La memoria histórica tiene sentido siempre y cuando se proyecte para conquistar el futuro. Y lo primero para ello es no repetir los errores del pasado. Sin lo aprendido en 1871 (incluso en sus lecciones más trágicas y crudas) no se habría triunfado en 1917. Y, en la otra orilla, sin recordar aquello que permitió la victoria electoral (sí: electoral, por más que algunos “demócratas” pataleen) de Hitler en el siglo XX, su repetición “como farsa” en el siglo XXI estará más que servida.
En efecto, fue la incapacidad de la izquierda, que gobernaba la República de Weimar, para solucionar la inflación, el paro y los problemas de la gente lo que echó a una gran parte del pueblo alemán en brazos del fascismo. El problema del sanchismo no es, por tanto, que buena parte del pueblo español lo entienda (comprensiblemente) como un “mal menor” comparado, por ejemplo, con el ayusismo. El problema es que, al no solucionar los problemas de los de abajo, refuerza exponencialmente el ayusismo del futuro. Y el futuro tiene la mala costumbre de estar cada vez más cerca.
Cuando una nueva arremetida de la crisis entre en escena, saltarán las costuras del “relato” y se impondrá la ley inexorable e histórica del materialismo. Y todo apunta a que nos pillará, una vez más, sin los deberes hechos. Con una izquierda tópica, acomplejada, cobarde, vacua y “bienqueda”. ¿Hay mayor fábrica de futuros (ultra)derechistas que una “izquierda” así?
¿Cómo puede ser que la izquierda ande encerrada en el laberinto (debatible) de la renta básica, en lugar de defender el trabajo universal garantizado por el Estado y obligatorio, salvo discapacidad real y fundamentada (que es lo que defendió siempre la izquierda)? ¿Cómo podemos dejar que nos acaben identificando con las famosas (y también debatibles) “paguitas”, cuando nosotros siempre reivindicamos aprovechar de cada cual “sus capacidades” y satisfacer a cada cual “sus necesidades”?
¿Cómo puede ser que le regalemos a la derecha el evidente y necesario discurso de restaurar la autoridad del profesorado, o de suprimir el uso de móviles y tecnologías alienantes en el aula que obviamente son solo una distracción? ¿Cómo puede ser que, en cambio, nos quedemos nosotros con el delirio de que todo se debe “aprender jugando” y “por proyectos”?
¿Cómo puede ser que populistas y ultras como los eslovacos sean los únicos que digan la verdad evidente de que hay que vetar la entrada de Ucrania en la OTAN, salvo que deseemos acelerar la llegada de la tercera guerra mundial (y la cuarta, como sabía Einstein, será con palos y piedras)?
¿Y cómo puede ser que la izquierda haya pasado de defender la liberación de la mujer a defender que esta no existe, porque el sexo es algo subjetivo, cuando lo subjetivo (lo que se puede cambiar libremente) es el género pero el sexo, evidentemente, es algo biológico? ¿Cómo puede ser que haya gente que se considere progresista y defienda que adolescentes se hormonen, se mutilen y rechacen su propio cuerpo?
A esta gente hay que decirle sin complejos que ya basta. Basta. Basta de defender disparates desde la prepotencia y pretendiendo prohibir todo debate. La izquierda defiende la ética del trabajo, la izquierda defiende que se educa con libros y esfuerzo, la izquierda defiende rechazar a títeres otánicos como Zelensky, la izquierda defiende que la mujer es un sujeto determinado biológicamente y oprimido por el patriarcado. Al respecto de esto último, que se acabe ya esta farsa inquisitorial de identidades que solo se esgrimen para diferenciarse y recrear un “modo de vida alternativo” que en nada preocupa al Ibex-35.
La izquierda respeta las identidades de cada cual, pero sabe que estas se disgregan y se enfrentan si se quedan en un mero victimismo y no buscan un entendimiento, un proyecto que nos articule y que construya un sujeto común de lucha: el pueblo, incluyendo a los trabajadores, los autónomos, etc. Hayan nacido donde hayan nacido, y sean de la religión que sean. Porque desde el tirano Julio César, si no antes, se conoce el resultado obvio de dejarse dividir, cuando todos (seamos de la identidad que seamos) compartimos la necesidad de trabajar para ganarnos la vida, mientras la inflación de los alquileres deja en mera burla cualquier parchecito yolandista con el salario mínimo.
Así que son ustedes, los de esa “izquierda” que solo repite tópicos made in USA university, los que se han cambiado de acera, no nosotros, que seguimos defendiendo la unidad de los explotados, y de los oprimidos en todos los terrenos (también el cultural, el nacional, el sexual), con la pedagogía y los aprendizajes que sean necesarios para caminar juntos (como las lesbianas y gays que apoyaron a los mineros en la huelga de 1984). Y también son ustedes los que, a fuerza de defender posiciones delirantes, empujan a una masa creciente de gente hacia los escuadrones siniestros de la derecha.