones, el ejecutivo no está tan aislado como quieren hacernos ver. Tanto el Parlamento por un lado como el Consejo Constitucional por otro se mantuvieron fieles al concepto. Ya que, respectivamente, uno no siguió adelante con la moción de censura, y el otro respaldó la ley en su gran mayoría y barrió la propuesta de referéndum de iniciativa compartida.
b) Sobre la represión
El anuncio del 49.3 provocó el desbordamiento del marco de protesta restringido del que la intersindical tenía el monopolio. Esto contribuyó a la radicalización de las formas de lucha y de protesta. Las manifestaciones salvajes se multiplicaron junto con los bloqueos, las huelgas y los sabotajes. El fuego brotó de la cólera del proletariado francés y fue capaz de estallar, tanto en París como en las ciudades más pequeñas de Francia.
Sin embargo, el aparato represivo estaba más que preparado para tal eventualidad y consiguió, al haber interiorizado las enseñanzas extraídas de las movilizaciones de los Chalecos Amarillos, contener las protestas dentro de los límites de lo permisible.
Hay que decir que las últimas leyes de seguridad, en particular la Ley de Seguridad Global, han completado la imposición de un cómodo marco represivo para las fuerzas del orden. Entiéndase esto como un amplio marco legal unido a una impunidad casi total a la hora de jugar con sus límites o transgredirlo. Esto ha contribuido sobre todo a la desaparición de las condiciones de lucha y a la criminalización generalizada de cualquiera que se atreva a cuestionar el poder establecido. Esta criminalización se apoya en gran medida en un aparato mediático bajo el control burgués, siempre dispuesto a actuar sobre el sentido común en un sentido reaccionario. Sin embargo, parece que la narrativa que describe a los manifestantes como salvajes y a la policía como quien solo utilizó la fuerza como último recurso y en defensa propia, es cada vez más difícil de tragar. Sobre todo en un momento en el que las imágenes de violencia policial inundan las redes sociales.
La represión adoptó desde las formas más absurdas, como decretos anticaceroladas, hasta las formas más brutales, como cordones ilegales (la técnica «nasse»), uso de armas de guerra y drones, uso de cuerpos especializados como el BRAV-M, el CRS o el BAC, mutilaciones, detenciones arbitrarias desde el punto de vista jurídico y la condena por los tribunales mediante comparecencia inmediata de algunos de los manifestantes detenidos. La Contrôleuse Générale des Lieux de Privation de Liberté llegó a informar de que el 80% de las personas detenidas fueron puestas en libertad sin ningún procesamiento, lo que demuestra la intencionalidad detrás de estas detenciones: fichar a manifestantes en masa.
El tumulto de Sainte Soline, que tuvo lugar en la misma época, también permitió a Gérald Darmanin, Ministro del Interior, reforzar el contexto autoritario al declarar que quería disolver el colectivo Soulevements de la Terre. Esto es posible gracias a la ley contra el separatismo «islamista», cuyo objeto se ha desviado hoy para disolver también colectivos de extrema izquierda, cuando no «respetan los principios republicanos». Si observamos a lo que han quedado reducidos los principios republicanos –el nuevo lema macronista los resume a la perfección: «trabajo, orden, progreso»–, todos los grupos que sean mínimamente críticos con el gobierno están potencialmente bajo la lupa.
La actualización autoritaria del Estado francés ha llegado a tal punto que varias ONGs, el propio TEDH y la ONU se han visto obligados a fingir que se sentían ofendidos por este nivel de violencia. Cabe mencionar que las cosas no se pondrán más fáciles con los Juegos Olímpicos de 2024 en París, que ya han servido de excusa para aprobar una ley que autoriza el uso de algoritmos para procesar las imágenes grabadas por cámaras o drones.
Cuando hablamos de giro autoritario, no podemos olvidar el papel complementario que el fascismo ha jugado en la represión y en la legitimación de este, tanto en las acciones directas de sus grupúsculos neofascistas contra los manifestantes (la reaparición de la GUD en particular, manifestación neonazi en París sin presencia policial) como en su vertiente más institucionalizada de justificación ideológica del orden y la represión. Lo peor es que existe la posibilidad de que la desilusión generalizada nacida de la derrota abra las puertas del poder al partido de Marine Le Pen (que, recordemos, está a favor de la jubilación a los 67 años).
II) Sobre el papel contrarrevolucionario de la socialdemocracia
Aquí se trata ante todo de demostrar concretamente cómo la socialdemocracia –el Partido de la Reforma– en sus dos vertientes, parlamentaria y sindical, está enredada en una propuesta de salida redistributiva y estatista de la crisis. También en explicar cómo consigue, incluso cuando se podría pensar que está superada, hegemonizar lo que comúnmente se denomina «movimiento social». Se trata, además, de cuestionar la pertinencia de cualquier estrategia «movimientista», que en ausencia de organizaciones proletarias independientes y suficientemente poderosas, muy a menudo acaba beneficiando a los que están mejor organizados y son más populistas, es decir, a la socialdemocracia.
a) El ala parlamentaria de la socialdemocracia
Cabe mencionar aquí el papel de la socialdemocracia parlamentaria y su capacidad de intervención y recuperación corporativista, reformista y partidista, que ha jugado un papel secundario en las movilizaciones, pero que sin embargo ha complementado al de los sindicatos.
En pocas palabras, y como no hay nada nuevo, la táctica de la socialdemocracia ha sido apoyar las protestas para obtener a cambio apoyo en su actividad parlamentaria, y en última instancia, obtener una base electoral más amplia. Cada vez que las protestas se intensificaban, siempre había un representante de NUPES que intentaba recuperar esta rabia proponiendo constantemente una salida institucional a la crisis. Ya fuera la moción de censura al principio, el referéndum de iniciativa compartida más tarde o por último la supuesta opción de censura del Consejo Constitucional. Todas esas propuestas son sintomáticas de políticos profesionales cuya propia reproducción depende de la reproducción del Estado como tal.
También hay que mencionar que, además de llevar constantemente la protesta a la estela de las instituciones del Estado, también contribuyeron en: reducir las reivindicaciones a simples lógicas redistributivas; cuestionar las finanzas como causa y no como consecuencia del capitalismo y abogar así por un retorno a la soberanía; desacreditar el uso de la violencia como expresión de la rabia cuando no podían usarla en favor de sus intereses y, por último, contener la indignación en torno a la figura de Macron, y no en torno a todo un sistema representativo que solo representa a una ínfima minoría. Pero la palma de oro se la lleva sin duda el PCF, ya que su secretario general hizo unas declaraciones más que dudosas. Primero habló sobre la necesidad de reforzar los controles fronterizos (incluyendo obviamente a los inmigrantes que huyen de la miseria), lo cual contribuyó a la división del proletariado y a desfigurar el debate público. Y más tarde, se dedicó a condenar la «violencia» de los Black Block utilizando para ello un cartel de Mayo del 68.
b) El ala sindical de la socialdemocracia
Trataremos aquí las consecuencias de la elección de las direcciones sindicales de reunirse de manera intersindical y del papel concreto de esta reunificación durante las movilizaciones. Por supuesto, no se trata de decir que todos los sindicatos son reformistas y corporativistas al mismo nivel, ni siquiera de suprimir el hecho de que, incluso dentro de las confederaciones sindicales, algunas federaciones pueden ser más combativas que otras (pensamos en la CGT o en SUD/Solidaires), o que dentro de estas federaciones no haya sindicalistas con una verdadera voluntad revolucionaria.
Tampoco nos ocuparemos del sindicalismo ni de lo que debería ser para ser revolucionario, ya que habría que hacer una crítica integral que incluya las determinaciones del ciclo económico actual, la incapacidad de los sindicatos para renovarse junto con la reestructuración capitalista, o la escisión que reproducen entre reforma y revolución. Todo esto partiendo de la crítica marxista tradicional de los sindicatos como intermediarios en la negociación del precio de la fuerza de trabajo. En el caso francés, hay que añadir la fuerza ideológica de la Carta de Amiens (Charte d’Amiens) y la experiencia del sindicalismo revolucionario. La tarea va más allá de las ambiciones de este texto.
Los grandes sindicatos organizados dentro de la intersindical salieron a la vez reforzados y debilitados de la secuencia de protestas. Fortalecidos por un lado, ya que pudieron recuperar cierta legitimidad dentro del movimiento social (que parecían haber perdido con los Chalecos Amarillos). Llenaron un vacío, se juntaron millones de personas en torno a sus convocatorias y llevaron a cabo bloqueos, huelgas o acciones directas bien organizadas. Debilitados, por otra parte, en cuanto que ha vuelto a quedar claro que el pacto social de posguerra está agotado, el cual los aceptaba como intermediarios legítimos frente a la patronal y el Estado. Pero es este patrón de posguerra el que intentaron reproducir, en un intento partidista de recuperar políticamente las manifestaciones, e intentar tener más peso en las negociaciones. Irónicamente, cuando fueron invitados a la mesa de negociaciones, la reforma ya había sido ratificada.
