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M. CARACOL. “Récord de empleo”: el nuevo nombre de la miseria

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M. CARACOL. “Récord de empleo”: el nuevo nombre de la miseria

“Hay más gente trabajando que nunca”, repiten desde Sumar con la efusividad de quien descubre la penicilina. Yolanda Díaz y su troupe se pasean por los platós presumiendo de cifras como si hubieran nacionalizado el IBEX. Aseguran, con voz solemne y sonrisas ensayadas, que el mercado laboral vive su mejor momento. A falta de hechos, al menos nos dan titulares. La ministra “comunista” (es un decir), que no derogó los despidos abaratados de la reforma laboral del PP, ahora nos regala el enésimo espejismo estadístico: un récord de ocupación laboral aunque la gente no pueda ni llenar la nevera. ¿Seguimos fingiendo o pasamos a hablar en serio?

Porque basta con arañar un poco la superficie para que el “récord” se deshaga como los contratos que lo sustentan. Hay más personas dadas de alta, sí; pero el número de horas trabajadas por persona se desploma. Según la Encuesta de Población Activa del INE, durante el tercer trimestre de 2024 se trabajaron 617,28 millones de horas semanales. ¿Mucho? Solo si tenemos memoria de pez. Si dejamos fuera el segundo trimestre de 2020 —el del confinamiento total, con apenas 474,3 millones—, solo en la segunda mitad de aquel mismo año se trabajaron menos horas que ahora (unas 600 millones de horas). Ningún otro trimestre desde que el INE comenzó a medir en 2000 está por debajo de esas cifras. El dato clave es otro: la media de horas efectivas trabajadas por ocupado cayó hasta las 29,3 horas semanales, uno de los niveles más bajos de las últimas décadas. ¿Milagro? No: fragmentación. De cada empleo digno nacen dos minijobs. Lo que antes era una jornada completa de ocho horas ahora se trocea en contratos de cuatro horitas, mal pagados y sin derechos. El truco de trocear trabajos lo inventó Rajoy, que también presumía de haber bajado el paro; ahora lo aplica Yolanda. Ambos son cómplices cuando se trata de convertir a media España en camareros de temporada o riders sin derechos.

Pero hay más. El 36,9% de los trabajadores cobra menos de 15.120 euros al año, es decir, por debajo del Salario Mínimo de 2023. Más de la mitad de los contratos temporales duran menos de un mes. Y en cuanto a las horas extra, el 42,7% de ellas ni se pagan. Así, cada semana, cientos de miles de personas se ven obligadas a regalar su tiempo al empresario sin ver un euro. Todo ello con el despido muy barato, porque Yolanda Díaz mintió y no derogó la reforma laboral, dejando intacto el abaratamiento introducido por Rajoy, concretamente a 20 y 33 días de indemnización por año trabajado en la empresa. Hasta el Comité Europeo de Derechos Sociales, dependiente de Bruselas, ha instado al Gobierno a encarecer esa indemnización porque la consideran insuficiente, y aun así nada. Presumen, por si fuera poco, de que en 2024 los salarios subieron un 2,8%… lo mismo que el IPC, mientras el IBEX bate récords de beneficios. ¿Dónde está entonces la subida? La pérdida de poder adquisitivo acumulada es histórica y pagar una vivienda es imposible. Pero el gobierno aplaude.

¿Y Pablo Iglesias, que ahora es tan crítico? Cuando Iglesias estaba en el gobierno, se colgaba medallas como el primero con estos mismos números. Entonces, Yolanda era su ministra, nombrada por él, y él la defendía con fervor. Ahora que ha cambiado el despacho por el plató, le parece fatal presumir de empleo precario. Pero no olvidamos. No olvidamos las mentiras de los que van de izquierda, ni tampoco las barbaridades que (mucho más coherente) propone la derecha, o el iluminado de Vaquero que ve a los marroquíes como otros veían a los judíos en Alemania en 1933. Así estamos: entre los que aplauden la miseria con gráficos y los que quieren distraer la atención de la misma con pogromos. Ahora más que nunca, es hora de romper la baraja y eso no lo hará ningún youtuber, sino, por supuesto, el movimiento obrero de base.

No se trata de esperar a que venga un nuevo mesías de plató ni de confiar en quienes ya han demostrado que prefieren no tocar la propiedad del capitalismo y el IBEX 35. El único actor con capacidad real para transformar esta situación sigue siendo el de siempre: el que conforman los trabajadores cuando se organizan. No esos sindicatos amarillos que se arrodillan ante la guerra, ante los fondos europeos y ante la retórica vacía del “gobierno más progresista de la historia”. Sino un nuevo sindicalismo de base que movilice con nuevos métodos y construya contrapoder desde abajo sin pedir permiso. Con los inmigrantes, doblemente explotados, en el centro de la clase obrera. Y con estrecha ligazón con las luchas sociales. No es casualidad que la calle, que lucha ahora por la vivienda y contra la privatización de la sanidad, siga siendo el reducto donde no penetran las ridículas “guerritas culturales” posmodernas, mientras en cambio las redes sociales se llenan de distracciones y de ideas “pardas”. Ahora más que nunca, el lema se ve confirmado: gobierne quien gobierne, los derechos se conquistan en la calle. No en las redes, ni en las guerras culturales, ni en los “me gusta”.

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