Vuelven los pogromos a una Europa en declive. Reino Unido arde bajo el matonismo racista. Es un espejo de un futuro macabro, frente al que hay que organizar la respuesta. Un par de cuestiones:
Gran Bretaña es un país en crisis. La desindustrialización devastó comunidades enteras. Los servicios públicos han sido progresivamente desmantelados. Desde 2008, los salarios reales de la clase trabajadora han descendido entre un 8 y un 10%.
En esta coyuntura los sueños chovinistas comenzaron a cobrar fuerza. El chovinismo y la retórica anti-inmigración se adueñaron de la política británica, junto con la austeridad como su reverso, desde la crisis de 2008.
La idea de un «despertar nacional» aislacionista que permitiría «recuperar la soberanía» fue el caballo de batalla del Brexit. Y tuvo éxito.
El lema de la campaña pro-Brexit, «Take Back Control», resume a la perfección esta clase de sueños. Y, claro, la idea de una nación que volvería a ser dueña de su destino tenía su reverso en fuertes sentimientos anti-inmigración.
El Brexit triunfó, y que sus resultados fueran desastrosos no hizo desaparecer los sueños chovinistas. Al contrario: debían ir a más. En los últimos años, el debate público se ha centrado en quién de los dos grandes partidos sería más duro y eficaz contra la migración.
Hubo auténticos delirios sobre los «botes» que llegan desde Calais. Los laboristas culpaban al gobierno de ser excesivamente blando y prometieron «acabar con los botes». En 2023 se construyó una prisión flotante para solicitantes de asilo.
El creciente autoritarismo estatal y el estancamiento económico encontraron a nivel de calle su reverso en la forma del crecimiento de los grupos de extrema derecha.
Generosamente financiados por oligarcas de diverso tipo –y de forma decisiva por subvenciones de organizaciones prosionistas– personajes como Tommy Robinson se han hecho un hueco en la esfera pública.
Mientras tanto, la violencia ultraderechista no paraba de crecer. En 2016 se asesinó a una diputada, semanalmente se dan agresiones a migrantes. Las concentraciones de ultraderecha, como esta contra las «ciudades de los 15 minutos» se han normalizado.
Estos son los barros en los que se han preparado los lodos del presente y el futuro. Hordas de matones agrediendo a cualquiera que no sea blanco, quemando comercios, destrozando barrios.
Tras el estupor inicial, la autodefensa ha comenzado a organizarse de forma espontánea. En muchos sitios están dando su merecido a la escoria linchadora. Los sindicatos comienzan a participar de la autodefensa.
Ahora bien, lo que está sucediendo impone varias preguntas políticas. La autodefensa espontánea, el rechazo social y la respuesta del Estado (de momento bastante tímida a nivel policial) acabarán con los disturbios. ¿Pero qué sucederá después?
En primer lugar, sin la creación de organizaciones permanentes y grandes de autodefensa, capaces de incluir a todas las comunidades migrantes, será muy complicado responder a la violencia cotidiana, menos espectacular de los grupos de ultraderecha, ahora envalentonados.
Pero hay una cuestión aún más importante. El chovinismo no nace de políticos irresponsables y medios corporativos en busca de beneficios: surge del declive económico capitalista y encuentra en los anteriores sus agentes, así como en los grupos de matones.
El autoritarismo no nace de grupos de hooligans fascistas alcoholizados, sino de un orden político capitalista que trata de perpetuarse en condiciones decadentes.
No son «monstruos» externos: son productos de esta sociedad y este régimen político. Son los propios régimenes liberal-parlamentarios los que van tomando una forma crecientemente autoritaria y virando hacia el chovinismo económico y el militarismo.
De ahí que organizar la respuesta deba ir más allá de la autodefensa a nivel de calle. Esta es una lección que también puede extraerse del pasado de UK, donde la reacción contra el fascismo en los 70 y 80 tuvo cierto éxito a nivel de la calle, pero no fue acompañado por la creación de estructuras políticas alternativas al laborismo, enfrentadas al orden burgués como un todo. Y solo esta clase de organizaciones pueden encabezar realmente la respuesta enmarcándola en un proyecto político dirigido contra las causas reales del horror. Lo que necesitamos, en resumen, es lo que Lenin señala aquí. Nos lo jugamos todo.
Por decirlo de otra forma: tenemos al hombre más rico del mundo –y dueño de este estercolero crecientemente fascista– diciendo que una guerra civil es inevitable. Pues bien: la cuestión es no perder.