Ya ha comenzado la campaña para las elecciones europeas del 9 de junio. Vuelve la fiesta de “la democracia” que “nos hemos dado” y, para celebrarlo, la página web del Parlamento Europeo se adelantó. Así, el pasado 23 de abril publicó una nota de prensa titulada: “Las nuevas reglas fiscales reciben la luz verde del Parlamento». ¿Nuevas?
Hay que recordar que, tras la pandemia, para evitar la caída de su tinglado capitalista, la Comisión se vio obligada a relajar su tiranía presupuestaria, admitiendo tácitamente que el Tratado de Maastrich era una filfa, pero otorgando a una «nueva generación» europea la servidumbre por deuda de los fondos «Next Generation» (830.000 millones para regalar a sus queridas empresas verdes o de «digitalización», pero que pagaremos nosotros).
Así pues, cada país puede votar lo que quiera, o ser progre si se le antoja; pero, independientemente de ello, hay que volver a la austeridad, reduciendo la deuda pública al 60% en diez años y con un déficit público anual inferior al 3% del PIB, para que la banca cobre «lo suyo» aunque la gente caiga en la pobreza. De hecho, tal vez Pedro Sánchez se pelee mucho con el señor Milei, pero, antes del 20 de septiembre, tendrá que remitir a la Comisión su plan para hacer realidad una política tan liberal como la del tarado porteño. Y eso lo pagaremos igual que nuestros hermanos argentinos, aunque Sánchez sea «progresista» y no hable con el fantasma de su perro.
Así que las «nuevas» reglas son tan nuevas como el look de la princesa Leia en El Imperio contraataca. De hecho, son las mismas reglas fiscales ridículas y austericidas que se llevan aplicando desde hace 40 años y que han conseguido la hazaña de que, según datos disponibles de 1980 a 2015, la zona euro no haya crecido en PIB, PIB per cápita, productividad, ni tampoco en lucha contra el desempleo y la desigualdad. ¿Estos son los logros de la moneda única? Y, por otro lado, ¿no decían que la Unión Europea se había “humanizado” tras la crisis de 2008?
Ya en el ruedo ibérico, tras el primer trimestre de 2024 España presume de una tasa de paro oficial de un 12,3%, la tasa de desempleo más alta de la UE y la OCDE. Pero es que, además, la tasa de paro real asciende al 20,1% (si contabilizamos como desempleados a las personas desanimadas que ya ni siquiera buscan trabajo, y a los que tienen una jornada parcial pero querrían tenerla completa). Y la tasa de desempleo juvenil española es de un 28%, el doble que la media de la UE. Pero el gobierno “progresista” presume por sus cifras (imaginarias), aunque las únicas cifras positivas (reales) sean las de los desorbitados beneficios bancarios. ¿Austeridad para quién?
La entrada en el euro supuso la renuncia a toda soberanía: ya no podemos modificar la tasa de interés, la tasa de cambio, la política fiscal y, en consecuencia, tampoco podemos resistir a las crisis, reindustrializarnos o luchar contra el paro. El euro ha disparado las brechas económicas entre los países europeos y, en su interior, solo ha beneficiado a las multinacionales y a los niños ricos de siempre. Pero “sorprendentemente” ningún partido de los que se presenta a las elecciones del 9 de junio denuncia nada de esto. A lo sumo algunos critican “la austeridad” así, en abstracto, mientras dejan sin cuestionar la pertenencia a la UE y al euro que, precisamente, son los actores e instituciones que garantizan dicha austeridad. ¿Cómo podemos, entonces, votar de verdad contra la austeridad?
Por si fuera poco, los estudios sociológicos demuestran que la austeridad y el menor gasto público están haciendo crecer la guerra del último contra el penúltimo y, con ella, a los partidos nacional-populistas de extrema derecha, que protegen a la banca desviando la rabia popular y canalizándola contra los trabajadores inmigrantes, dividiendo así a las masas obreras en función de su origen. Por su parte, la izquierda realmente existente, al no denunciar al euro, confunde a la población, la cual, en lugar de desconfiar de la oligarquía, acaba desconfiando sencillamente de toda política.
En todo caso, un proyecto emancipador podría (e incluso debería) tocar la tecla electoral, pero sin olvidar el resto del teclado. La experiencia de nuestro Frente Popular del 36, de la Unidad Popular de Allende o de tantos otros casos demuestra que la oligarquía no dudará en violar su propia legalidad, instrumentalizando al Estado profundo en cuanto sienta amenazado su orden social. Sería ilusorio pretender vencer al enemigo empleando únicamente sus propias reglas institucionales.
Un eventual proceso constituyente solo podrá prosperar si está respaldado por una fuerte movilización popular que haga suyas las calles. Por eso Marta Harnecker, aprendiendo de la fértil experiencia bolivariana de Latinoamérica, supo efectuar la transición táctica necesaria, sin renunciar a sus principios marxistas. Asumámoslo ya: los partidos comunistas tradicionales no podrán como tales tomar el poder, por muy buena propaganda que hagan. Pero si los comunistas saben quitarse las estériles chapitas de autoconsumo y participan estratégicamente en frentes amplios, se puede avanzar siguiendo el esquema del partido-movimiento. Solo así, cristalizando y elevando cuadros populares a partir de las movilizaciones de masas existentes, una eventual participación institucional podrá ser fructífera.
Mientras esto no exista, el electoralismo será tan estéril como el abstencionismo. Convenzamos a nuestros vecinos y compañeros de trabajo de que, voten lo que voten el 9-J, voten o no, comiencen desde ya por participar en las movilizaciones contra los recortes, contra la carestía de la vida y para defender sus condiciones de vida; condiciones que, en realidad, no son sino conquistas históricas de movilizaciones y luchas previas, pero que ahora los oligarcas y el Ibex pretenden arrebatarnos para fortalecer su cuenta de resultados.