Una de las cosas más curiosas hoy en día es el hecho de que se nos haya vendido la idea de que los países occidentales deberían seguir ejemplos como el de Japón, considerándolo un faro de prosperidad económica y estabilidad. Sin embargo, la realidad es mucho más cruda de lo que se nos ha hecho creer. Japón, lejos de ser un modelo de éxito, se encuentra sumido en una crisis económica de proporciones alarmantes.
Uno de los mayores flagelos que aquejan a Japón es su monstruosa deuda pública, la cual supera el 250% de su PIB. En medio de una economía globalizada y altamente interconectada, esta cifra resulta sencillamente escandalosa. Esto quiere decir que, para poder pagarla, el país entero tendría que dedicarle toda su producción durante dos años y medio.
En el gráfico anterior se puede apreciar la enorme disparidad entre el país más endeudado del mundo y otras naciones con altos niveles de deuda, como España y Estados Unidos, que parecen insignificantes en comparación. China, a pesar de haber experimentado un rápido aumento en su deuda desde 2015, se encuentra considerablemente por debajo de los ejemplos mencionados.
Una de las razones de ello se encuentra en que, durante décadas, Japón ha seguido un patrón económico que podría describirse como un intento desesperado por salir adelante sin lograr avanzar ni un solo paso. Ha recurrido a políticas de estímulo y préstamos masivos, endeudándose cada vez más, pero sin obtener resultados tangibles. La realidad es que la economía japonesa ha estado estancada durante más de 30 años, es decir, en balance, su PIB no ha aumentado desde 1993 hasta hoy, lo que demuestra que el país se ha sumido en una espiral de deuda sin fin y sin beneficios reales.
Muchos gurús de la economía, defensores de la economía nipona, alegan que la deuda es una herramienta necesaria debido al carácter ahorrador de la población japonesa, y que por eso se debe impulsar la economía por parte de la administración. Por otro lado, también esgrimen que la gran parte de esta deuda está en manos de los propios agentes -tanto públicos como privados- de Japón, defendiendo así que, al tratarse de una deuda interna, existe un menor riesgo.
Lo que quizás parecen obviar es que no estamos hablando de un pequeño impulso de la economía vía deuda, sino de 2,5 veces su producción anual. El verdadero quid de la cuestión aquí es que tanto Japón como la gran parte de las economías del mundo creen haber encontrado una “fórmula secreta” para poder gastar sin límite vía endeudamiento, y nada más lejos de la realidad.
La cruda verdad a la que se enfrentan los japoneses es que su moneda se está depreciando a niveles nunca vistos en 30 años, y no van a poder hacer nada por evitarlo. La razón se debe a que los especuladores están prefiriendo la rentabilidad de los instrumentos financieros europeos y estadounidenses por las recientes subidas de tipos de interés. Desde un punto de vista de la economía liberal -con las limitaciones que ello supone-, un aumento de los tipos japoneses para atraer de vuelta a los inversores supondría la muerte en vida del país, ya que tal y como se ha mencionado anteriormente, Japón ya tiene suficiente deuda como para que una subida de los gastos financieros -por intereses- se coma casi todo el gasto público que tienen.
Aun así, a pesar del gran gasto público del gobierno, este se vuelve cada vez más insuficiente. La población envejecida requiere un acceso adecuado a los servicios públicos, pero la deuda, ya sea en forma de intereses o del capital, exige un porcentaje cada vez mayor del gasto público total, y como resultado se destina una menor proporción a los ciudadanos.
En definitiva, Japón se encuentra en una situación complicada derivada de una política monetaria muy común en Occidente: la emisión desenfrenada de deuda. Se trata de una política cortoplacista e imprudente -inherente al liberalismo-, puesto que, aunque al principio pueda parecer que las cosas marchan bien, realmente se está creciendo de forma artificial, y lo que es peor, te ata de pies y manos de cara al futuro. En consecuencia, en la actualidad la economía nipona está atrapada, no pudiendo ni corregir los desequilibrios que se generan por miedo a provocar un caos aún mayor.