Celebramos que la izquierda haya comenzado a abandonar X, la plataforma propiedad de Elon Musk, multimillonario y jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental de los Estados Unidos. Bajo su dirección, esta red social se ha transformado en un espacio dominado por el ultraliberalismo, la ultraderecha y el trumpismo. Los problemas de la plataforma no son nuevos: un algoritmo que premia el sensacionalismo, fomenta la desinformación y amplifica discursos reaccionarios. El resultado es una red que parece diseñada para relativizar la verdad, donde no existe el rigor y que, en suma, no aporta nada.Sin embargo, no se trata solo de X ni de Musk.
Las redes sociales, al igual que la mayoría de los grandes medios, son empresas privadas que responden a intereses económicos. De hecho, Musk compró Twitter en octubre de 2022 y mañana podría adquirir cualquier otra plataforma, moldeándola según sus intereses. Y también podrá comprar millones de bots para rebotar sus mensajes y hacerlos (parecer) hegemónicos.
La izquierda ha tardado demasiado en reaccionar. Esta huida llega tarde, como tantas otras veces. Los “progres” ignoraron el deterioro de X mientras el problema afectaba solo a otros sectores. Permitieron, por ejemplo, todo tipo de bulos contra Nicolás Maduro y cuestionaron, también ellos y uniéndose a Musk, el resultado de las elecciones en Venezuela, pese a las cifras publicadas por el Consejo Nacional Electoral y ratificadas por el Tribunal Supremo, que daban la victoria a la izquierda. Es como en el poema de Niemöller: cuando el ataque era contra otros, no dijeron nada; solo cuando el problema golpeó directamente a su puerta se encendieron las alarmas.
Pero el problema de fondo persiste más allá de X y de Musk. Mientras las grandes plataformas y los medios de comunicación permanezcan en manos privadas, seguirá siendo imposible evitar la involución social que hoy día propugna, y cada vez más abiertamente, el capital financiero. Lenin lo señaló de forma inequívoca: el único modo de garantizar la libertad de expresión para las mayorías es expropiar los medios de comunicación a quienes los utilizan para perpetuar su dominio.
Sin embargo, la retirada estratégica de X es un paso adelante. Eso sí, insuficiente. La izquierda no puede abandonar ningún terreno de debate público. Ni, por supuesto, limitarse a crear una red alternativa “pura”, de autonsumo y “solo para ella misma”. Necesitamos construir nuevos modelos, tomar conciencia de las estructuras que perpetúan estos problemas y, sobre todo, elevar cuadros populares en cada barrio y cada centro de trabajo, para que la gente se informe a través de ellos y no a través de unas redes donde lo que impera es el poder de compra.