Tucídides, en su Historia de la guerra del Peloponeso, expone que la guerra se hizo inevitable cuando una potencia emergente (Atenas) desafió el estatus de una potencia dominante (Esparta). Veinticinco siglos más tarde, tarados como Trump o Harris han hecho del futuro enfrentamiento con China el leitmotiv de su política. Por algo, desde 2014 (e incluso antes), los yanquis fomentaron a cuanto ultraderechista del Donbás fuera preciso, con tal de enfrentar a Europa con Rusia y, así, reactivar a la OTAN.
En este contexto, Alemania, hasta hace poco la locomotora europea, se enfrentó en febrero de 2022 a un dilema existencial. Entre independizarse de los americanos o romper lazos con Rusia, Alemania optó (de manera suicida) por lo segundo. Ahora, paga los efectos de un aumento de los costos energéticos. Las sanciones a Rusia, en realidad, suponían para Alemania y Europa sancionarse a sí mismas. Antes de 2022, Alemania dependía de Rusia para aproximadamente el 55% de su suministro de gas natural. Al cortar dicho suministro barato desde Rusia, Alemania ha tenido que comprárselo… a los americanos. Así, ha visto cómo sus costos energéticos se disparaban, lo que ha afectado gravemente a su industria, de gran consumo energético.
Como era de esperar, el aumento de los costos ha provocado un efecto dominó en toda la economía teutona. Las empresas, especialmente en sectores como la química y la metalurgia, han visto cómo los costos se disparaban, lo que afecta a su competitividad. Eso sin olvidar que los capitalistas son reacios a expandirse o modernizarse en un entorno volátil. Menos inversión implica menos puestos de trabajo; y menos puestos de trabajo implican más cautela por parte de los hogares, que se ven obligadas a ahorrar en lugar de consumir. De este modo, la crisis de sobreproducción (tan inherente al capitalismo) está servida.
Como consecuencia de la decisión que tomó en febrero de 2022, Alemania se enfrenta actualmente a una contracción del PIB del 0,1% prevista para este año. Será el segundo año consecutivo de recesión, algo que no ocurría desde hace décadas. La industria se ha paralizado, como demuestra la situación de gigantes como Volkswagen, BMW o Mercedes Benz, que ya se plantean despidos masivos y recortes de producción. La caída del sector industrial, antaño el pilar de la economía alemana, está demostrando que, por sí mismo, el sector servicios no puede tirar de la economía y ve desacelerarse su actividad. Otro alemán (Marx) tenía razón.
Hace dos años, Alemania se tragó el cebo norteamericano, con anzuelo y todo. Las consecuencias han sido evidentes. Hoy, el pueblo alemán y los pueblos de Europa no pueden cometer un segundo error confiando en el demagógico plan de Draghi, ni en soflamas xenófobas al estilo del lepenismo. Nuestro futuro depende de que nos levantemos para articular una política diferente, que no dependa de los dictados de Bruselas ni de los comisarios de la oligarquía financiera. Algo que resultaría totalmente imposible aceptando recortes para pagar la deuda, o acatando que la banca y los sectores estratégicos de la economía funcionen como meros instrumentos de acumulación para el enriquecimiento de unos pocos.