La segunda mitad del siglo XX se caracterizó por la profunda crisis del capital, que se vio desplazado, en su competencia hegemónica, por el sistema socialista mundial.
Reciclar el liberalismo burgués fue el método que utilizaron, mediante cambios cosméticos, para dar la idea de un producto nuevo. Para ese empeño necesitaban líderes que ayudaran a fijar, en lo político, lo que aseguraban económica e ideológicamente.
La solución la encontraron en Maquiavelo, quien, en su obra El Príncipe, aseguró que un gobernante se hace acreedor de estimación cuando demuestra una posición resuelta de amistad o enemistad total del otro. Si se declarara abiertamente a favor o en contra, será más positivo que una neutralidad.
Con base en este principio, han desfilado por la Casa Blanca más de uno, comenzando con Ronald Reagan, un artista de segunda de Hollywood, hasta llegar al empresario Donald Trump, lo que demuestra que no existe un patrón fijo para su elección.
Los ejemplos también se podrían situar en varios países de América Latina y en otras regiones del mundo. La condición para calificar es que puedan fijar, con su actitud, el odio, el racismo, el culto y adoración de la riqueza, entre otros valores del neoliberalismo.
En lo económico, la privatización de los servicios públicos, la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana, y normalizar la corrupción, descalificando el papel del Estado. La negación de derechos, la feminización de la pobreza y el desprecio a la naturaleza son sus objetivos en lo social.
Su tarea es descalificar por la fuerza cualquier alternativa que contribuya a buscar soluciones al actual orden de cosas; por eso son ostentosos, estrafalarios, hacen derroche de histrionismo, todo para ganar un auditorio que les sirva de base social.
En el presente, con el fracaso de la llamada lucha contra el terrorismo, pretexto para un mundo unipolar, se convierten en instrumento para apuntalar el sistema, y surgen en los momentos más críticos de cualquier país donde las masas confíen en procesos eleccionarios que cambien situaciones de caos.
Esos «líderes» capitalizan el descontento social, creando distintas expectativas que, después de la conquista del poder, van a ser olvidadas o sustituidas por las reales intenciones.
Nada de esto es espontáneo. Hay, detrás de cada uno, equipos de especialistas que van modelando sus acciones, y que sugieren qué hacer a cada paso.
Triunfan donde falta el trabajo de concientizar a las masas sobre las tareas por desarrollar, donde los programas de gobierno no están encaminados a cambios fundamentales o estructurales, y donde los movimientos sociales se devalúan al perder protagonismo.
El reino del capital necesita de estos individuos, sobre todo hoy, cuando se ha iniciado una era en la que la multipolaridad se resiste al hegemonismo imperial, y las fuerzas de la reacción buscan desesperadamente una salida a su creciente crisis.
Estos personajes son un arma poderosa en manos del capitalismo, a fin de continuar el ciclo histórico de explotación que puede empujar al mundo a la desaparición de la especie humana.
Urge conocerlos y enfrentarlos, para derrotarlos mediante la mayor unidad posible de los pueblos, antídoto contra tales engendros.
(Diario Granma)