En este sentido hay que entender que la táctica consistió en pacificar al máximo el movimiento. Dividieron los días de huelga y movilización para mantenerlos bajo control, y negaron la posibilidad de llamar una huelga prorrogable desde el principio. Tanto los sindicatos como los representantes del Estado se felicitan a sí mismos cuando las movilizaciones transcurren sin problemas o cuando la intersindical las define como «pacíficas, festivas y populares». Dicho esto, tampoco se trataría de fetichizar la huelga general como una solución milagrosa, ni siquiera de creer que el simple hecho de declararla bastara para que sucediera, sobre todo con la actual tasa de afiliación y con la débil organización del proletariado. La operación «Paremos Francia» del 7 de marzo nos mostró que había un desfase entre las palabras y los hechos. Sin embargo, es evidente que es necesario replantearse las formas de lucha y darse cuenta de que las cacerolas se verán rápidamente impotentes en un momento en el que el gobierno ya ni siquiera puede soportar la oposición dentro de sus propias instituciones.
El hecho de que todas sus movilizaciones estén vinculadas a la agenda electoral también es sintomático de un modelo sindical totalmente integrado en las instituciones del Estado. La próxima convocatoria del 6 de junio es en este sentido evocadora, ya que es justo antes de la aprobación del texto ante la Asamblea Nacional para una «potencial» derogación.
En cuanto a las reivindicaciones, el marco de la intersindical obligaba a encontrar la unidad a través del mínimo común denominador, el consenso más amplio: el aumento de la edad de jubilación. Temas tan centrales como los años a cotizar o la longitud de las carreras profesionales tuvieron que quedar fuera de la ecuación. Es problemática la dificultad de ponerse de acuerdo sobre ampliar las reivindicaciones a cuestiones más estructurales como los salarios directos o indirectos (por ejemplo a través del desmantelamiento de los servicios públicos) que evolucionan de forma inversamente proporcional al coste de la vida. Pero aún parece más difícil pasar de la lucha por los salarios a la lucha contra el trabajo asalariado.
La crítica marxista ha sabido señalar el problema de la burocratización de los sindicatos y su escisión de la base, reproduciendo el mismo esquema que los parlamentarios, es decir, vinculando su reproducción a la del Capital. El marxismo también ha sabido problematizar la composición orgánica de los sindicatos, dominada por la presencia de la aristocracia obrera nacional en los sectores donde la representación es mayor. Debemos aprovechar esta crítica para mostrar cómo la dominación de la aristocracia obrera pone los intereses corporativistas y nacionales por delante de los intereses universales de la clase obrera; por ejemplo, por delante de los intereses de los estratos más bajos de la clase obrera con recorridos profesionales intermitentes, de los trabajadores migrantes y de las mujeres de clase trabajadora. A estos les afectaba especialmente la reforma pero, al estar infrarrepresentados en los sindicatos, fueron excluidos de las reivindicaciones.
III) Sobre la ausencia de una alternativa real
A pesar de la deriva autoritaria del Estado que reduce los derechos políticos día a día, el proletariado francés no se ha hundido en la resignación y ha vuelto a mostrar cierta capacidad de resistencia, creatividad en las formas de lucha y, sobre todo, la voluntad de dejar de ser el objeto pasivo de la reestructuración capitalista. En el transcurso del movimiento y más allá de la simple radicalización de las formas de lucha, son también las reivindicaciones de los sectores más a la izquierda del movimiento social las que han evolucionado. Han pasado de la simple reprobación de la reforma de las pensiones a la reprobación más global de las políticas neoliberales que únicamente traen miseria. Esto fue particularmente evidente cuando el 49.3 atrajo jóvenes al movimiento, más preocupados por el auge del autoritarismo y el futuro en general que por las pensiones per sé. O puede que incluso antes. Es muy probable que cierta parte del movimiento social se dejara llevar por la dirección corporativista del Partido de la Reforma, más que por una adhesión consciente y voluntaria por falta de una alternativa mejor. Esta oleada espontánea de protestas, este deseo de autonomía al margen de las convocatorias sindicales y la proliferación de luchas, no han logrado estructurarse en torno a una estrategia de clase y dentro de mediaciones políticas suficientemente poderosas para representar una amenaza real e iniciar así un cambio verdadero. Y como siempre en este caso, estas luchas en los márgenes han acabado o sirviendo involuntariamente a los intereses de la socialdemocracia o, en su defecto, en la desesperación moral.
La lección revolucionaria que hay que extraer de este ciclo de movilizaciones no es nueva: el proletariado debe constituirse como sujeto revolucionario y para ello debe dotarse de sus propias organizaciones, independientes al Estado y a todos sus partidos, sobre todo en relación con la socialdemocracia. La independencia organizativa debe ir de la mano de la independencia ideológica. Esta independencia ideológica pasa por la reapropiación y reconstitución del programa comunista revolucionario, base sobre la que hay que articular una táctica proletaria adecuada y una estrategia de acumulación de fuerzas con vistas a la superación del capitalismo. Una vez más, independencia ideológica frente a la socialdemocracia y sus intelectuales. Por muy eruditos que sean, son incapaces de pensar en una transformación de la sociedad fuera de la categoría del Estado capitalista o fuera de las categorías básicas de la economía política que naturalizan cuestiones como el dinero o el salario.
Es, por tanto, a partir de esta constatación que debemos relanzar el debate sobre la estrategia revolucionaria centrándolo, sobre todo, en el modelo de organización revolucionario adaptado a las actuales necesidades tácticas y organizativas del proletariado, incorporando las mejores enseñanzas de las experiencias históricas del ciclo revolucionario anterior y desarrollando la capacidad real de actualizar el programa comunista revolucionario. Un modelo de organización capaz también de articular las luchas económicas y políticas y que, guiado por el internacionalismo proletario, tenga como perspectiva la construcción del socialismo a escala internacional. Por otro lado, y en vínculo dialéctico con el primer punto, es necesario impulsar una guerra ideológica y cultural para que el comunismo vuelva a ser hegemónico en el seno del proletariado, empujándolo a la autoeducación y sin relación de exterioridad entre teoría y práctica. Un proletariado que, subrayémoslo, ve sus filas masificarse día a día, no sólo en la periferia, sino también, en la coyuntura actual, en el centro imperialista.
Es importante precisar que hablar de proletariado es hablar de la clase de los desposeídos, de todos aquellos cuya única propiedad es su fuerza de trabajo, independientemente de que esta se actualice o no. Es hablar de una clase, que mientras más ahondamos en la crisis capitalista, es cada vez más numerosa y está cada vez menos integrada en las instituciones estatales. Un sujeto fragmentado en identidades oprimidas y compuesto por una gran diversidad que el programa comunista debe unificar, no bajo un programa que niegue las particularidades, sino dentro de una propuesta que sepa integrarlas atacando a la totalidad capitalista. Hay que señalar que tampoco se trata de reivindicar la condición proletaria, si no de reivindicar su superación, su negación como clase. Esto exige la expropiación concomitante de la clase opuesta. Pero sobre todo exige la superación de la lógica del Capital que divide la sociedad en clases. Dicho de otro modo, la superación de las formas sociales que hacen que, en nuestra sociedad, la reproducción de nuestras vidas dependa de la reproducción del Capital y, por tanto, de la explotación.
La crisis de acumulación y la reestructuración capitalista que ello conlleva, abren un nuevo ciclo revolucionario. Sin renunciar nunca a la independencia política, es hora de relanzar el debate sobre la estrategia revolucionaria y la organización revolucionaria.
Referencias
Julian, Ibai. La deriva autoritaria del Estado y la lucha por los derechos políticos
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Sugarren berotasunetik errautsen hotzera
Kontseilu Konstituzionalak erretreten erreformaren lege proiektua onartu bezain laster promulgatu zuen legea Macronek, gauaren erdian, hark ere bere erreformaren bideragarritasuna zalantzan jarriko balu bezala. Bazekien, errealitatean, ekintza horrek masa aurkaritzaren bukaera ekarriko zuela, eta inork ez ziola kaleari eutsiko horren ondoren, burgesiaren marko politiko-legaletik at joateko gai direnek salbu; hots, gutxiengo batek. Porrotaren irudia Kontseilu Konstituzionalaren aitzinean metaturiko ehunka poliziarena da, ilarak estu, hortzetaraino armaturik, euren kaskoen kristalek parean baturiko jendetzaren inpotentzia islatzen dutela. Ikusteko zegoen maiatzaren 1eko deialdiak zer emanen zuen. Argiki, azken urteetakoa baino masiboagoa eta borrokalariagoa izanagatik ere, azken erresistentzia baten irudia zekarren gogora. Ekainaren 6rako intersindikalak egin duen deialdiak, bi mobilizazioen artean, sei asteko tartea uzten du, eta porrotaren usaina iragarri du horrek.
