La cultura de la cancelación como fenómeno de la posmodernidad política apela a mecanismos emocionales, alejados de toda racionalidad. Los discursos se superponen y se intercambian en dependencia de un complicado entrecruzamiento de intereses que va desde lo individual hasta lo ideológico y lo colectivo.
En el más reciente episodio de negación de la cultura, en este caso de la poesía, se ha atacado a la figura de Nancy Morejón. Quedaron obviados los tantos aportes que realiza esta creadora en el campo de las artes, así como su historia de resistencia y lucha contra el racismo.
Los matices, las diversidades de la vida, quedan barridos por la cultura de la cancelación que no hace distingos y que se comporta como un arma política que se esgrime desde posturas de poder y privilegio. En cuanto hace falta que alguien sea silenciado, surge la avalancha de censura y el sujeto queda sepultado bajo una montaña de información prefabricada en la cual se sataniza y denigra cualquier aspecto del otro. Y es que este instrumento de agresión, si bien resulta selectivo, posee en lo interno la posibilidad de usar las redes y los medios de comunicación de esta era a su favor. El espacio queda copado por quienes desde la posesión de la herramienta pueden hacer ideología por medios espurios y ello deriva hacia disparidad y asimetrías comunicacionales.
“La cultura de la cancelación aspira a formar paradigmas sociales desde el miedo”.
Estas redes no están hechas para el debate, sino para la exposición. Se trata de una nueva forma de censura en la cual no te mandan a callar, pero sí te disciplinan y aprendes las terribles consecuencias de ser desobediente. La cultura de la cancelación, además, aspira a formar paradigmas sociales desde el miedo. Se usa el rechazo social como una herramienta de estigma para ensuciar a las personas y transmitir una imagen manipulada de ellas.
Todo eso va en detrimento del espíritu con el cual, supuestamente, surgió internet; o sea, el de abrir las sociedades al conocimiento y el respeto, a la igualdad de oportunidades y el acceso a los bienes de la cultura y del desarrollo. Ahora mismo no existe un entorno más tóxico que las redes, en las cuales el centro de poder baja líneas de pensamiento y de acción para hacer política bajo el interés de clase de los dueños del mundo.
Si los casos más recientes de cultura de la cancelación en temas cubanos en la web nos conmueven, hay que entender también que esto sucede bajo la complicidad y la anuencia de un rebaño de usuarios que aprendió el disciplinamiento impuesto y que se suman para linchar a la víctima. Así, en el caso de Nancy, personas que la envidian en lo profesional aprovechan la coyuntura para lanzar su odio, el cual se mezcla con la matriz comunicacional prefabricada a nivel macrocomunicacional.
“En un post en Facebook, alguien que protagonizó el boicot contra Nancy Morejón, cuando ve que los cañones de la cultura de la cancelación pueden virarse en su contra, retrocede aterrorizado y llega a contradecirse”.
El ecosistema de las redes permite que se entrelacen estas pasiones y que se vayan superponiendo hasta formar un entramado. Es el perfecto armamento ideológico que se usa para derribar a personas incómodas. En un post en Facebook, alguien que protagonizó el boicot contra Nancy Morejón, cuando ve que los cañones de la cultura de la cancelación pueden virarse en su contra, retrocede aterrorizado y llega a contradecirse. La fuerza del miedo hace que entre los linchadores existan quebraduras y choques. A fin de cuentas, cualquiera de ellos puede mañana caer en desgracia y ser demolido por la emocionalidad malsana de las redes y sus intereses. Las posiciones se mueven y se modifican como si se tratara de un ajedrez en el cual no prima la inteligencia, sino el terrorismo mediático y la incertidumbre de ser linchados mañana.
¿A quién favorece este ecosistema del odio? Las víctimas de la cultura de la cancelación son muchas, ya que se trata de una maquinaria que no se detiene. Pero casi siempre existe algún poder detrás que impulsa este fenómeno. A fin de cuentas, el algoritmo de las redes sociales no es un ente imparcial, que carezca de un posicionamiento. Nada que sea político va a estar ajeno a los intereses de clase. Y el entorno de internet responde a la posmodernidad neoliberal del siglo XXI, que es una época decadente en la cual el imperio tal y como lo conocemos, se deshace entre las manos del poder financiero y corporativo.
