Corren malos tiempos para los pueblos de Europa, pero también para el reformismo socialdemócrata que prometía garantizarles un futuro mejor. Macron ha perdido dos elecciones seguidas este verano pero, aun así, se siente legitimado para negarle al pueblo francés el derecho a ser gobernado, si así lo decide, por un partido de izquierdas. Incluso aunque este sea moderado y no ponga en cuestión el marco del “proyecto europeo”.
Tras la victoria electoral del Nuevo Frente Popular del 7 de julio, obteniendo 182 diputados en la Asamblea Nacional, Macron, como presidente de la República Francesa, debía nombrar a un primer ministro propuesto por dicho partido. Un mero trámite institucional… ¿o no? Ya intentaron aquí Vox (y muchos peperos con dos copitas de más) que el rey Felipe VI se negara a proponer a Sánchez como presidente del gobierno, pese al resultado electoral. Habló entonces la progresía de la falta de “talante democrático” de la derecha española, no como en Europa, donde la derecha, al parecer, era “más civilizada”. ¿Seguro?
El pueblo francés, como tantas otras veces, ha estado a la altura del reto planteado por la reacción lepenista. Sin embargo, el Nouveau Front Populaire muy pronto mostró sus costuras, especialmente cuando no se atrevió a proponer (y La Francia Insumisa, como socio mayoritario, debería haberlo impuesto) a Jean- Luc Melénchon como candidato a primer ministro. Melénchon, estigmatizado como “prorruso” por toda la prensa casposa, fue vetado desde primer ahora; y, en ese contexto, el NFP no estuvo a la altura, al someterse tan fácilmente a tan disparatado veto.
Así, propusieron a Lucie Castets, moderadísima alta funcionaria reconvertida a activista contra la evasión fiscal. De este modo, cediendo y cediendo, contentarían a todos y podrían gobernar. Pues bien, incluso esto fue rechazado (no sin meses de hipócrita “tregua olímpica”) por el führercito Macron, quien finalmente ha nombrado como primer ministro a… Michel Barnier, ex comisario europeo y hollandista fiel. ¡El candidato del cuarto partido más votado, con solo un 5% de los votos! Todo ello con el aplauso y el beneplácito de Marine Le Pen. ¿De qué ha servido entonces tanto ceder y ceder? Siembra revolución y, al menos, obtendrás reformas.
¿Y por qué todo esto? ¿Acaso un gobierno de la izquierda moderada amenazaba los privilegios del gran capital monopolista? Ni muchísimo menos. Sencillamente, Castets, en coherencia con el programa presentado al pueblo francés por la candidatura del Front Populaire, prometía derogar el recorte a las pensiones ejecutado por Macron en 2023, que retrasó la edad de jubilación pese al amplio rechazo de la sociedad francesa. Y eso sí que iba en contra del sacrosanto mandato de la dictadura de Bruselas y la Unión Europea. Así pues, da igual que el pueblo francés vote mayoritariamente a la izquierda: seguirá gobernando la derecha y la política económica será ultraliberal. Se podrá legislar, en todo caso, sobre otro tipo de atribuciones más “sociales”; pero la economía (y, en concreto, el pensionazo) queda fuera del marco de decisión política, deviniendo absolutamente intocable. ¿Democracia?
Los grandes rotativos, controlados por los mismos que le niegan al pueblo francés el derecho a “equivocarse al votar” (como dijo Kissinger hablando sobre Chile… o Vargas Llosa hablando sobre Venezuela), no están “pidiendo las actas” ante semejante atropello antidemocrático. Si Guaidó tenía derecho a declararse presidente en una plaza sin siquiera haberse presentado a las elecciones, Melenchón no tiene derecho a ser primer ministro aunque las haya ganado. Pero a nadie sorprende ya que la misma prensa hipócrita y los mismos influencers ignorantes que viajan miles de kilómetros para patalear de manera infantil por la victoria electoral de Maduro estén callando aquí, y en la vecina Francia, ante un auténtico golpe de Estado institucional.