La tensión se sigue palpando en Estados Unidos. Mientras le azota una crisis financiera que ha provocado la quiebra de varios bancos, la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos Janet Yellen afirmaba este 1 de mayo que si no se ampliaba el techo de la deuda establecido en 31,4 billones de dólares, podrían quedarse sin dinero para cumplir sus pagos a partir del 1 de junio.
¿Qué es el techo de la deuda?
El techo de la deuda en Estados Unidos es un límite establecido por el Congreso sobre la cantidad de dinero que el gobierno federal puede pedir prestado para financiar sus gastos. El gobierno de los Estados Unidos financia gran parte de sus operaciones y programas a través de la emisión de bonos y otros instrumentos de deuda, por lo que el techo de la deuda establece en realidad el máximo que el gobierno puede pedir prestado para cubrir sus gastos.
Como el Congreso es el responsable de autorizar cualquier aumento en el límite existente, si el gobierno necesita pedir prestado más allá de dicho límite, el Congreso debe aprobar un aumento del límite de la deuda. Sin embargo, este proceso a menudo es complicado porque supone un arma política para la oposición, al poder poner en duda el gran gasto público en que incurre el gobierno y que provoca la creciente deuda.
El techo de la deuda es muy importante para Estados Unidos porque el gobierno federal depende en gran medida de la emisión de deuda para financiar sus gastos. Si el techo de la deuda se supera y no se autoriza un aumento del límite, el gobierno se quedaría sin la capacidad de pedir prestado dinero para pagar sus obligaciones.
¿Qué pasaría si se produce un impago de la deuda?
En un efecto inmediato, el impago podría llevar a una interrupción en el pago de las obligaciones del gobierno, como las prestaciones sociales y los salarios de los empleados públicos, lo que podría afectar a millones de trabajadores y desestabilizar la economía.
En segunda instancia, es altamente probable que esto provoque un efecto dominó en el resto de países -al menos de occidente o dependientes de éste-, no sólo por el hecho de que muchas naciones posean en estos momentos deuda de Estados Unidos en forma de bonos, sino porque todavía hay bastantes territorios que siguen dependiendo comercial y políticamente en gran medida de la economía yanqui.
Sin embargo, es altamente improbable que se produzca tal situación, puesto que obviamente nadie en el Congreso quiere que ocurra. Esto no deja de ser un juego político de tira y afloja entre un partido y otro para conseguir sus propias reivindicaciones. Aun así, lo que sí puede ocurrir es que, al querer tensar demasiado la cuerda, el país entre en default por un breve período de tiempo. Ya ocurrió en tres ocasiones: en 1979, 1985 y 2011, siendo el más relevante este último, provocando una rebaja en la calificación crediticia de Estados Unidos, aunque todos se resolvieran rápidamente.
Es importante destacar que esta medida no deja de ser un mero trámite, considerando que se ha aumentado el límite más de 78 veces desde su implementación en 1960. En consecuencia, en lugar de enfocarse exclusivamente en las opciones disponibles para la administración de Biden de lograr convencer a la oposición, un análisis serio debería explicar por qué y cómo se ha convertido en un debate meramente artificial.
La deuda como arma de doble filo
El debate sobre si aumentar el techo en Estados Unidos es estéril ya que en realidad el país necesita deuda para su crecimiento. Paradójicamente, dicha deuda se ha convertido en un arma de doble filo.
Desde el principio, Estados Unidos ha tenido la capacidad de endeudarse ilimitadamente sin respaldo gracias al poder del dólar. Siendo la moneda de intercambio y reserva de referencia a nivel mundial, y siendo el único país con el derecho de imprimir esa moneda, el gobierno ha podido gastar sin restricciones al exportar su deuda al resto del mundo. Para ilustrar esto, la deuda actual alcanza aproximadamente el 125% del PIB estadounidense, lo que significa que por cada 100 dólares de crecimiento, se generan 125 dólares de deuda, demostrando así que actualmente se está endeudando más de lo que está creciendo. Esta política de endeudamiento ha prevalecido durante décadas, aunque ha habido períodos en los que se ha intensificado. Por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19, la Reserva Federal llevó a cabo auténticas medidas de “fotocopización”, creando de la nada 2,3 billones de dólares adicionales. En circunstancias normales, esto habría llevado a un aumento generalizado de los precios, lo cual deja ver que si no hemos experimentado una inflación significativa ya desde hace dos años, se debe en gran parte a la dependencia mundial del dólar.
Sin embargo, en la actualidad, Estados Unidos ya no se encuentra en la misma posición que hace décadas, debido en mayor medida a la creciente influencia de China como potencia mundial, lo cual ha llevado a una «desdolarización» de la economía global. Hay que tener en cuenta que la desdolarización supondría la absoluta perdición para Estados Unidos, ya que como se mencionó anteriormente, necesita deuda para seguir creciendo, aunque sea de forma artificial. Pero para que la bomba que ha creado no le explote en sus propias narices, necesita poder colocar su deuda en el resto del mundo, por lo que es un imperativo para ello que el dólar sea la moneda de referencia para las demás economías, tanto en el comercio como en las reservas. Por consiguiente, al ver amenazada su posición, el gobierno norteamericano está buscando desestabilizar el orden mundial a través de conflictos, como se ha visto en Ucrania, o como está intentando hacerlo en Taiwán. Esta desestabilización, que no es coincidencia que ocurra en áreas cercanas a Rusia y China, fortalecería al dólar como la única alternativa estable frente a estos países «conflictivos y peligrosos». Además, la debilidad del dólar dificultaría la imposición de sanciones al resto del mundo ya que, por ejemplo, si las sanciones implican la congelación de activos denominados en dólares, pero la economía desdolarizada ha diversificado sus reservas en otras monedas, el país en cuestión podría seguir realizando transacciones internacionales sin mayores obstáculos, perdiendo así un gran poder de chantaje “diplomático”.
En conclusión, la necesidad de aumentar infinitamente la producción y las ganancias impulsa a economías como la norteamericana a recurrir a la deuda como una forma de financiar inversiones y mantener la demanda agregada. Sin embargo, esta dependencia de la misma crea una dinámica insostenible a largo plazo, ya que perpetúa una especie de esquema Ponzi en el que se acaba emitiendo deuda solo para pagar la anterior.
Así pues, el debate que se está formando en el Congreso no deja de ser una escena de teatro más en el que todos saben que están sometidos a la deuda para mantener el crecimiento, si bien es cierto que este chollo se les está acabando.