La agresividad que esto genera hacia lo mediático se sufre de forma creciente. Desde la pandemia en adelante, la dependencia de las personas hacia los medios digitales ha hecho que deban vivir más en este ecosistema y que reciban el impacto de una política de demolición de racionalidad y de construcción de universos paralelos del odio. La propuesta de un metaverso por parte de magnates de las tecnologías es el primer paso hacia la abolición de la realidad normal y el surgimiento de una realidad otra, en la cual no somos humanos sino trans y post humanos. ¿Qué significa esto en términos políticos? La pérdida total de la autonomía y una esclavitud directa a manera de control social.
Hay que inscribir la cultura de la cancelación que afecta a los artistas cubanos en esta era del odio. Nada de lo que nos ocurra como nación está ajeno a esto que sucede, pues nos hemos globalizado y ello deriva hacia situaciones en las cuales lo local, lo afectivo, lo cercano, pueden ser horizontes cercenados por la propia fuerza de los intereses universales que atraviesan la existencia. O sea, que no se puede escapar del debate en torno a la cancelación, sino enfrentarlo con las armas de la racionalidad y de la firmeza. Y es que el algoritmo está diseñado para que las personas varíen sus posiciones en dependencia del miedo, de los intereses, de sus emociones.
“La negación de Nancy perseguía más que nada silenciarla. Entonces, el remedio es que la gente se exprese; establecer mecanismos de libertad de pensamiento que combatan la modorra silenciosa de unas redes que han impuesto su política de odio entre las personas”.
Las redes imponen una forma de conducta y poseen una fuerza ontológica con la cual inscriben las iniciales de su poder en el alma de los usuarios. Pero no por ello se dejará de combatir este flagelo, sino al contrario, su desmonte pasa por la implementación de debates en torno a las realidades y su racionalidad en el sistema de las artes.
La negación de Nancy perseguía más que nada silenciarla. Entonces el remedio es que la gente se exprese; establecer mecanismos de libertad de pensamiento que combatan la modorra silenciosa de unas redes que han impuesto su política de odio entre las personas. Si internet sirve para algo, tendría que ser para la diversidad del pensar y no ha sido así, cabe entonces que se busquen herramientas endógenas y se creen redes externas al entorno digital, que influyan en dichos espacios desde posiciones progresistas y para el desarrollo de los pueblos y de la gente común y sencilla.
El elitismo de las plataformas digitales no se basa en ninguna exclusión, ni académica ni en estándares de alta cultura; por el contrario, se trata de maneras de odiar y de destruir lo que pudiera resultar diferente, ajeno al poder, contestatario, humanista y unificador. En tal sentido, el objetivo no es la poetisa, sino ampliar el mecanismo de censura para que todos los artistas cubanos de una forma u otra sean alcanzados por el terror de la era neoliberal decadente. Se debe responder a esto último no solo con apoyo a las víctimas de linchamiento, sino a través de la acción institucional preventiva y el respaldo de las plataformas digitales emancipadoras.
“El objetivo no es la poetisa, sino ampliar el mecanismo de censura para que todos los artistas cubanos de una forma u otra sean alcanzados por el terror de la era neoliberal decadente”.
La soledad que siente el que es linchado es parte de este miedo establecido. Atomizar a quienes disienten, apartarlos, darles duro como se dice en el argot; a eso se pretende: crear una huella de dolor en la persona. La exposición de las redes es la manera en la cual se destruyen reputaciones y se asesina el carácter de forma sistemática. Más aún si usted es alguien con alguna importancia en la centralidad del debate. En este sentido, no solo irán a por su persona, sino que tratarán de acceder a su entorno familiar y de amigos para imponer el mismo terror.
