«Finalizada la Guerra Civil en Madrid, la dictadura del general Franco reprimió ferozmente a sus enemigos políticos. Consejos de guerra carentes de cualquier garantía procesal dieron lugar a numerosas ejecuciones por fusilamiento o garrote vil».
El silencio es para los cementerios, sobre todo si se les condena al silencio. Eso fue exactamente lo ocurrido en Madrid, en el cementerio de la Almudena, cuando en noviembre de 2019 los
nombres de las 2934 personas fusiladas en la capital después de la guerra por el Régimen franquista entre los años 1939 y 1945, fueron arrancados en placas del Memorial erigido con motivo de reparar simbólicamente la crueldad y la injusticia cometidas. Tal acto vandálico fue perpetrado por el Consistorio del alcalde del PP, Jose Luis Martínez Almeida, junto con sus cómplices de Ciudadanos y de Vox. Arrancaron los nombres de las víctimas sin comunicar a sus familiares cómo nuevamente habían sido humillados por los fascistas: ninguneándolos una vez más.
Se paralizó la construcción del Memorial aprobada por el Gobierno anterior, Ahora Madrid, el cual, el día de la inauguración del mismo, amenazada ya su permanencia tras los resultados electorales de las elecciones municipales de 2019, prefirió no dar publicidad al acto con motivo de evitar un posible enfrentamiento con la derecha.
Es muy loable querer evitar enfrentamientos, solo que a fuerza de evitarlos, se acaba cayendo en el silencio, se acepta la política del miedo latente desde hace tanto tiempo en este país.
Dos cosas, sin embargo, desdijeron la aceptación total de ese silencio. La primera, guardar a salvo del fascismo en el interior de los troncos de roble reproducidos en bronce por el escultor Fernando Sánchez Castillo, colocados en horizontal frente a las tapias del Memorial a la entrada del cementerio, un pendrive con los 2934 nombres y una colección de cartas escritas por los familiares de los asesinados, dirigidas a sus muertos. La segunda, el recital en homenaje a Miguel Hernández celebrado el uno de marzo de 2020 en respuesta a la exclusión de los versos del poeta de una de las tres láminas de bronce levantadas junto al Memorial, en las cuales debían de leerse doce versos del poema El herido, una carta escrita por Julia Conesa, una de las Trece Rosas, y el mensaje que sirve de cabecera a este artículo. A cambio, sustituyeron los nombres eliminados por un mensaje vacío de contenido, en la insistencia de convencernos de la responsabilidad a partes iguales de los dos bandos por los crímenes cometidos durante la Guerra Civil. Para empezar, todos las personas fusiladas y pasadas por el garrote vil en la Almudena, lo fueron una vez ganada la guerra por los usurpadores del poder a la República constituida democráticamente. Para terminar, nunca ha habido ni habrá equivalencia entre víctimas y verdugos.
Después de esto, el silencio solo ha sido roto por actos puntuales de diversas organizaciones en fechas señaladas, como las quedadas en el cementerio de los últimos domingos del mes con el fin de reproducir el lugar que pudo haber sido y no fue, homenajeando a los y las ejecutadas en las tres tapias de la muerte: la de los 2934, la de los 43 y la de las Trece Rosas.
No es suficiente. El silencio es el abismo abierto por la cobardía, agrandándose a cada día que el neofascismo apoyado por la neopalabrería neoliberal, nos calla la boca con el miedo al enfrentamiento abierto. Hagámonos oír, primero con pequeños gestos, como dejar caer escritos los nombres de los asesinados sobre el cemento del suelo del cementerio, en un ladrillo al doblar una esquina, en el soporte de una papelera, en un banco, en una fuente. Paseemos los nombres de nuestros muertos. Escribamos poemas de Miguel Hernández a lo largo y ancho de la Almudena burlando la vigilancia, redactemos a mano, en fin, las cartas escritas por cualquiera de las Trece Rosas sobre los ladrillos donde se apoyan los rosales, como cuando niñas escribíamos con tiza en las tapias de la escuela desafiando a la lluvia con un mensaje nuevo cada abril.