Coincidimos en que, aunque lo fundamental sea la lucha en barrios, centros de trabajo o lugares de estudio, las redes sociales pueden jugar un papel. Sin embargo, resulta inexplicable que, desde las campanadas de fin de año, buena parte de la izquierda «cibermilitante» ande obsesionada con la cuestión de Lalachús y Broncano.
Estos humoristas pueden resultar simpáticos para tomarse una caña, qué duda cabe. Pero de ahí a ponerlos como los nuevos Che Guevara y Rosa Luxemburgo, hay un salto considerable. Resulta inaceptable que, en apenas unos años, se haya pasado de gritar “nacionalización de la banca y las eléctricas” o “no al pago de la deuda externa” a un descafeinado “viva Broncano, abajo Motos”.
La mayoría de los temas que hoy día levantan pasiones en tertulias y redes sociales no son políticos: son personales. La lucha de clases se está queriendo aparcar y sustituir por una vaporosa y estéril «guerra cultural» entre “wokes y antiwokes”, “globalistas y patriotas” y otros circos similares que desvían la atención, mientras la vivienda se convierte en un lujo, la sanidad pública es desmontada, etc.
Es un error entrar en ese juego. Ni en Kamala ni en Trump podemos buscar el más mínimo avance para los trabajadores, los autónomos y los sectores populares, pues ambos son peones de un mismo tablero: el de la estructura de poder capitalista. ¿“Antiglobalistas”? Que no nos confundan. Somos antiimperialistas. Y sabemos que tanto Trump como Harris forman parte del mismo bando: el imperialismo que explota al tercer mundo y bloquea económicamente a los países que deciden resistir. ¿No había quedado ya claro, desde la anterior arremetida de la crisis, que PSOE y PP “la misma mierda es”?
En las redes sociales, nuestro pueblo se divide y se odia en una guerra cultural que en nada le beneficia, mientras la oligarquía queda fuera de todo cuestionamiento. Una parte del pueblo se mofa de la otra y la convierte en el blanco de todos sus esfuerzos. No caigamos también nosotros en eso: la otra mitad del pueblo no es el enemigo. Aunque a alguien le parezca casposa, reaccionaria, tendente a las actitudes machistas o inclinada a los comentarios xenófobos.
Guste o no, el pueblo sigue siendo el único sujeto histórico capaz de darle la vuelta a esto. Con el pueblo, hace falta pedagogía, no una nueva inquisición. Pero es comprensible que se cometa este error, porque estar en las redes sociales despista. Y porque no existen los «cibermilitantes». Solo alguien ligado al terreno (a la asamblea, a la asociación vecinal, al sindicato…) podrá luego hacer un uso sano y estratégico de las redes sociales.