Michel Foucault dijo en su obra que el poder se ejerce a partir de instrumentos de disciplinamiento que inducen un orden determinado. La noción del panóptico puede servir para entender el fenómeno de las redes. Desde el punto de vista que se halla por encima del resto de la humanidad, el amo posee toda la información sobre los demás y establece líneas de contradicción y de trabajo ideológico. Los rebeldes son destruidos y los mansos vigilados. Las sociedades modernas y postmodernas están construidas como macro cárceles en las cuales nada escapa al ejercicio del poder que puede incluso estar presente hasta en las señales del tránsito y en la ropa que se usa. Ya el escenario de las redes es la apoteosis, en la cual no solo hay mandatos incontestables, sino que se impone la muerte moral hacia quienes se opongan. Nada nuevo, en las antiguas sociedades también se apartaba a las personas incómodas o se les obligaba a beber cicuta como en el caso de Sócrates. Pero eso no quiere decir que se deba aceptar tranquilamente, hay que hacer algo, no solo describir el fenómeno.
“La cultura de la cancelación es una herramienta temible, porque asesina moralmente”.
La cultura de la cancelación es una herramienta temible, porque asesina moralmente, también por su peso en la creación de un paradigma civilizatorio basado en el poder de unos pocos y en el miedo de los demás. Occidente, amén del fracaso de sus líneas fundamentales en cuanto a propuesta de orden político, ha tenido una historia en la cual se pretendió ir hacia la libertad de pensamiento. Pero ahora mismo, en el hemisferio, las redes están imponiendo su forma de destruir y de silenciar. La gente no dice aquello que pudiera resultar disonante por miedo a perder su trabajo, su posición.
En el caso cubano funciona por partida doble, debido al asedio neoliberal a la isla. Por ende, no se realiza el linchamiento de un artista cualquiera, sino de uno que es odiado desde los centros creadores de ideología oficial del sistema mundo capitalista. Ello quiere decir que la cultura de la cancelación hacia Cuba pervive en el rezago de la guerra fría que se ha mantenido contra el socialismo insular. Lo que sea que se inscriba en la línea de defensa de un paradigma opuesto al globalismo neoliberal ha de ser arrasado, negado, puesto en la picota. El comportamiento del poder no puede tener otras directrices, y aunque los operadores que llevan adelante el odio digan que son autónomos, en realidad se impone una lógica mayor: la del panóptico, la cárcel inmensa que se ha desarrollado a partir de los algoritmos y que posee la capacidad de invisibilizar cualquier propuesta alternativa.
Hace unos años, cuando aún las redes no habían penetrado en la realidad cubana, las campañas externas tenían poca incidencia en la construcción del imaginario social e ideológico local. De hecho, casi no había necesidad de enfrentar dichas matrices, pues se contaba con la hegemonía comunicacional. Ahora, con una ley que rige los procesos de los medios, las instituciones y las redes sociales; Cuba requiere repensar las maneras en que la cultura de la cancelación pudiera moldear el comportamiento, la psiquis y las ideas del ciudadano medio, no solo de aquel que es intelectual y artista.
Nuevos operadores políticos en el entorno de las redes sostienen incluso, que la cultura de la cancelación no existe, lo cual significa que no les molesta a ellos. En todo caso, negar este fenómeno es hacerlo con la realidad de un sistema mundo del capital que promueve maneras de poder y de comunicación en el Occidente colectivo en crisis. Es decir, los operadores mencionados son cómplices y beneficiarios de una corriente de pensamiento neoliberal que se introduce en nuestra sociedad a través de estos novísimos mecanismos de la comunicación desregulada. Las famosas sociedades abiertas que defendiera el filósofo liberal Karl Popper y que llevan adelante los capitostes al estilo George Soros son en realidad, construcciones de poder que por un lado abren las soberanías nacionales al gran capital, y por el otro, destruyen las identidades locales y las autonomías. Por ahí van los tiros, a un nivel macro, de la cultura de la cancelación.
