Hay un personaje de mi infancia que nunca he olvidado, Momo, de Michael Ende. Me llamaba la atención poderosamente la falta de edad de esa niña, qué tontería preguntársela: ella estaba aquí desde siempre. Momo era la percepción perfecta de la mujer, ni niña ni adulta, a convenir, siempre Momo. Atemporal y por atemporal, ahumana. Se la humaniza al gusto. Se le atribuyen caracteres según convenga. ¿Cuál es la mayor cualidad de Momo? Saber escuchar. Momo vive para los demás, mientras todo lo demás no importa.
A muchísimas mujeres nos intentan convertir en Momo a cada rato. Somos criaturas sintientes, no pensamos sino en los momentos en que nos dejan, pero en la intimidad social somos criaturas hechas para sentir. Sentimos por todos los otros y así respondemos por la barbarie ajena y eximimos a sociedades enteras de su responsabilidad hacia personas, animales, plantas. Económicamente salimos rentables porque a la gran mayoría de las mujeres de este mundo se nos mantiene en la pobreza. A priori, muy pocas mujeres no son unas desgraciadas, apenas aquellas, en cada ámbito específico, elegidas por los hombres.
En el entorno político asumimos el papel de desgraciadas sin decirlo nunca, estaría feo, es una convención, la cual, de ser evidenciada nos pondría a nosotras mismas en evidencia. Digo desgraciadas, no víctimas; eso no nos dejan serlo aunque lo seamos. Nuestra condición es la desgracia pero con alegría, sin hacer sentir mal a nadie. Quizá por esa razón aceptamos cuando nos aseguran que nosotras hablamos menos en una reunión porque nos cuesta, y nosotras, para no molestar, nos lo creemos, en lugar de ser sinceras y admitir que, por lo general, no tenemos ningún problema para hablar. Nos cuesta reconocer públicamente este hecho: se nos calla. Se nos impide hablar, se quita valor a nuestras propuestas cuando contradicen la realpolitik de turno, a veces con insultos y gritos, todavía quedan energúmenos así, a veces sin decirnos nada y dejando en manos de otras mujeres, dada su sensibilidad son las más adecuadas, la tarea de comunicarnos haber sido subestimadas, nuestra palabra obviada.
Ten presente el mensaje con el que van modelando tu identidad: no es que te excluyan, es que te sientes excluida. Si preguntas algo no es por curiosidad, es porque intentas llamar la atención, sobre todo porque para ellos una de tus principales motivaciones es estar enamorada. ¿Cómo? ¿No te habías dado cuenta? Estás enamorada de ese hombre, él sí se ha dado cuenta, no se lo discutas, no disimules, por eso él puede hacerte ver lo erróneo de tus opiniones, entiéndelo, se siente en el deber de intentar manipular tu comportamiento a través de tus sentimientos, al fin y al cabo, esa peligrosa opinión salida de tu boca es apenas el balbuceo casual de una criatura infantil desgraciada y enamorada, no de una elegida para representar las ideas convenientes.
Escucha, te dirán, ese pensamiento, ese escrito, no son tuyos, son de tal o cual revista, eso lo has escuchado tú en no se sabe dónde, no insistas, tú no eres nada, eres algo cuando nos sigues la corriente a los compañeros, somos tus compañeros, no lo olvides y no se puede hacer nada sin nosotros, no seas absurda, tenemos que ir juntos, aunque eso signifique perdonar faltas graves de respeto porque es contraproducente no perdonar a los compañeros, y, recuerda, si no perdonas, tu egoísmo te hará culpable del hundimiento de la izquierda, del advenimiento del fascismo. ¿Que ni siquiera te hemos pedido perdón? No le des importancia.
Yo te digo: no te preocupes, la izquierda no te necesita a ti para hundirse. Lo que ocurre es que se niegan a admitir la existencia de tantas y tantos sin querernos hundir con ella. Tantas, tantos, negándonos a unirnos a una socialdemocracia pactada con el capital, a convertirnos en el mal menor, en el sacrificio necesario para evitar que el fascismo se trague a los liberales burgueses.
Permanece atenta a la gran amenaza, mujer: la soledad. Acepta y calla o te dejarán sola. Quien se queda sola no sobrevive. Acepta el lugar convenido, la definición de antemano definida, el comportamiento exigido.
¿Cómo vas a enloquecer más y mejor, sola o adaptándote a sus exigencias para no estarlo? Suprímete, anúlate, sé ese compendio de valores universales, indiscutibles, la dadora de vida, la cuidadora, el sentimiento del mundo definido por otro y mantenido en calma por ti. Te costará entenderlo, pero esas son las reglas en tu entorno político. A fuerza de conservar roles más o menos maquillados de otra cosa, pronto no habrá palabra más conservadora que la palabra mujer.
Antes de unirte a nadie recuerda ser una habitante del tiempo hecha de tiempo y no la creación incontestable de su imaginación.