Hala eta guztiz ere, mobilizazio sozialak aspaldian ikusi gabeko izaera bat hartu duela ikusita, eta gehiengoaren gaitzespena duen eta falaziazko justifikazio ezagun bat duen erreforma baten aurrean, zaila da ondoko galdera hau ez egitea: zer gehiago behar zen erreforma onartu ez zedin? Edo galdera itzulikatuz: zer falta izan zaio proletalgoari mobilizazio-ziklo honetan?
Artikulu honek auzi arantzatsu horri ekarpena egiteko erantzun-elementuak proposatzea du xede. Horretarako, beroan bero, bukatzear dagoen mobilizazio-zikloaren ezaugarri batzuei erreparatuko zaie. Mobilizazio-zikloa, lehenik eta behin, Estatuaren autoritarismoaren azkartzeak markatu du (I), ondotik, sozialdemokraziaren rol kontra-iraultzaileak (II), eta hirugarrenik, alternatiba erreal baten faltak, parlamentuz kanpoko ezkerraren partetik (III).
I) Estatu kapitalistaren erreforma autoritarioaz
Bukatzera doan mobilizazio-zikloak erakutsi digu oraindik zentzu komunak barneratuta duen zerbait dela Estatua indar ekonomikoekiko neutroa –eta gaindiezina– balitz bezala ikustea, eta kapitalismoaren kontraesanak konpontzeko geureganatu edo gure onerako erabil dezakegula pentsatzea. Alta, mobilizazio-ziklo honek berak erakutsi digu, beste behin, Estatu kapitalistaren izateko arrazoia: kosta ahala kosta, kapital metaketarako baldintzak bermatzea. Egungo munduko koiuntura ekonomikoan, irabazi tasen joera beherakorraren koiunturan, Kapitala eta lanaren arteko klase harremanaren berregituratzea bultzatzen du kapital metaketak. Horrek, langile klasearen bizi baldintzen aurkako gerraren forma hartzen du, oligarkia finantzario internazionalaren agindupean (ekonomia errealaren krisitik erauzten duena bere boterea) eta Estatuaren babespean. Zor infinitua ordaintzera kondenatua dagoen Estatua ez da gai zerga bidez bere burua finantzatzeko, eta ez du, beraz, beste alternatibarik oligarkia finantzarioak eta horren esaneko instituzioek inposatutako programa ekonomikoak ezartzea baino. Horrek guztiak Ongizate Estatuaren desegitea eta horren oinarria sostengatzen duten eskubideen suntsipena dakar. Pobrezia hazi ahala, integrazio-prozesuetatik kanporatutako supernumerarioen kopurua gorantz doa, neurri koertzitiboen gogortzearekin batera. Hori da Estatu Kapitalistaren erreforma autoritario bezala ulertzen duguna.
a) Lege dekretu bidezko gobernua
Guztiz ez-popularra den erreforma bat ezartzeko, gobernuak ez du beste aukerarik izan Parlamentuari izkin egin, eta aurten hamaikagarren aldiz, 58ko Konstituzioko 49.3 artikulua erabiltzea baino. Ez da oposizioko alderdiek, eskuinetik ezkerrera, langile klasearen eskubide sozialei dieten atxikimendu bereziagatik izan, baina euren interes elektoralistei dieten atxikimenduak erreformaren aurka posizionatzera behartu ditu –bereziki NUPES, Kapitalaren ezker hegala–. Horrekin, de facto, posible egin zezaketen erreformak Biltzar Nazionalean gehiengoa eskuratzeko aukera arriskuan egotea.
Testua indarrez ezarri izana, berregituratze postfordistatik indartu besterik egin ez den joera baten erakusle da: Parlamentua gobernuak azpiratutako ganbera bat izatera mugatuta dago. Demokrazia plantak eginez, Kapitalaren diktadurari mesede egiten dion itxurakeria bat da.
Autoritate-ekintza horrekin eskandalizatu dira parlamentariak, Carl Smith jurista naziak hainbesteko estimuan zuen lege-dekretuaren antzekoa dena. Dena den, demokrata itxurak egiten dituzten horiek François Hollande gogorarazten digute: boterera heldu aurretik, “demokraziaren ukaziotzat” jo zuen artikulua, Zuzenbide Estatuan oinarria den botere bereizketaren bortxa bailitzan. Beranduago, baina, boterera iritsi zenean, artikulua erabili zuen. Parlamentari sozialdemokratak euren burua subiranotasunaren zaindari gisara aurkezteraino iritsi dira eta Konstituzioa aldatuz instituzioak aldatzearen beharraz jardun dute. Kantua ezaguna dugu: dena aldatu deus ez aldatzeko.
Baina nahiz eta egia den gobernua kritika batzuen jopuntua izan dela, ez dirudi gai direnik haren menderatze erreala zalantzan jartzeko. Bestalde, bere eskuen artean gero eta botere gehiago kontzentratzea ez da hainbeste Konstituzioak horretarako trikimailu juridiko bat eskaintzen diolako, eta beraz kontua ez da Konstituzioa aldatzea aski litzatekeela. Kontrara, dirua dutenek, botere errealaren oinarria alegia, modu jakin batean jokatzeko (?) agintzen diote, eta gobernuak baliabide juridiko autoritarioetara jo dezake oligarkia horren babesa duen heinean, eta bere mesederako aritzen den heinean. Erreforma honek, bereziki, banaketa bidezko erretreten (pentsioen) suntsiketaren galdeari erantzuten dio –Ongizate Estatuaren konpromiso fordistaren azken hondarretako bat–, baita horren kapitalizazioari ere, klase kapitalistaren eta, nagusiki, oligarkia finantzarioaren mesederako. Gisa berean, gastu publikoa murriztea eta, beraz, erdietsi beharreko Europako exijentziei hobeki erantzutea ahalbidetzen die; Batzordeak iragarri baitu 2024tik aurrera berrezarri nahi dituela exijentzia horiek. Macron teknokrata, dagoen lekuan ezarria izateko arrazoia baizik ez da betetzen ari, horretarako bitartekari trabagarriak bizkar jarri behar baditu ere –hala nola, parlamentarismoa–, historikoki demokrazia liberalen zutabe izan direla jakin arren. Instituzioak erreformatu behar direla eta “Parlamentuari subiranotasuna” itzuli behar zaiola aldarrikatzen du NUPESek. Aldarrikapen horiek egitea, metaketak gaur egun dituen egiturazko mugak edo ezintasunak (Estatuaren forma aldatzea eragin dutenak) aintzat hartu gabe, onenean, inozokeriaren zantzua da, baina okerrenean, demagogia da.
Errazago uler liteke, beste batzuek egin duten bezala, baieztatzea agian erreforma adostasun handiagoa bilatuta ezar zitekeela. 49.3 artikuluaren erabilerak eta Macronen diligentzia zorrotzegiak kezka sortu dute patronalaren sindikatua den Medefen edo Moody’s edo Fitchen bezalako kalifikazio agentzietan. Izan ere, datozen erreformei begira, zalantzak dituzte Frantziako Estatuaren egonkortasunari dagokionez, eta, beraz, dituen zorrak ordaintzeko duen gaitasunari dagokionez.
Azkenik, eta instituzioen barruan, gobernua ez dago erakutsi nahi diguten bezain isolatua. Batetik Parlamentua eta bestetik Kontseilu Konstituzionala kontzeptuari leial mantendu dira. Hurrenez hurren, batek ez zuen zentsura mozioa bururaino eraman, eta, besteak, legearen gehiengoa babestu eta iniziatiba parkekatuko erreferendum proposamena baztertu zuen.
b) Errepresioaz
49.3 artikuluaren iragartzeak, intersindikalaren monopoliopean zen protesta-marko hertsiak gainezka egitea ekarri zuen, borroka eta protesta moduen erradikalizazioa eraginez. Manifestaldi basatiak biderkatu ziren, eta blokeoak, grebak eta sabotajeak ugaritu. Frantziako proletalgoaren itolarriak su hartu zuen eta gai izan zen Parisen zein Frantziako herri ttipietan eztanda egiteko.
Ordea, aparatu errepresiboa horrelako aukera baterako prest zegoen eta lortu du, Jaka Horien mobilizazioetatik ateratako irakaspenak barneratuta, protestak baldintza onargarrien barruan mantentzea.
Erran beharrekoa da azken segurtasun legeek, Segurtasun Orokorreko Legea kasu, segurtasun-indarrentzako errepresio-marko eroso bat inposatu dutela. Marko legal zabal modura ulertu behar da hori, bere mugekin jolasteko edo muga horiek hausteko orduan inpunitate ia osoa bermatzen diena. Horrek guztiak eragina eduki du borrokarako baldintzen desagerpenean eta boterea zalantzan jartzera ausar litekeen edonoren aurkako kriminalizazio orokortuan. Kriminalizazio horren sostengu da burgesiaren kontrolpeko aparatu mediatikoa, zeina beti prest agertu den zentzu komunean esku hartzeko, norantza erreakzionarioan. Hala ere, manifestariak basatien moduan eta segurtasun-indarrak bortizkeria defentsa legitimozko edo azken muturreko kasuetan baizik erabiliko ez balute bezala aurkezten dituen errelatoa gero eta zailagoa da sinesten. Batez ere, sare sozialak poliziaren bortizkeria erakusten duten irudiez gainezka dauden une batean.