Pero ante este panorama los que hacen cultura no se deben amilanar. Si Nancy Morejón sufrió de este mecanismo posmoderno de odio, es de esperar que ello prosiga y se extienda. El interés no está solo en ella, sino en el todo. El mal de este Occidente capitalista aspira a la totalidad, de lo contrario se muere. El poder debe expandirse porque esa es su naturaleza. Si antes, cuando no estaba amenazado por una crisis sistémica, el capital propendió a abrir redes sociales y pregonar la libertad de pensamiento (siempre falsa en su boca, siempre mediada por intereses de clase), hoy el sistema establece pautas de censura, silencia a quienes amenazan con deconstruirlo y sataniza a los oponentes.
Abiertamente se habla de qué es correcto y qué no lo es, se establecen etiquetas, se mata virtualmente. Los artistas son el blanco número uno, pero hay otros aristas sociales e institucionales con los cuales la cultura de la cancelación se ha cebado ya en las redes sociales que inciden en Cuba. Existe un mecanismo de premios y castigos en tal sentido, y a quienes se portan mal les va muy mal, o al menos de eso se encargan los disciplinadores.
Parece que la sociedad abierta tal y como la concibe el poder del capital solo es tal, en la medida en que ello implique vulnerabilidad, dependencia, destrucción de la identidad local, cero resistencias ante la dominación de recursos y de mentalidades.
La imposición de narrativas es otra arista del problema, no solo porque se miente, sino porque a partir de dichas historias quedan en la web y reconstruyen falsamente las nociones personales y colectivas de determinada realidad. En tal sentido, la mal llamada sociedad abierta posee la marca de la bestia y se comporta demoniacamente. El proceder de esta ideología no solo ha negado nuestro derecho a pensar, sino que quiere que aceptemos esto como si fuese la mayor libertad del mundo.
Los términos habituales y el lenguaje, son objeto de ataque y se reconstruyen a partir de sentidos pensados desde los intereses de clase y no teniendo en cuenta la realidad y sus conflictos. Las narrativas postmodernas impuestas por este proceso de mentiras no solo van a ser irracionales, sino profundamente emocionales y por ende generan una ola de reacciones en las redes. El comportamiento de la cultura de la cancelación es el de un arma en manos de personas prepotentes e inescrupulosas, quienes no tienen miramientos en usarla contra gente común y noble.
“Los herejes no solo son asesinados, sino que nunca existieron, se borran de los registros. Esta reescritura de la historia es la esencia, el núcleo de la cultura de la cancelación, y propende hacia maneras ilógicas y genocidas de ejercer su administración sobre las personas”.
Hay que buscar las referencias en la literatura distópica clásica al estilo orwelliano, allí se hallarán fenómenos como el no pensar y la neo lengua, que resultan maneras de disciplinamiento en manos de un poder central que usa su superioridad para crear narrativas cambiantes, oportunistas y contradictorias. En tales términos, la negación de la libertad se convierte ─por obra y gracia del terror─ en la libertad misma. Todo sentido queda aplanado, destruido en pleno.
Más allá del poder no hay nada, más que muerte. Los herejes no solo son asesinados, sino que nunca existieron, se borran de los registros. Esta reescritura de la historia es la esencia, el núcleo de la cultura de la cancelación, y propende hacia maneras ilógicas y genocidas de ejercer su administración sobre las personas. George Orwell lo predijo. Quizás no sea la única profecía que se cumpla, si se sigue por esta deriva distópica postmoderna que aspira a reconstruir lo que somos para salvar el decadente status del capital financiero globalista de Occidente.
Más allá del poder, donde se pierde la vista, debe existir un horizonte de esperanza para una humanidad agobiada de contradicciones y que busca desesperadamente el sentido de la existencia. Cada artista posee la certeza y la luz de la creación, que no nos salvan automáticamente, pero indican el camino. Por eso la cancelación los niega. En la verdad somos más fuertes como especie humana; pero solo llegaremos a ese punto si buscamos alternativas comunicacionales que rompan la dependencia y sean capaces de sostener un paradigma de diálogo y no de miedo y parálisis.
(La Jiribilla)