En la España actual, el “derecho a la vivienda” se ha convertido en uno de los mayores problemas que enfrenta la clase trabajadora. Según datos recientes, el precio del alquiler ha subido un 50% en la última década, mientras que los salarios reales han bajado. En ciudades como Madrid y Barcelona, el coste medio del alquiler ya supera los 1.200 euros mensuales, expulsando a miles de trabajadores de sus barrios de siempre. Al mismo tiempo, las hipotecas han alcanzado máximos históricos tras la subida de los tipos de interés, haciendo prácticamente imposible la compra de vivienda para las nuevas generaciones.
Ante este escenario, el capital, en crisis estructural, busca desesperadamente nuevos nichos de negocio; y la vivienda, lejos de ser un derecho, se ha convertido en un bien especulativo. Grandes fondos de inversión, como Blackstone o Cerberus, han acaparado miles de viviendas con el único propósito de maximizar sus beneficios, provocando una crisis habitacional sin precedentes.
Frente a esta realidad, están surgiendo diferentes estrategias de lucha en los movimientos de vivienda. En Sevilla, las diferentes agrupaciones por la vivienda han escenificado un debate que seguramente se esté replicando en muchas otras partes del Estado, enfrentándose cuatro (pequeñas o) grandes propuestas.
La primera línea ha sido la defensa de la okupación y rehabilitación de espacios, defendida por ciertos sectores anarquistas. Si bien la ocupación de viviendas en manos de fondos buitres es una táctica legítima y necesaria, no representa una solución generalizable para las masas populares. Incluso obviando el miedo que ha inducido por la televisión, está el hecho objetivo de que no todas las familias pueden ocupar, por lo que, evidentemente, no se puede construir una estrategia de lucha basada principalmente en ello.
La segunda propuesta, por su parte, ha sido el sindicato socialista de inquilinos, promovido por algunos jóvenes del Movimiento Socialista. Esta propuesta sencillamente mezcla planos: ningún sindicato con proyección de masas (y menos aún uno de inquilinos) debería ser por definición “socialista”, sino un frente amplio de masas; el socialismo será, en el mejor de los casos, un punto de llegada, no de partida. Es decir, la clave es movilizar al máximo posible de gente en la batalla concreta por la vivienda, permitiendo que, en el propio proceso de lucha, se genere una conciencia política más amplia. Porque, efectivamente, el problema de la vivienda no se soluciona luchando por la vivienda; pero iniciar dicha lucha puede ser una bola de nieve que, después, vaya incrementándose.
La tercera propuesta ha sido Barrios Hartos, una agrupación que, aunque insistente, se pierde a menudo en discursos abstractos y radicalismos. Vociferar por megáfonos en cada esquina de la ciudad es algo positivo, pero no debería ser un fin en sí mismo. Como tampoco cortar calles, denunciar el capitalismo o el patriarcado descontextualizadamente y exigir, incluso, según su primer Congreso, la república. Sin una estrategia clara de lucha, este colectivo ha pasado de ser un frente vecinal a ser un “partido” en el que una camarilla decidía. Por otro lado, la agrupación, dominada por sectores trotskistas, ha dado sus frutos en un barrio concreto (Su Eminencia), distanciándose a la vez de las necesidades del resto de barrios obreros de la ciudad.
Finalmente, la cuarta propuesta ha sido el sindicato de inquilinos, finalmente constituido. Y, afortunadamente, esta representa la opción con mayor proyección popular. No obstante, su presentación en la sede de la CGT fue un error táctico: una organización de este tipo podría y debería haberse presentado en espacios comunitarios, como centros cívicos o asociaciones de vecinos, para no limitarse a un público ya politizado. Además, en ocasiones, su discurso es demasiado elevado, lo que puede cerrar demasiado el círculo.
Pese a estos matices, el sindicato de inquilinos, al menos a nivel estatal, ha demostrado ser la alternativa más efectiva. En Madrid y Barcelona ha conseguido grandes avances: cuentan con abogados, analizan catastros para identificar viviendas vacías en propiedad de los fondos buitres y han pasado de la mera protesta a la acción, planteando la necesidad de una futura huelga de alquileres (eso sí, bien planificada, en lugar de lanzar a la gente de manera irresponsable y sin una estrategia y coordinación clara). Es fundamental participar en este movimiento y contribuir a elevar su discurso. Pero no hacia una consigna abstracta de revolución o socialismo (por más justa que dicha consigna sea), sino hacia el siguiente peldaño de la escalera, desde la comprensión profunda de que la lucha por la vivienda es, en esencia, una expresión más de la lucha de clases.
Así pues, la necesaria y positiva movilización por el derecho a la vivienda no debe quedarse solo en el ámbito inmobiliario, sino confluir con la causa de la clase obrera y otros sectores populares, confrontando con las políticas de austeridad de Bruselas, exigiendo (como haría un buen patriota, de los de José Díaz) la expropiación de las viviendas en manos de fondos buitres y, desde luego, la nacionalización de la banca. Pero sin seguir avanzando más puntos en este programa inicial tan sencillo, que puede ser abrazado por el 99% y que nos sobra para iniciar la bola de nieve que necesitamos.