Errepresioak forma ugari izan ditu mobilizazio-ziklo honetan, formarik absurdoenekin hasi (lapikokaden kontrako dekretuak) eta formarik bortitzenekin amaitzeraino. Adibidez, legez kontrako polizia-lerroak («nasse» teknika); gerra-armen eta dronen erabilera; BRAV-M, CRS edo BAC bezalako polizia-indar berezien erabilera; mutilazioak; ikuspegi juridikotik erabat arbitrarioak diren atxiloketak, eta epaitegiek berehalako epaiketen bidez ezarritako kondenak, atxilotutako manifestari batzuekin egin bezala. Askatasun Murriztuko Guneen Behatzaile Nagusiaren (La Contrôleuse Générale des Lieux de Privation de Liberté) arabera, atxilotuak izan diren pertsonen %80 auzipetu gabe geratu dira aske. Horrek argi utzi du atxiloketen atzean gordetzen zen asmoa: manifestariak masiboki fitxatzea.
Garai berean gertatu ziren Sainte-Solineko istiluek Gérald Darmanin Barne ministroari testuinguru autoritarioa indartzea ahalbidetu zioten. Izan ere, Lurraren Altxamenduak (Soulevements de la Terre) kolektiboa desegiteko nahia erakutsi zuen. Legez kanpo uzteko aukera hori separatismo “islamistaren” kontrako legeak ematen dio, gaur egun xedea desbideratu baita eta ezker muturreko taldeak desegiteko ere baliagarria baita, “bide-lerro errepublikanoak errespetatzen ez dituztenean”. Ikusita bide-lerro horiek zertan bihurtu diren –lelo macronistak ezin hobeki laburbiltzen ditu: “lana, ordena, garapena”–, gobernuarekiko kritiko agertzen den edozein talde dago arriskuan.
Frantziako Estatuaren eguneratze autoritarioa hainbesteraino iritsi da non Gobernuz Kanpoko hainbat Erakundek, Giza Eskubideen Europako Hitzarmenak nahiz Nazio Batuen Erakundeak behartuta ikusi duten euren burua gisa horretako bortizkeria maila baten aurrean asaldatu plantak egitera. Zehaztekoa da, gainera, 2024an Parisen eginen diren Joko Olinpikoen testuinguruan, gauzak ez direla hobetuko. Joko Olinpikoen aitzakiapean, jada, dronek edo kamerek hartutako irudiak baliatzeko algoritmoen erabilera baimentzen duen lege bat onartu dute.
Biraketa autoritarioaz hitz egiten dugunean, ezin dugu aipatu gabe utzi faxismoak errepresioa gauzatzeko eta legitimizatzeko bete duen zeregin osagarria. Alde batetik, manifestarien aurka taldexka neofaxistek egindako ekintza zuzenekin (hala nola, GUDen berrosaketa, Parisen poliziaren inolako presentziarik gabe izan zen manifestaldi neonazia), eta beste alde batetik, zentzu instituzionalizatuago batekin, ordena eta errepresioa ideologikoki justifikatuz. Okerrena da posible dela porrotak eragindako desilusio orokortuak Marine Le Penen alderdiari botererako ateak irekitzea (oroitaraz dezagun erretiroa 67 urterekin hartzearen alde direla).
II) Sozialdemokrazioaren rol kontrairaultzaileaz
Zati honetan azaldu beharko genuke nola sozialdemokraziak –Erreformaren Alderdia–, bere bi adierazpenetan, parlamentarioa eta sindikala, krisiaren aterabide estatistaren eta birbanaketaren bidezko proposamenei eusten dien. Bestalde, “mugimendu soziala” deitu ohi dena hegemonizatzeko duen gaitasuna –gaindituta dagoela eman dezakeen uneetan barne– ere azaldu beharko litzateke. Gainera, edozein estrategia ”mugimentistaren” egokitasuna kolokan jartzea ere bada helburuetako bat zati honetan, antolaketa proletario independente eta nahikoa indartsuen faltan, ongien antolatuta daudenei eta populistenak direnei mesede egiten bukatzen baitute; hots, sozialdemokraziari.
a) Sozialdemokraziaren hegal parlamentarioa
Hasteko, labur bada ere, sozialdemokrazia parlamentarioaren rola eta haren interbentzio gaitasuna zein errekuperazio korporatibista, erreformista eta alderdikoia aipatu behar genituzke. Mobilizazioetan bigarren mailako rola izan du, baina sindikatuekiko osagarria izan da.
Hitz gutxitan esanda, eta berria ez denez, sozialdemokraziaren taktika protestak babestea izan da, trukean bere jarduera parlamentariorako sostengu bat izateko, eta, azken buruan, hautesle-oinarri zabalago bat lortzeko. Protestak biziagotzen ziren aldiro, NUPESeko ordezkari bat saiatzen zen haserre hori berreskuratzen, krisiari aterabide instituzional bat proposatuz. Izan zentsura mozioa hasieran, iniziatiba partekatuko erreferenduma gero, edota Kontseilu Konstituzionalaren zentsurarako ustezko aukera azkenik. Proposamen horiek guztiak sintomatikoak dira politikari profesionalengan, Estatuaren erreprodukzioak baldintzatzen baitu euren buruaren erreprodukzioa.
Horrez gain, aipatu behar da, protestak etengabe Estatuaren instituzioen itzalpera eramateaz gain, ondokoa elikatu dutela: aldarriak birbanaketa-logika sinpleetara mugatzea; finantza kausa bezala seinalatzea, kapitalismoaren ondorio bezala beharrean, eta, horrenbestez subirautza berreskuratzea aldarrikatzea; bortizkeriari zilegitasuna kentzea haserrearen adierazpen modura, euren mesederako erabili ezin zutenean, eta, azkenik, ezinegona Macronen figuraren inguruan mantentzea, gutxiengo txiki bat baizik ordezkatzen ez duen ordezkaritza sistema osoa seinalatu beharrean. Urrezko saria zalantzarik gabe PCFri eman beharko zaio, idazkari orokorraren ahotik, susmoa baizik piztu ezin duten hitzak entzunik. Izan ere, mugetan kontrolak indartzeko beharraz hitz egin zuen lehenengo (miseriatik ihesi doazen immigranteak ere barne hartuz), eta proletalgoaren zatiketa lagundu eta eztabaida publikoa desbideratu zuen horrek. Horrez gain, mobilizazioetako Black Block direlakoak gaitzetsi ditu, horretarako 68ko Maiatzeko afixa bat erabilita.
b) Sozialdemokraziaren hegal sindikala
Sindikatuen zuzendaritzek modu intersindikalean batzeko egindako hautuaren ondorioez jardungo dugu hemen, baita bateratze horrek mobilizazioetan izan duen zeregin konkretuaz ere. Ez da, noski, esan nahi sindikatu guztiak maila berean erreformistak eta korporatibistak direnik; ez da ukatu nahi konfederazio sindikalen barruan federazio batzuk beste batzuk baino borrokalariagoak izan daitezkeenik (CGT edo SUD/Solidaires ditugu buruan), ez eta federazio horietan egiazko borondate iraultzailea duten militante sindikalistak daudenik ere.
Ez gara sindikalismoaz edo sindikalismoak, iraultzailea izateko, izan beharko lukeenaz ariko. Horretarako kritika integral bat egin beharko litzateke, kontuan hartuta gaur egungo ziklo ekonomikoaren determinazioak, sindikatuen ezintasuna kapitalismoaren berregituratzearen aurrean berritzeko, baita erreforma eta iraultzaren artean erreproduzitzen duten zatiketa ere. Hori guztia, kritika tradizional marxistan oinarrituta, sindikatuak lan-indarraren presioaren bitartekari bezala kokatzen dituena. Frantziako kasuan, Amienseko Gutunaren (Charte d’Amiens) indar ideologikoa gaineratu beharko litzateke, baita sindikalismo iraultzailearen esperientzia ere. Baina zeregin horrek testu honen asmoak gainditzen ditu.
