La Cumbre del Clima (COP29) ha vuelto a evidenciar la hipocresía de los países imperialistas frente a la crisis climática. A pesar de ser los principales responsables históricos de las emisiones de gases de efecto invernadero, estas naciones insisten en exigir al Sur Global —antiguas colonias que soportaron siglos de saqueo y explotación— que reduzcan sus emisiones sin garantizar los recursos necesarios para una transición justa.
Según datos del Global Carbon Project, los países ricos representan menos del 20% de la población mundial, pero han generado más del 70% de las emisiones acumuladas desde la Revolución Industrial. En cambio, los países que fueron saqueados para lanzar la industrialización enfrentan las peores consecuencias del cambio climático, desde inundaciones catastróficas hasta sequías devastadoras. Ante esto, el borrador de la COP29 propone soluciones tibias y evasivas, rechazadas con razón por las naciones más afectadas, que demandan acciones concretas para evitar que quienes menos contaminan terminen otra vez “pagando la cena”.
Sin embargo, la narrativa dominante nunca pierde de vista su objetivo: presionar al Sur Global para que abandone los combustibles fósiles; un objetivo inalcanzable sin una financiación adecuada. Según un informe de la propia ONU, la transición energética global requiere al menos 4,3 billones de dólares anuales hasta 2030. Las naciones del Sur Global apenas reciben una fracción de esta cantidad. Eso sí, las potencias imperialistas continúan invirtiendo miles de millones en subsidios a sus propias industrias contaminantes, perpetuando el modelo que las enriquece a expensas del resto del mundo.
Mientras los países imperialistas venden su narrativa de liderazgo ecológico, protegen sus economías internas a costa de los más vulnerables. Según Oxfam, el 1% más rico del mundo emite más del doble de dióxido de carbono que el 50% más pobre. Además, el Sur Global no solo enfrenta el impacto ambiental, sino también la imposición por parte del FMI de condiciones inaceptables que socavan su desarrollo. ¿A quién podría sorprenderle que la crisis climática sea en realidad una crisis de desigualdad?.
El ecologismo sin lucha de clases no es más que jardinería. Lejos de defender «nuestro propio imperialismo», nos toca obligar a las potencias imperialistas a asumir su deuda histórica, para que el Sur Global pueda llevar a buen término la lucha por su supervivencia. Cualquier otra cosa —por muy verde que se pinte— será simplemente una sumisión a los dictados del gran capital.