Para Francia se acabó la fiesta. Su influencia en el Sahel y otras regiones del África Occidental está declinando desde hace años, poniendo en crisis ese interesado orden neocolonial que durante décadas marcó las relaciones entre las antiguas metrópolis europeas y sus excolonias. Y es que, tras la “descolonización”, Francia mantuvo su presencia (política, económica y, claro, militar) en países como Malí, Burkina Faso, Níger, Senegal, Chad y Costa de Marfil. Garantizaba así sus intereses estratégicos y empresariales, el uso del franco CFA y una red de “acuerdos de defensa”. Sin embargo, el ascenso de los BRICS y del mundo multipolar, sumado a la creciente toma de conciencia entre las poblaciones africanas, ha derivado en una impresionante exigencia de soberanía y justicia histórica para África.
Tras décadas denunciando el expolio de sus recursos y la injerencia en sus asuntos internos, los pueblos africanos han intensificado su lucha para reclamar la retirada de las tropas europeas y la cancelación de los antiguos tratados. Un ejemplo es la reciente decisión de Costa de Marfil, tradicional aliado de París, que también ha ordenado la retirada de las tropas francesas de su territorio. Este movimiento, anunciado por el presidente Alassane Ouattara, se suma a una serie de acciones similares en Malí, Burkina Faso y Níger. Y es que el imperialismo no es un “dios inmortal”, sino que se le puede vencer. Hoy en día, Francia es incapaz de contrarrestar una opinión pública y unas fuerzas populares cada vez más hostiles a su presencia.
Las declaraciones paternalistas de Emmanuel Macron, en las que recriminó a los países africanos «olvidar» la “ayuda” brindada por el colonialismo francés, solo incrementaron la hostilidad. Líderes africanos como el primer ministro senegalés Ousmane Sonko y el canciller de Chad, Abderaman Koulamallah, rechazaron esas palabras, señalándolas como despectivas e incluso cínicas, al ocultar la impagable deuda material y moral que Francia contrajo con los pueblos africanos, durante siglos de esclavitud, barbarie y colonización.
Más allá de la esfera militar, la emancipación africana busca ante todo romper las cadenas económicas que perpetúan la dependencia, como el franco CFA. Esta moneda, utilizada por catorce países africanos y cuya política monetaria está controlada por el Tesoro francés, obstaculiza un desarrollo económico independiente. Por otro lado, como es sabido, las grandes empresas europeas siguen explotando los recursos naturales —desde el oro y el uranio hasta el petróleo— sin generar ningún progreso material para las comunidades locales.
¿A quién puede extrañarle, en este contexto, que África explore alternativas? Los acuerdos con China, Rusia y Turquía, así como la creación de organismos regionales como la Unión Africana, ofrecen oportunidades para generar nuevas alianzas sobre bases más justas. Los nuevos acuerdos son claramente ventajosos y atractivos para los países africanos, lo que explica la nueva situación. Si ya era evidente que países como Malí, Níger y Senegal habían cobrado conciencia de sus objetivos comunes, cuando incluso naciones antaño firmes aliadas de París, como Chad y Costa de Marfil, se suman a la revolución, la suerte está echada.
El declive del neocolonialismo francés ya es irreversible y refleja un cambio histórico más amplio. La expulsión de las tropas francesas y la negociación de nuevos acuerdos demuestran que la liberación del Tercer Mundo no es un ideal utópico, sino un proceso tangible y en curso. Este momento histórico merece ser respaldado por las fuerzas auténticamente progresistas (y, por tanto, revolucionarias) del mundo, defendiendo, también desde el corazón del imperio y con firme internacionalismo de clase, el derecho inalienable de los pueblos africanos a construir un futuro autónomo y digno, libre de injerencias imperialistas. Solo así la martirizada África podrá aspirar a una verdadera independencia. Y a la verdad, la justicia y la reparación.