Intersindikalaren barruan antolatutako sindikatu handiak aldi berean indarturik eta ahuldurik atera ziren protesten ziklotik. Indarturik, alde batetik, mugimendu sozialaren barruan nolabaiteko legitimitate bat berreskuratu dutelako –Jaka Horiekin galdu zutela zirudiena–. Hutsune bat bete zuten, euren deialdietan milioika pertsona elkartu ziren eta ongi antolaturiko blokeatzeak, grebak eta ekintza zuzenak egin zituzten. Ahulduak, beste aldetik, beste behin argi ikusi delako gerra osteko itun soziala, sindikatuak patronalaren eta Estatuaren aurrean bitartekari legitimo bezala onartzen zituena, agortu dela. Baina eredu hori bera da birproduzitzen saiatu direna, manifestaldiak politikoki berreskuratzeko eta negoziaketetan pisu handiagoa izateko saiakera alderdikoi batean. Zortearen ironia: negoziaketa-mahaira gonbidatu zituztenerako, erreforma jadanik onartuta zegoen.
Zentzu horretan ulertu behar da taktika, hain zuzen, mugimendua ahal bezainbeste baketzekoa izan dela. Greba eta mobilizazio egunak zatitu zituzten, kontrolpean mantendu ahal izateko, eta greba mugagabera deitzeko aukera ukatu zuten hasieratik. Sindikatuek nahiz Estatuko ordezkariek euren burua zoriontzen dute mobilizazioak istilurik gabe igarotzen direnean, edo, intersindikalaren hitzak ekarriz “baketsuak, festa-girokoak eta popularrak” direnean. Hala ere, eta alderantziz, kontua ez da, batzuek egin duten bezala, greba mugagabea mirarizko irtenbide bezala fetitxizatzea, edo pentsatzea greba mugagabera deitzea bakarrik nahikoa izango litzatekeela hura gertatzeko, gaur egungo afiliazio tasa eta proletalgoaren antolakuntza ahula ikusita batez ere. Martxoaren 7ko “Frantzia gelditu” operazioak ongi erakutsi digu hitzetatik ekintzetara dagoen tartea. Alabaina, argi da beharrezkoa dela protesta eredua birpentsatzea eta lapikoak azkar erortzen direla inpotentzian, botereak bere instituzio propioetako oposizioa ere jasaten ez duen garaian.
Euren mobilizazio guztiak agenda elektoralari lotuta egotea ere Estatuko instituzioetan guztiz integratuta dagoen eredu sindikal baten erakusle da. Hurrengo deialdia, ekainaren 6koa, esanguratsua da zentzu horretan, indargabetze posible baterako “aukera” ireki dezakeen testua Biltzar Nazionalean onartu baino lehen kokatua baitute justu.
Aldarriei dagokienez, intersindikalaren barruan antolatzeak berekin dakar batasuna gutxieneko izendatzaile komunaren bidez aurkitzea; kontsentsu zabalenaren bidez: erretiroa hartzeko adinaren atzeratzea. Kotizatu beharreko urteen ala karrera profesionalen luzeeraren gisako gai zentralak, adibidez, bazter gelditu dira ekuazioan. Problematikoa da aldarriak egiturazkoagoak diren auzietara zabaltzeko orduan ados jartzeko ezintasuna; hala nola lansari zuzen eta zeharkakoen auzira (adibidez zerbitzu publikoen desegitearen bidez), bizitzaren garestitzearekin alderatuta, alderantzizko bilakaera proportzionala izaten ari baitira. Baina are zailagoa dirudi, lansarien defentsan egindako borrokatik, saripeko lanaren aurkako borrokara pasatzea.
Kritika marxistak jakin du sindikatuen burokratizazioa eta oinarriarekiko banaketa seinalatzen, eta parlamentariek jarraitzen duten eredu berdina jarraitzen dutela erakusten; alegia, euren erreprodukzioa Kapitalarenarekin lotzea. Sindikatuen osaera organikoa problematizatzen ere jakin du marxismoak, ordezkaritza handiagoa den sektoreetan, langile aristokrazia nazionalaren presentzia nagusi dela azaleratuz. Kritika hori baliatu behar dugu erakusteko nola langile aristokraziaren nagusitasunak interes korporatibista eta nazionalak lehenesten dituen, langile klasearen interes unibertsalen gainetik; esaterako, ibilbide profesional gorabeheratsuak dituzten langile klaseko sektore apalenen, langile etorkinen edota langile klaseko emakumeen interesen gainetik. Erreformak bereziki eragiten zien horiei, baina aldarrietatik kanpo gelditu dira, sindikatuetan ez direlako ia ordezkatuak.
III) Alternatiba errealaren falta
Estatuaren deriba autoritarioak eskubide politikoak ezerezera murrizten dituen arren, Frantziako proletalgoa ez da etsipenean erori. Beste behin erakutsi ditu nolabaiteko erresistentzia gaitasuna, sormena borroka egiteko moduei dagokienez, eta, batez ere, berregituratze kapitalistaren objektu pasibo ez izateko borondatea. Mugimenduak aurrera egin ahala, borroka formen erradikalizazio soiletik harago, mugimendu sozialean ezkerren kokatzen diren sektoreen aldarriak ere eraldatu dira, erretreten erreformaren gaitzespenetik, miseria soilik dakarten politika neoliberal orokorren gaitzespenera igarota. Hori bereziki nabarmena izan zen 49.3 artikuluaren ezarpenak gazteria batu zuenean mugimendura, erretretek baino gehiago, autoritarismoaren gorakadak eta orokorrean etorkizunak kezkaturik. Hori baino lehenago ere izan zen agian. Litekeena da mugimendu sozialaren zati bat Erreformaren Alderdiaren norabide korporatibistak eramanda batu izana, kontzienteki eta borondatez baino, alternatiba hobe baten faltan. Protesta-olatu espontaneo horrek, sindikatuen deialdiekiko autonomia nahi horrek eta borroken ugaritze horrek, ordea, ez dute lortu klase estrategia baten baitan egituratzea, ez eta bitartekaritza politiko nahikoa indartsu bat eratzea, benetako mehatxu bat izateko eta, horrela, aldaketa erreal bati ekiteko. Eta kasu horretan beti gertatzen den bezala, bazterretako borrokek, nahi gabe ere, sozialdemokrazioaren interesen mesedera ez bada, etsipen moralean bukatu dute.
Mobilizazio ziklo horretatik atera beharreko irakaspen iraultzailea ez da berria: proletalgoak subjektu iraultzaile gisara eratu behar du eta horretarako bere instituzio propioak eratu behar ditu, Estatuarekiko eta alderdiekiko modu independentean; bereziki, sozialdemokraziarekiko. Antolakuntza independenteak independentzia ideologikoaren eskutik joan behar du. Independentzia ideologiko hori lotuta dago programa iraultzaile komunistaren berreskuratzearekin eta eraberritzearekin, eta oinarri horretatik egituratu behar da proletalgoaren taktika egoki bat eta indarren metaketarako estrategia bat, kapitalismoaren gaindipenari begira. Beste behin ere, independentzia ideologikoa sozialdemokraziaren eta bere intelektualen aurrean. Jakintsuak eman dezaketen arren, ez dira gai eraldaketa Estatu kapitalistaren kategoriatik at ez eta, sarri, ekonomia politikoaren kategorietatik at pentsatzeko; esaterako, diruaren edo lansariaren kategorietatik kanpo.
Egiaztapen horretatik abiatuta jarri behar dugu berriro mahai gainean estrategia iraultzaileari buruzko eztabaida, batez ere, proletalgoaren gaur egungo behar taktikoetara eta antolakuntza-beharretara egokituriko antolakuntza-eredu iraultzailea erdira eramanda; horretarako, aurreko ziklo iraultzaileko esperientzia historikoetako esperientzia onenak txertatuta eta programa komunista iraultzailea gaurkotzeko gaitasun erreala garatuta. Borroka ekonomiko eta politikoak artikulatzeko gai izango litzatekeen antolakuntza-eredu batez ariko ginateke, eta proletalgoaren internazionalismoak gidatuta, nazioartean sozialismoaren eraikuntza ortzi-mugatzat izango lukeena. Bestalde, eta lehen puntuarekin lotura dialektikoan, gerra ideologiko eta kulturalari bultzada eman behar zaio, komunismoa berriz ere hegemonikoa izan dadin proletalgoaren barnean; auto-heziketara bultzatuta eta teoria eta praktikaren arteko kanpokotasun-harremanik gabe. Nabarmendu behar dugu proletalgo horrek egunero ikusten duela nola ari den masifikatzen, eta ez soilik periferian. Gaur egungo koiunturan, hala da zentro inperialistan ere.
Garrantzitsua da honakoa zehaztea: langileriaz hitz egitea desjabetuen klaseari buruz hitz egitea da; alegia, jabetza bakar modura euren lan-indarra duten guztiei buruz, lan-indar hori eguneratzen den edo ez aparte utzita. Krisi kapitalistan gero eta gehiago sakondu ahala, gero eta zabalagoa den eta Estatuaren instituzioetan gero eta gutxiago integratzen den klase bati buruz hitz egitea da. Zapaldutako identitateetan zatitutako subjektu bat da eta aniztasun handi batek osatzen duena; eta programa komunistak batu behar duena. Ez berezitasunak ukatzen dituen programa baten baitan, berezitasun horiek osotasun kapitalistari eraso eginez integratzen jakingo duen proposamen baten baitan baizik. Zehaztu dezagun kontua ez dela proletalgo-kondizioa aldarrikatzea, horren gaindipena eta klase desjabetzea aldarrikatzea baizik. Horrek, aldi berean, aurkako klasearen desjabetzea eskatzen du; baina, bereziki, gizartea klasetan banatzen duen Kapitalaren logikaren gaindipena eskatzen du. Edo bestela esanda, gure bizien erreprodukzioa Kapitalaren erreprodukzioren eta, beraz, esplotazioren eskutik joatea eragiten duten forma sozialen gaindipena.
