* Versión completa del artículo extractado en el nº 56 de la revista Yunque
En los últimos meses, nuestras pantallas y periódicos se han visto inundados con relatos de la crisis migratoria, desde Estados Unidos hasta Italia, y ahora en las Islas Canarias. Los titulares son contundentes, presentando la inmigración como un desencadenante de la degradación social y la pobreza, un discurso aceptado y aplaudido por las capas conservadoras y no tan conservadoras.
Es un patrón familiar: en tiempos de crisis económica, el inmigrante se convierte en el chivo expiatorio perfecto para los males del sistema capitalista: el desempleo, la pobreza, entre otros. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. La burguesía no solo necesita a los inmigrantes, sino que depende de ellos y de sus salarios bajos para mantener sus márgenes de beneficio. En este sentido, Marx ya expuso la tendencia intrínseca dentro del sistema capitalista hacia una disminución a largo plazo de la tasa de ganancia, lo que impulsa a los empresarios a buscar mano de obra barata y flexible. Él enfatizaba en la incapacidad de esta burguesía de incrementar la explotación de los obreros ya empleados, lo que hace indispensable la incorporación de nuevas fuerzas laborales. Ahí es donde entra en juego la mano de obra inmigrante, la cual tiende a ocupar los empleos menos cualificados y más arduos. Echan mano de una fuerza laboral que, por su situación insegura, exhibe características de vulnerabilidad jurídica y carencia de derechos sociales y políticos, aspectos que no son tan comunes en la fuerza laboral nativa.
La presencia masiva de trabajadores inmigrantes se convierte así en un pilar fundamental para sostener los beneficios del sistema capitalista, actuando como un amortiguador ante posibles crisis económicas y contrarrestando la tendencia a la disminución de las ganancias. Esta mano de obra, caracterizada por su disposición a aceptar empleos difíciles y poco cualificados, proporciona una flexibilidad que la fuerza laboral nativa ya no garantiza.
Es interesante notar que, aunque los capitalistas rara vez admiten abiertamente su dependencia de la inmigración para mantener sus márgenes de beneficio, algunos neoliberales de la Escuela Austríaca abogaban incluso por la apertura de fronteras. Sin embargo, con la posterior construcción de la idea de un Estado del Bienestar que aseguraba unas ayudas mínimas para el inmigrante, tenían que buscar formas de garantizar una explotación aún mayor de los inmigrantes para mantener la rentabilidad. Será en 1977 cuando Milton Friedman propondrá elevar la explotación a otro nivel, exponiendo que:
“Si nos encontramos en circunstancias en las que cada persona tiene derecho a una ayuda, a una pequeña porción de pastel, el efecto es que inmigración libre supone una reducción para todos de los beneficios sociales hasta un nivel uniforme […] Miremos el ejemplo obvio, inmediato y práctico de la inmigración ilegal mexicana. Esa inmigración, al otro lado de la frontera, es positiva. Es buena para los inmigrantes ilegales, es buena Estados Unidos, es buena para sus ciudadanos. Pero lo será mientras sea ilegal”
Es una paradoja interesante en la que pensar. Hazlo legal y no funcionará. ¿Por qué? Porque mientras sea ilegal, las personas que llegan no tienen derecho a asistencia social, no se benefician de la seguridad social, no tienen derecho a la multitud de prestaciones que repartimos de nuestro bolsillo izquierdo a nuestro bolsillo derecho. Mientras no cumplan los requisitos, migran sólo en busca de empleo. Aceptan trabajos que la mayoría de los residentes de este país no están dispuestos a aceptar. Proporcionan a los empleadores el tipo de trabajadores que no pueden conseguir. Son muy trabajadores, son buenos trabajadores y están claramente en mejor situación.”
La paradoja es clara: la burguesía no necesita simplemente inmigrantes, sino una clase de trabajadores confinados, marginados y desprovistos de derechos sociales y políticos, lo que les permite ser explotados sin resistencia. El discurso antiinmigración no solo les permite a los empresarios explotar a los inmigrantes, sino que también divide a la clase obrera nativa al sembrar la enemistad bajo la premisa de que «quitan empleos».
El viejo adagio de «dividir y conquistar» ha sido una táctica arraigada desde tiempos inmemoriales, tan arraigada que incluso figuras como Marx la observaron en acción. En la Comunicación Confidencial que dirigió al Consejo General de la Internacional en 1870, Marx discutió cómo la burguesía inglesa utilizaba la inmigración: “la burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos campos enemigos. […] El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él”.
Tal como sucedía antes, los capitalistas, poseedores de diversos medios de comunicación que están creciendo en la red, utilizan convenientemente discursos xenófobos de Abascal, pero ahora también de sectores que se autodenominan revolucionarios sin serlo, para dividir a la clase obrera. En este sentido, Marx sentenciaba: “La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”, por lo cual “los gobiernos inglés y norteamericano, es decir, las clases que representan, alimentan estas pasiones con el fin de eternizar la lucha entre las naciones, que impide toda alianza seria y sincera entre los obreros de ambos lados del Atlántico y, por consiguiente, impide su emancipación común”. Para la burguesía, esta división es esencial. Una clase trabajadora enzarzada en luchas artificiales contra sí misma. Una batalla para luchar por las migajas de pan que se le caen al amo.
Por eso, hay que desmarcarse de cualquier discurso barato antiinmigración, incluido aquel que adopta esencialmente la narrativa y los métodos del nacional-populismo al tratar a los inmigrantes como amenazas criminales. Resulta necesario promover la unión de la clase obrera nativa o extranjera. Son realmente las políticas capitalistas, marcadas por recortes y austeridad, las verdaderas amenazas para el empleo, los salarios y las condiciones de vida de los trabajadores nativos, no la inmigración. Los inmigrantes no son los que actualmente están privatizando servicios públicos, subiendo el precio de la cesta ni especulando con la vivienda. Transformemos la narrativa y fortalezcamos la unidad, más allá de identidades, entre las diferentes víctimas del mismo sistema. Frente al chantaje que nos hace el capitalismo, resistamos todos los trabajadores unidos, independientemente de nuestra nacionalidad, religión o cultura, porque nos quieren divididos para derrotarnos.