El anuncio de una gran redada en Chicago por parte de la administración Trump no es casualidad, ni tampoco una novedad. Se trata de otra pieza en la maquinaria del miedo que busca criminalizar a las comunidades migrantes y perpetuar su vulnerabilidad. En los últimos años, el número de detenciones de migrantes en los Estados Unidos ha alcanzado cifras récord, con más de 1,7 millones de arrestos en 2021 según datos oficiales, una cantidad que supera incluso los niveles de deportación registrados en la administración de Obama. Los titulares prometen deportaciones masivas, pero el verdadero objetivo no es echar a los inmigrantes, sino mantenerlos aterrados. Es una estrategia tan vieja como el propio capitalismo: explotar a los más débiles y asegurarse de que su miedo los haga ser más fáciles de explotar. Porque un inmigrante asustado es un trabajador sin voz, sin derechos y, por tanto, más rentable.
Eso sí, la política migratoria de Donald Trump no surgió de la nada. Se inscribe en una continuidad histórica que incluye deportaciones masivas bajo Obama o leyes represivas como la Ley Patriótica tras el 11-S, que facilitó la persecución de comunidades migrantes y estableció una base legal para la vigilancia y criminalización de los desplazados. Ya vimos la calaña fascista de Trump en su administración anterior: desde la construcción del muro en la frontera con México hasta los centros de detención. Pero el hecho es que ambos partidos (demócratas y republicanos) han instrumentalizado la figura del migrante para desviar la atención de las crisis internas, usar un chivo expiatorio y reforzar la maquinaria de explotación laboral.
El impacto de estas políticas, por tanto, no deberá medirse en cifras de deportaciones. El verdadero daño estará en el miedo constante que estas redadas generan en las comunidades migrantes. Familias enteras viven con la incertidumbre de si podrán volver a casa después del trabajo o si una visita al médico podría convertirse en el inicio de una deportación. Pero el sistema no quiere expulsar a la comunidad migrante: el objetivo es mantenerla en un estado de vulnerabilidad perpetua. Un migrante asustado es un trabajador que no exige, que acepta condiciones laborales abusivas y sueldos miserables por miedo a ser denunciado. Este es el modelo que los supuestos “emprendedores” y “creadores de trabajo” defienden en silencio.
Por otro lado, las redadas en Chicago no son un fenómeno aislado. En todo el mundo se criminaliza la migración mientras se ocultan sus causas. Por ejemplo, tratados comerciales desiguales como el TLCAN, que ha devastado la economía local en México y, particularmente, su agricultura, incapaz de competir con los productos subsidiados de Estados Unidos, lo que obliga a millones de campesinos mexicanos a migrar para sobrevivir. O conflictos bélicos impulsados por los intereses geoestratégicos de las potencias occidentales, como los provocados en Oriente Medio, que conllevan crisis humanitarias en las que se desplaza a poblaciones enteras. Las potencias imperialistas, al tiempo que saquean al Sur Global, expulsan a millones de personas de sus tierras, condenándolas a buscar oportunidades en los mismos países centrales que se lucran de su pobreza.
Por tanto, no basta con denunciar las redadas; es necesario construir un movimiento que una a los trabajadores más allá de fronteras culturales o nacionales. Porque la única forma de garantizar una vida digna para todos, nativos o inmigrantes, es destruir el sistema que se alimenta de la desigualdad. El capitalismo, aunque se sienta invencible (como todos los sistemas que le precedieron), caerá. Y cuando eso ocurra, no será por la mano invisible del mercado, sino por las manos firmes de la clase trabajadora, que, si está organizada, es imparable.