Metaketa-krisiak eta horrek eragindako berregituraketa kapitalistak ziklo iraultzaile berri bat irekitzen dute. Independentzia politikoari heldu eta estrategia iraultzailearen zein antolakuntza iraultzailearen eztabaidei ekiteko ordua dugu.
Erreferentziak
Julian, Ibai. Estatuaren bilakaera autoritarioa eta eskubide politikoen aldeko borroka
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De la chaleur des flammes à la froideur des cendres
Après que la Conseil Constitutionnelle a validé le projet de loi sur la réforme des retraites, Macron s’est empressé de promulguer la loi, en plein milieu de la nuit, comme si lui-même avait fini par douter de la viabilité de sa réforme. Il savait en réalité que cet acte signifiait la fin de l’opposition de masse et qu’une minorité seulement, composée de ceux capables de transcender le cadre politico-légal bourgeois, continuerait à tenir la rue après cela. L’image de la défaite aura été celle des centaines de policiers entassés devant le Conseil Constitutionnel, rang serré, armés jusqu’aux dents et dont la visière du casque reflétait l’impuissance d’une foule amassée devant eux. Restait à voir ce que donnerait l’appel du 1er mai. S’il a assurément été plus massif et combatif que celui des dernières années, celui-ci sonnait tout de même comme un baroud d’honneur. L’appel du 6 juin de la part de l’intersyndicaleà 6 semaines d’intervalle du 1er mai a définitivement un goût de défaite.
Pourtant, si l’on s’en tient au caractère quasi-inédit de la mobilisation sociale et du rejet majoritairement partagé d’une réforme dont tout le monde sait la justification fallacieuse, la question qu’il était difficile de ne pas se poser est la suivante : que fallait-il de plus pour que, a minima, la réforme ne passe pas? Ou pris d’un autre point de vue: qu’a-t-il manqué au prolétariat durant ce cycle de mobilisations?
Cet article se propose de tenter d’apporter des éléments de réponse à cette question épineuse, et pour cela, de revenir, à chaud, sur certaines des caractéristiques du cycle de mobilisation qui vient de s’écouler. Celui-ci a tout d’abord été marqué par un autoritarisme grandissant de l’État (I) par le rôle contre-révolutionnaire de la sociale démocratie ensuite (II) et pour finir, par l’absence d’alternative réelle au sein de la gauche extra-parlementaire (III).
I) Sur la réforme autoritaire de l’État capitaliste
Le cycle de mobilisations qui s’achève a montré qu’il était encore un lieu commun de réifier l’Étatcomme étant une chose neutre par rapport aux relations économiques, dont on pourrait se saisir ou faire infléchir en sa faveur pour résoudre les contradictions du capitalisme. Pourtant, ce même cycle a aussi révélé, encore une fois, la véritable raison d’être de l’État capitaliste: garantir quoi qu’il en coûte les conditions de l’accumulation du capital. Et dans la conjoncture économique globale actuelle de chute des taux de profits, l’accumulation du capital passe par la restructuration de la relation de classe entre capital et travail. Celle-ci prend la forme d’une guerre généralisée contre les conditions de vie de la classe ouvrière, sous le commandement de l’oligarchie financière internationale (qui tire son pouvoir d’une crise dans l’économie réelle) et sous l’égide de l’État. État, qui incapable de s’auto-financer via la levée des impôts se voit condamner à rembourser une dette infinie et n’a donc plus d’autre choix que d’appliquer les programmes économiques imposées par l’oligarchie financière et ses institutions. Cela est à l’origine du démantèlement de l’État social ainsi que de la destruction du socle de droits sur lequel celui-ci se fondait. Ainsi, à mesure que la misère grandit et que le nombre de surnuméraires éjectés du giron de l’intégration ne cesse d’augmenter, grandissent aussi les mesures coercitives : c’est la réforme autoritaire de l’Etat capitaliste.
a) Le gouvernement par décret-loi
Pour faire passer une réforme largement impopulaire auprès de la population française, l’exécutif n’avait pas d’autre choix que d’avoir recours, pour la onzième fois cette année, à l’article 49.3 de la Constitution de 58 pour outrepasser le Parlement. Non pas que les partis de l’opposition, de droite comme de gauche, soient particulièrement attachés aux droits sociaux de la classe ouvrière, mais bien plutôt que leurs intérêts électoraux les obligeaient à se positionner en défaveur de la réforme –surtout ceux de l’aile gauche du Capital comme la NUPES–. Cet élément mettant de facto en péril la possibilité d’obtenir la majorité à l’assemblée.
Ce passage en force du texte n’a fait que confirmer une tendance qui tend à se renforcer depuis le début de la restructuration post-fordiste: la réduction du parlement à une chambre d’enregistrement de l’exécutif qui ne sert à la dictature du capital que comme apparat démocratique.
Les parlementaires se sont scandalisés de cet acte autoritaire semblable au décret-loi cher au juriste nazillon Carl Schmitt. Les plus démocrates d’entre eux se sont exprimés dans les termes de François Hollande fustigeant cet article de la constitution comme étant un “déni de démocratie”, constitutif d’une violation de la séparation des pouvoirs et partant, de l’État de droit. À l’image de François Hollande qui a lui-même fini par utiliser cet article durant son mandat, ils perdraient assurément de leur fougue une fois arrivée au pouvoir. Ils sont pourtant allés jusqu’à s’ériger en garant de la souveraineté et ont mis en avant la nécessité de réformer les institutions en changeant de constitution. La chanson est bien connue: tout changer pour ne rien changer.
Cependant, s’il est vrai que l’exécutif essuie actuellement quelques critiques de façade, celles-ci ne semblent pas en mesure d’entamer sa domination réelle. Et du reste, si celui-ci concentre effectivement de plus en plus de pouvoir entre ses mains, ce n’est pas tant dû au fait que la constitution lui offre un tour de passe-passe juridique, mais plutôt parce que ceux qui détiennent l’argent, support du pouvoir réel, lui enjoignent d’agir de la sorte en lui donnant les moyens de leurs ambitions. Cette réforme répond en effet et avant tout à la demande de destruction de la retraite par répartition –l’un des derniers bastion du compromis fordiste de l’État providence– et à la capitalisation de celle-ci au profit de la classe des capitalistes et particulièrement de l’oligarchie financière. Elle permet par la même de baisser les dépenses publiques et donc de mieux se plier aux exigences européennes que la Commission a annoncé vouloir rétablir à partir de 2024. Le technocrate Macron ne faisait donc ici que ce pourquoi il a été mis là où il est, quitte à se mettre à dos les médiations gênantes –comme le parlementarisme– qui fondent pourtant historiquement les démocraties libérales. Oser prétendre comme le fait la NUPES que réformer les institutions ou rendre la “souveraineté au parlement” –sans prendre en compte les limites structurelles actuelles de l’accumulation à l’origine du changement de forme de l’État– serait la solution, c’est au mieux de la naïveté, au pire de la démagogie.
Prétendre comme d’autres l’ont fait qu’il pouvait éventuellement faire passer la réforme d’une manière plus consensuelle, cela peut plus aisément s’entendre. Son excès de zèle lui a d’ailleurs valu les inquiétudes du Medef, des agences de notation comme Moody’s ou Fitch quant à la stabilité du pays français pour les réformes à venir, et donc à sa capacité à rembourser ses dettes, après l’usage du 49.3.
Enfin et même au sein même des institutions bourgeoises, l’exécutif n’est pas si isolé qu’on ne le prétend. Que ce soit le parlement d’un côté qui n’est pas allé au bout de la motion de censure ou le Conseil Constitutionnel de l’autre qui a avalisé la loi dans sa grande majorité et balayé d’un revers de main la proposition du référendum d’initiative partagée, tous deux sont en dernier instance, restés fidèles à leur concept.
b) Sur la répression
L’annonce du 49.3 a entraîné le dépassement du cadre de protestation restreint dont l’intersyndicale avait le monopole et a contribué à la radicalisation des formes de lutte et de protestation. Les manifestations sauvages se sont multipliées, les blocages, les grèves et sabotages ont pullulé et le feu a jailli de la colère du prolétariat français capable de se mettre n’importe où et n’importe quand en éruption.
