Quizá algunos recuerden el último debate entre dos farsantes como Feijóo y Sánchez: de lo peor de la politiquería sin contenido. El demagogo cum laude Sánchez, presumiendo de cifras irreales que no se plasman en la realidad de la gente; Feijóo, directamente, diciendo una cosa y la contraria (eso sí, con una seguridad teatral y aplastante). Contra todo pronóstico, el debate lo ganó un inútil como Feijóo; pero lo ganó, sencillamente, por aplicar una estrategia tan burda como efectiva: lanzar bulo tras bulo, fake tras fake, sin dar tregua. Cuando Sánchez se disponía a desmontar la primera mentira, ya había caído la segunda; y cuando trataba de responder a la segunda, Feijóo ya había soltado la tercera y la cuarta. Un esquema que dejaba a su oponente en una posición de impotencia, persiguiendo sombras.
Esto no es un episodio aislado ni mero fruto de la ineptitud de Sánchez. Es toda una estrategia comunicativa calculada, definida por el periodista Javier Ruiz como «velocidad de bozal». Se trata de una táctica que Steve Bannon ha perfeccionado al servicio de los reaccionarios globales: saturar el debate con desinformación, generar una avalancha de fake news y obligar a los periodistas y analistas a ir siempre a remolque. Ruiz menciona ejemplos claros: mientras un medio está desmintiendo la enésima invención sobre la inmigración, ya ha salido otro bulo sobre las vacunas y otro sobre la financiación «rusa» de nosequién. Y antes de que se pueda comprobar la veracidad de la segunda declaración manipulada, ya ha estallado otra polémica sobre el feminismo., alimentada por incontables granjas de bots.
Pero esto tiene remedio, y llevamos defendiéndolo -en minoría- desde hace años. Es evidente que muchos sectores de la izquierda han caído en esta trampa desviacionista: sin duda los que van de socialdemócratas pero también muchos que se autodenominan «revolucionarios». Se limitan a reaccionar a los temas impuestos por el telediario o las redes sociales, simplemente ofreciendo “una visión diferente”. Y eso es un error fatal. Porque no se trata de ganar el debate que nos impone el enemigo, sino de imponer nosotros un marco de debate propio, orientando la discusión hacia los asuntos que interesen estratégicamente a la causa obrera, antiimperialista y popular.
«Quien impone el terreno de combate, ya ha ganado la primera batalla». Esta máxima, atribuida a Sun Tzu, nos da la clave. Si la izquierda entra en todos los debates que la derecha plantea, ya ha perdido. Mientras se discute sobre la «agenda woke», no se habla de la especulación inmobiliaria de los fondos buitres. Mientras se polemiza sobre cada pequeño bulo que sueltan, no se abordan los recortes en sanidad o educación para pagar la deuda. La primera victoria del enemigo es forzarnos a hablar de lo que él quiere que se hable. La verdadera lucha comenzará cuando rompamos con eso e impongamos nuestra propia agenda.
Las redes sociales exacerban este problema. Los algoritmos premian los contenidos que siguen la tendencia del momento, los temas «calientes» que generan interacciones. Y esto ha convertido a muchos en esclavos de su propio ego: buscan likes, retuits o aplausos fáciles. De este modo, sin darse cuenta, acaban replicando los temas que la derecha quiere que se discutan (incluso aunque digan lo contrario sobre cada uno de esos temas). Peor aún: algunos terminan en un desviacionismo extremo, pasándose el día entero hablando contra ese rollo «ecofeminista» que, de manera esquizofrénica, denuncian como… un tema sin importancia. ¿Entonces, si ese tema desvía la atención de la gente (cosa en la que estamos de acuerdo), por qué se pasan el día entero hablando de él? En los peores casos, algunos descubren que tienen más interacciones aún si llegan al absurdo de alabar… al magnate Trump; algo demasiado tentador cuando no se tienen principios. Pero, en realidad, el foso entre los militantes reales (que están en la lucha cotidiana y no suelen caer en estas cosas) y los cibermilitantes (que sólo opinan en redes) se agranda cada vez más.
Nuestra consigna es clara: la cibermilitancia no existe. Las redes sociales, en el mejor de los casos, podrán servir como altavoz de las luchas reales: las que se desarrollan en la calle, en los sindicatos, en los barrios o en organizaciones políticas rupturistas. La manera de escapar de la «velocidad de bozal» no es correr tras cada bulo ni embestir cada capote rojo que nos pongan por delante. Es hacer lo contrario: dejar de reaccionar a todo lo que digan ellos, empezando a imponer nuestra propia agenda. Y esto pasa por no contestar a todo, por ignorar los mil microdebates o microbulos (por mucha rabia que den) con los que buscan distraernos, cambiando el marco de discusión e imponiendo los temas que necesitamos (urgentemente) que se traten. Solo así podremos comenzar a disputar -al menos disputar- la batalla.