Nos llegan desde Francia noticias sobre el surgimiento de un nuevo “Frente Popular” para frenar a Le Pen. Efectivamente, la estrategia frentepopulista deviene fundamental, en un contexto en el que los partidos de la izquierda son incapaces de constituir las mayorías sociales necesarias. Pero, en primer lugar, un verdadero Frente Popular no debería limitarse a la lucha institucional, sino hacer suya la movilización en la calle y ligarse a un renovado movimiento obrero.
Los resultados de las elecciones europeas, efectivamente, son para preocuparse. Eso está claro. Desde el ascenso de fuerzas antiinmigración que enfrentan al último contra el penúltimo y dividen a los de abajo, hasta influencers cuyo único mérito es gastar bromitas pueriles desde su habitación con luces de neón, pasando por negacionistas delirantes que, como Trump, podrían disparar en mitad de la V Avenida sin mayores perjuicios electorales.
Ahora bien, no solamente esta locura, sino también el programa movilizador frente a esta locura, debe ser discutido seriamente. Y es que la reacción a todo esto no puede limitarse a lagrimear como Apolo ni, peor aún, a recomendar “talleres de nuevas masculinidades” como acaba de hacer la líder de Adelante Andalucía. El auge de estos tarados ultraderechistas, por ridículo que pueda parecer, tiene unas bases materiales bien definidas que no pueden combatirse meramente con “relato”, como le gustaría al “irradiador” Errejón. Porque no puede derrotarse a estos energúmenos en un terreno de batalla trucado (el de las “guerritas culturales”) que ellos mismos han diseñado.
Muy al contrario, el programa de frente popular que le dé la vuelta a la tortilla deberá centrarse, precisamente, en el malestar popular generado por los recortes sociales exigidos por Bruselas con la excusa del déficit público y del endeudamiento con la oligarquía financiera; en los desequilibrios generados por una política Agraria Común cuyos fondos son regalados casi exclusivamente a los grandes terratenientes; sin olvidar la sumisión a una estrategia belicista suicida diseñada desde Washington pero que acaba pagando el pueblo europeo. ¿Alguien se imagina a los socialdemócratas franceses defendiendo algo de esto? ¿Qué tipo de frente, pues, está surgiendo en Francia?
Las fuerzas reaccionarias amagan con acometer estas tareas, sin hacerlo realmente; pero solo con amagar ya logran parecer “rebeldes” y calar entre las masas, capitalizando el hartazgo que genera la austeridad impuesta por Bruselas. Por ello, es un negocio ruinoso regalarles a ellos esa rebeldía outsider y centrarnos nosotros en la defensa ideológica del ecofeminismo, el calentamiento global y otras nobles causas que fácilmente se confunden con el discurso oficial europeo. Nobles causas cuya solución podrá ser la consecuencia, pero jamás la causa, de la movilización de las masas. Una movilización que, más adelante, irá sin duda avanzando en su conciencia, también respecto a estas materias; pero que inicialmente solo podrá reactivarse y echar a andar sobre la base de las exigencias materiales más mundanas e inmediatas.
En el célebre “Soneto XIII” de Garcilaso de la Vega, Apolo llora por la transformación de Dafne en árbol pero, a la vez, hace crecer dicho árbol con sus lágrimas. Lo mismo está sucediendo ahora en la Unión Europea: la socialdemocracia llora por el auge del nacional-populismo, pero, con su sumisa aceptación de las directivas de Bruselas, hace crecer el malestar social que abona precisamente a la extrema derecha. El pueblo aún espera a ese Prometeo que, tras robar el fuego de los dioses, enseñe a los mortales a predecir el movimiento de las estrellas.