Cependant, l’appareil répressif était plus que préparé à une telle éventualité et a réussi, fort des leçons tirées des mobilisations des Gilets jaunes, à contenir les protestations dans les limites de l’acceptable.
Il faut dire que les dernières lois sécuritaires, notamment la loi sécurité globale, ont achevé d’imposer un cadre répressif confortable. Entendons par là un cadre légal extensif, doublé d’une impunité quasi-totale pour les forces de l’ordre au moment de jouer avec les limites de ce cadre légal ou de le transgresser. Ces lois ont contribué également à la disparition des conditions de lutte et à la criminalisation généralisée de quiconque ose remettre en cause le pouvoir établi. Criminalisation largement épaulée par un appareil médiatique sous contrôle bourgeois, toujours prompt à agir sur le sens commun dans un sens contre-révolutionnaire. Toutefois, il semble que le récit dépeignant les manifestants comme étant des sauvages et les forces de l’ordre comme ne faisant preuve de violence qu’en dernière instance et par légitime défense soit de plus en plus difficile à faire avaler. Plus difficile encore à l’heure où les images de violences policières inondent les réseaux sociaux.
La répression a pris la forme de mesures absurdes comme les arrêtés anti-casseroles. Elle a aussi pris la forme de mesures bien plus brutales comme les nasses illégales, l’utilisation d’armes de guerre et de drones, de corps spécialisés comme la BRAV-M, les CRS ou encore la BAC, de mutilations, d’arrestations arbitraires, de garde-a-vue totalement infondées au regard de la loi et de broyage judiciaire des manifestants au travers de la comparution immédiate. La Contrôleuse Générale des Lieux de Privation de Liberté a même pu s’étonner du fait que 80% des personnes interpellées ont été relâchées sans aucune poursuite. L’intention réelle de ces arrestations massives saute pourtant aux yeux: ficher en masse les manifestants.
Les tumultes de Sainte Soline qui se déroulaient dans un même trait de temps, ont également permis à Gérald Darmanin, ministre de l’intérieur, d’affermir le contexte autoritaire en affirmant vouloir dissoudre le collectif des Soulevements de la Terre. Rappelons que cette possibilité lui est offerte par la loi supposément dirigée contre le séparatisme “islamiste” et dont l’objet a été détourné aujourd’hui pour dissoudre aussi les groupes d’extrême gauche, lorsqu’ils ne “respectent pas les principes républicains”. A voir ce à quoi sont réduits les principes républicains, que la nouvelle devise Macroniste résume parfaitement : “travail, ordre, progrès”; tous les groupes un tant soit peu critique à l’égard du pouvoir sont potentiellement sous le coup de la loi. Les dernières menaces interposées du ministre de l’intérieur et de la première ministre à l’encontre de la LDH en attestent en ce sens.
L’actualisation autoritaire de l’Etat français a d’ailleurs atteint un tel stade que différentes ONG, La CEDH elle-même ou encore l’ONU se sont senties obligées de faire semblant de s’offusquer d’un tel niveau de violence. A noter que les choses n’iront pas en s’arrangeant avec les Jeux olympiques 2024 à Paris qui ont d’ores-et-déjà servis d’excuse pour faire passer une loi qui autorise le recours aux algorithmes pour le traitement des images enregistrées par des caméras ou des drones.
Et lorsque l’on parle d’un virage autoritaire, on ne peut pas ne pas mentionner le rôle complémentaire qu’a pu jouer le fascisme dans la répression et dans la légitimation de celle-ci. Que ce soit au niveau des actions directes de ses groupuscules néofascistes contre les manifestants (réapparition du GUD notamment, manifestation néo-nazi dans Paris sans aucune présence policière) ou au niveau plus institutionnalisé de justification idéologique de l’ordre et de la répression. Le pire, c’est qu’il est fort probable que la désillusion généralisée née de la défaite rapproche encore plus du pouvoirMarine Le Pen (qui rappelons le est en faveur de la retraite à 67 ans).
II) Sur le rôle contre-révolutionnaire de la sociale démocratie
l s’agit avant tout ici de démontrer concrètement comment la sociale démocratie –le Parti de la Réforme– dans ses deux versants parlementaires et syndicaux est empêtrée dans une proposition de sortie redistributive et étatiste à la crise, et comment elle parvient, même lorsque l’on pourrait croire qu’elle est dépassée, à hégémoniser une grande partie du “mouvement social”. Il s’agit aussi de remettre en cause la pertinence de toute stratégie “mouvementiste”, qui, en l’absence d’organisations prolétariennes indépendantes et suffisamment puissantes, finit bien souvent par profiter à ceux qui sont les mieux organisés et qui sont les plus populistes, c’est-à-dire à la social-démocratie.
a) L’aile parlementaire sociale-démocrate
Il convient de mentionner rapidement ici le rôle de la social-démocratie parlementaire, de ses politiciens professionnels et de sa capacité d’intervention et de récupération corporatiste, réformiste et partisane, qui a joué un rôle secondaire dans les mobilisations quoique complémentaire à celui des syndicats.
Pour faire simple et puisqu’il n’y a rien de nouveau, la tactique de la social-démocratie a été de soutenir les protestations afin d’obtenir en retour un appui pour son activité parlementaire et in fine, afin d’obtenir une base électorale plus ample. À chaque fois que les protestations allaient en s’intensifiant, il y avait toujours un représentant de la NUPES qui tentait de récupérer cette colère en proposant constamment une débouchée institutionnelle à la crise. Que ce soit pour la motion de censure au départ, pour le référendum d’initiative partagée plus tard ou encore pour la décision du Conseil constitutionnel, toutes ces propositions sont symptomatiques de politiciens professionnels dont la reproduction de l’Etat en tant que tel est fonction de leur propre reproduction.
Il faut aussi mentionner qu’en plus de reconduire constamment la contestation dans les sillages des institutions étatiques, ils ont contribué également à: cantonner les revendications aux simples logiques réformistes; interpeller la finance en tant que cause plutôt qu’en tant que conséquence du capitalisme et à prôner de ce fait le retour à la souveraineté; à décrédibiliser l’usage de la violence comme expression de la colère quand ils ne pouvaient la récupérer dans leurs intérêts et enfin; à contenir l’indignation autour de la figure de Macron, et non contre un système représentatif bourgeois qui ne représente plus qu’une infime minorité. La palme d’or revient sûrement au secrétaire national du PCF qui s’est d’abord rendu coupable d’une sortie plus que douteuse concernant la nécessité de renforcer les contrôles aux frontières (y incluant visiblement aussi les immigrés fuyant la misère), contribuant ainsi à la division du prolétariat et au détournement du débat public. Puis dans un second temps, il s’est employé à condamner les “violences” des Black Blocks en mobilisant à nouveau une affiche de Mai 68.
b) L’aile syndicale de la sociale démocratie
Nous traiterons ici des conséquences du choix des directions syndicales de se réunir en intersyndicale et du rôle concret de cette réunification durant les mobilisations. Bien entendu, il ne s’agit pas de dire que tous les syndicats sont réformistes et corporatistes au même niveau, ni même d’effacer le fait qu’à l’intérieur même des confédérations syndicales, certaines fédérations puissent être plus combatives que d’autres (que l’on pense à la CGT ou SUD/Solidaires) ou qu’à l’intérieur encore de ces fédérations, il n’y aurait pas de syndicalistes avec une réelle volonté révolutionnaire.
Nous ne traiterons pas non plus du syndicalisme ni de ce qu’il pourrait être pour être révolutionnaire, puisqu’il faudrait faire une critique intégrale qui intègre les déterminations du cycle économique actuel, l’incapacité de syndicats à se renouveler à la restructuration capitaliste et la scission qu’ils reproduisent entre réforme et révolution. Tout cela en s’inspirant de la critique traditionnelle marxiste de ceux-ci comme intermédiaire dans la négociation du prix de la force de travail. Dans le cas français, il faudrait y ajouter la force idéologique de la Charte d’Amiens et l’expérience du syndicalisme révolutionnaire. La tâche dépasse les ambitions de ce texte.
Les grands syndicats –rassemblés au sein de l’intersyndicale– sont ressortis à la fois renforcés et affaiblis de la séquence de protestations écoulées. Renforcés d’une part, puisqu’ils ont su retrouver une certaine légitimité au sein du mouvement social (qu’ils avaient l’air d’avoir perdu avec les Gilets Jaunes) en remplissant un vide, fédérant des millions de gens autour de leurs appels et en procédant à des blocages, grèves ou actions directes bien senties. Affaiblis d’autre part, puisqu’il est encore une fois clairement apparu que le pacte social d’après-guerre est épuisé, celui-là même qui les acceptait comme intermédiaires légitimes face au patronat et à l’Etat. Or, c’est bien ce schéma-là qu’ils ont tenté de reproduire, dans une tentative corporatiste de récupération politique des manifestations, afin de peser d’un plus gros poids dans les négociations. Ironie du sort, à l’heure où ils ont été conviés à la table des négociations, la réforme était déjà entérinée.
