Buenas noticias: una vez más, el uno se divide en dos y la llamada escuela decolonial se ha fragmentado, como producto de la lucha de clases. La revolución bolivariana de Chávez y Maduro obligó a posicionarse a los acomodados protagonistas de tanto “giro discursivo universitario” posterior a la caída del Muro y puso de nuevo la pelota en la cancha: el único “cambio” posible pasa por romper con el imperialismo y por hacerlo en la perspectiva socialista.
Naturalmente, los capitalistas han movido sus fichas y, en estos últimos años, la revolución ha sufrido graves arremetidas imperiales, contra Cuba (en julio de 2021) o contra el proceso venezolano (llegando incluso, en 2019, a declarar como presidente legítimo a un tal Guaidó, que ni siquiera se había presentado a las elecciones presidenciales), sin olvidar las agresiones a sus aliados del campo bolivariano (como el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia, también en 2019).
Como subraya con toda razón Néstor Kohan, ante esta realidad, los teóricos de “lo decolonial” se han dividido en dos grupos antagónicos: un fragmento ha perdido el rumbo y ha devenido antichavista, firmando declaraciones patrocinadas por USA contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, o a favor del golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales.
Dentro de este grupo encontramos a personalidades que viven de jugosas becas del imperio, como la profesora de origen indio que lleva medio siglo apoltronada en la academia estadounidense, Gayatri Chakvorty Spivak, furibunda enemiga de Marx (al que pinta como un apologeta de la expansión colonialista europea, agarrándose a algún artículo aislado de juventud e ignorando toda su obra de madurez); una Spivak muy feminista pero que firmó lamentables condenas a Cuba tras el último intento golpista de la gusanera en 2021 (apoyándolo, de facto). Pero también entrarían en este grupo Edgardo Lander o Silvia Rivera Cusicanqui, a quien Ramón Grosfoguel rebatió de manera contundente por su negacionismo posmoderno del golpe de Estado en Bolivia; e idéntica posición negacionista fue la adoptada por Rita Laura Segato, que justificaba el golpe por el “machismo” de Evo Morales.
Sin embargo, otros autores de esta escuela, como Enrique Dussel, el citado Ramón Grosfoguel, el recientemente fallecido Franz Hinkelammert o el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera, se han mantenido firmes en su antiimperialismo, algo que les hace converger, con matices, con la tradición del marxismo anticolonialista histórico. En consecuencia, todos estos autores de la “escuela decolonial”, que antes publicaban libros conjuntos en CLACSO, ahora se han enfrentado unos a otros y hasta polemizan entre ellos. El propio Grosfoguel, creador de la Red Modernidad/Colonialidad, declaró que dicha red había muerto en Venezuela pues allí hubo una división insalvable: él tomó partido valientemente por Venezuela, mientras otros intelectuales hacían lo contrario. Igual que en Ecuador él tomó partido por Correa, mientras otros “decoloniales” lo denunciaban por “extractivista” y apoyaban al candidato de los EE UU. En las propias palabras de Grosfoguel: “ No pueden ni quieren ver otras formas de democracia, de democracia popular: creen que el eje principal es autoritarismo-democracia (liberal), y desde allí se terminan posicionando con el imperialismo”.
La realidad histórica fue, ella también, un comandante que llegó y mandó parar tanta verborrea especulativa: no existe una “escuela” decolonial única, sino, en todo caso, una serie de enfoques decoloniales variados, algunos de cuyos portadores deciden alinearse con el imperio y otros con la resistencia. Bienvenidos sean todos los intelectuales de este segundo grupo, siempre que deslinden campos de manera clara con esos papagayos de la teoría que escriben 500 páginas y luego no saben distinguir entre un pueblo que defiende sus conquistas y una burda provocación imperial.