C’est en ce sens qu’il faut comprendre la tactique qui consistait à pacifier le mouvement le plus que possible et à scinder les journées de grève et de mobilisations afin de les maintenir sous contrôle, et l’absence d’une grève reconductible dès le départ. En ce sens, aussi, qu’il faut comprendre le fait que tant les syndicats que les représentants de l’État puissent se féliciter lorsque les mobilisations se déroulent sans accroc ou lorsqu’elles sont, pour reprendre les mots de l’intersyndicale : “Pacifiques, festives et populaires”. Cela étant, il ne s’agirait pas non plus à l’inverse comme certains ont pu le faire de fétichiser la grève générale comme solution miracle, ou même de croire que le simple fait de la déclarer, serait suffisant à ce qu’elle ait lieu, avec le taux d’affiliation actuel et avec la faible organisation de la classe ouvrière, L’opération “France à l’arrêt” du 7 mars nous a d’ailleurs bien rappelé que des mots aux choses, il y avait un écart. Cependant, il est évident qu’il est nécessaire de repenser les formes de lutte et de se rendre compte que les casseroles se trouveront rapidement impuissantes à l’heure ou le pouvoir ne supporte même plus l’opposition de ses propres institutions.
En outre, le fait pour l’intersyndicale d’accorder toutes ses mobilisations à l’agenda électoral est aussi symptomatique d’un modèle syndical totalement intégré aux institutions étatiques. Le prochain appel du 6 juin est en ce sens évocateur puisqu’il est placé juste avant le passage du texte devant l’Assemblée nationale pour une “potentielle” abrogation.
Au niveau des revendications, le cadre de l’intersyndicalefait que l’unité a dû être trouvé au travers du plus petit dénominateur commun, du plus large consensus: le recul de l’âge de départ à la retraite. Des thèmes aussi centraux présent dans la réforme comme les annuités ou les carrières longues ont par exemple dû passer à la trappe. Plus problématique que cela encore a été l’impossibilité de s’accorder sur l’élargissement des revendications à la question plus large des salaires directs ou indirects (notamment du démantèlement des services publics) qui évoluent en proportion inverse du coût de la vie. Il apparaît plus problématique encore de passer de la lutte pour les salaires à la lutte contre la forme salaire.
La critique marxiste a su pointer du doigt le problème de la bureaucratisation des syndicats et de sa scission d’avec la base, reproduisant le même schéma que pour les parlementaires, c’est-à-dire de lier leur reproduction à celle du capital. Le marxisme a aussi la composition organique des syndicats, dominée par la présence de l’aristocratie ouvrière nationale dans des secteurs ou la représentation est la plus élevée. Il nous faut nous aussi nous saisir de cette critique pour montrer comment la domination de l’aristocratie ouvrière met en avant les intérêts corporatistes et nationaux d’un secteur de la classe ouvrière au-delà des intérêts universels de toute la classe ouvrière. En effet, se sont par exemple vus exclus des revendications les couches les plus basses de la classe ouvrière aux carrières hachées, les migrants ou encore les femmes travailleuses, pourtant particulièrement affectés par la réforme, mais sous-représentés dans les syndicats.
III) Sur l’absence d’alternative réelle
Malgré la dérive autoritaire de l’État qui réduit les droits politiques comme peau de chagrin, le prolétariat français n’a pas sombré dans la résignation et à une nouvelle fois fait montre d’une certaine capacité de résistance, de créativité dans les formes de lutte aussi et surtout d’une volonté de ne plus être l’objet passif de la restructuration capitaliste. Au cours du mouvement et au-delà de la simple radicalisation des formes de luttes, ce sont aussi les revendications des secteurs les plus à gauche du mouvement social qui ont évoluées, passant de la réprobation simple de la réforme des retraites à la réprobation plus global des politiques néolibérales qui ne portent avec elles que la misère. Cela s’est particulièrement vu au moment où le 49.3 a entraîné une partie de la jeunesse –plus préoccupée par la montée de l’autoritarisme et par l’avenir de manière générale que par la retraite en soi– dans le mouvement. Et même avant cela, il est fort probable qu’une certaine partie du mouvement social se soit laissée emporter par la direction corporatiste du Parti de la Réforme faute de mieux, plutôt que par adhésion consciente et volontaire à celui-ci. Cet élan contestataire spontané, cette volonté d’autonomie à la marge des appels syndicaux et la prolifération des luttes n’ont pourtant pas réussi à se structurer autour d’une stratégie de classe et au sein de médiations politiques suffisamment puissantes pour représenter une réelle menace et ainsi amorcer un réel changement. Et comme à chaque fois dans ce cas-là, ces luttes à la marge comportent le risque de finir dans la désolation morale, si elles ne finissent pas par servir sans le vouloir les intérêts de la social-démocratie.
La leçon révolutionnaire à tirer de ce cycle de mobilisation n’est pas nouvelle: le prolétariat doit se constituer en sujet révolutionnaire et doit pour cela se doter de ses propres organisations, de manière indépendante vis-à-vis de l’État et de l’ensemble de ses partis et de ses politiciens professionnels. Particulièrement vis-à-vis de la social-démocratie qui continue souvent de peser de tout son poids même lorsqu’on pense qu’elle est dépassée par les événements ou hors d’état de nuire. Indépendance organisationnelle qui doit se doubler d’une indépendance idéologique propre. Cette indépendance idéologique passe par la réappropriation et la reconstitution du programme communiste révolutionnaire ; base sur laquelle articuler une tactique et une stratégie prolétarienne adéquate d’accumulation de forces en vue de dépassement du capitalisme et de l’instauration d’un ordre économique nouveau et d’une forme avancée de démocratie prolétarienne. Pour ce dernier point encore, indépendance idéologique vis-à-vis de la social-démocratie, mais aussi de ses intellectuels. En effet, malgré leur érudition, ils sont bien souvent incapables de penser une transformation de la société en dehors de la catégorie d’État capitaliste ou encore, en dehors des catégories de base de l’économie politique qu’ils tendent à naturaliser comme l’argent ou le salaire.
C’est donc fort de ce constat qu’il faut laisser de côté les guerres de chapelles. Il nous faut relancer le débat concernant la stratégie révolutionnaire la plus apte à structurer le pouvoir social du prolétariat. En le centrant d’une part, sur le modèle d’organisation révolutionnaire adapté aux nécessités tactiques et organisationnelles actuelles du prolétariat, riche du meilleur des expériences historiques du cycle révolutionnaire antérieur et ayant la capacité réelle d’actualiser le programme communiste révolutionnaire. Un modèle d’organisation capable également d’articuler les luttes économiques et politiques et qui, guidé par l’internationalisme prolétarien, a pour perspective la construction du socialisme à échelle internationale. D’autre part et en lien dialectique avec le premier point, il convient d’impulser une guerre idéologique et culturelle afin que le communisme soit de nouveau hégémonique au sein du prolétariat, en poussant celui-ci à l’auto-éducation et sans reproduire la relation d’extériorité bourgeoise entre théorie et pratique. Prolétariat qui, il est important de le souligner, voit ses rangs se massifier de jour en jour, pas seulement dans la périphérie, mais aussi, dans la conjoncture actuelle, dans le centre impérialiste.
Il est important de préciser que parler du prolétariat, c’est parler de la classe des dépossédés, de l’ensemble de ceux n’ayant pour seule propriété que leur force de travail, indépendamment du fait que celle-ci s’actualise ou non. C’est parler d’une classe qui, à mesure que la crise renforce le processus de prolétarisation est de plus en plus nombreuse et est de moins en moins intégrée aux institutions étatiques. D’un sujet fragmenté en identités opprimées et composé d’une grande diversité que le programme communiste se doit d’unifier, non sous un programme qui nierait les particularités, mais bien plutôt au sein d’une proposition qui sache les intégrer en s’attaquant à la totalité capitaliste. À préciser que le but n’est pas non plus de revendiquer la condition prolétaire mais de revendiquer son dépassement, sa négation. Négation qui passe par l’expropriation concomitante de la classe adverse, mais surtout par le dépassement de la logique du capital qui divise la société en classes, ou, en d’autres termes, par le dépassement des formes sociales capitalistes qui font que, dans nos sociétés, la reproduction de nos vies passe par la reproduction du capital et donc par l’exploitation.
La crise d’accumulation et la restructuration capitaliste qu’elle entraîne ouvrent un nouveau cycle révolutionnaire dans lequel le prolétariat n’a pas d’autres choix que de se constituer en sujet révolutionnaire, au risque de se voir totalement engloutie par la barbarie. Pour cela, sans jamais cédé sur surl’indépendance politique, nous devons relancer le débat surla théorie révolutionnaire et laforme avancée d’organisation révolutionnaire dont notre classe a besoin.
Références
Julian, Ibai. La dérive autoritaire de l’État et la lutte pour les droits politiques (bientôt disponible en français)