Debe ser el tic añadido que da el ser parte del primer mundo, del imperialismo, del colonialismo, del estado del bienestar o de como quieran llamarlo. El caso es que la conocida como «izquierda europea» (y sus correligionarios en Latinoamérica) dictamina, sin rubor alguno, en el ámbito internacional, qué es lo correcto, cuál es la posición que debería asumir la izquierda del tercer mundo o del «eje del mal». Y lo hacen sin anestesia.
Así, por ejemplo, le indican al pueblo palestino cómo deber ser la resistencia a la masacre sionista, esto es, nada de violencia tipo Hamás. Ellos se identifican mejor con la Autoridad Palestina, y si alguien osa exhibir una bandera de la organización armada que hace frente a la matanza israelí, es apartado de las manifestaciones antes de que intervenga la policía por «apoyar el terrorismo», y arruine la «movilización por la paz». Con Hamás, no, dicen.
Tampoco con Maduro y la revolución bolivariana, que para eso el Telediario (de todas las cadenas y webs) dice que es un dictador, Y adhieren a la burguesía golpista pidiendo «Actas» de las elecciones, en una exigencia que está fuera de lugar: primero porque ya se enseñaron y segundo por estar haciendo el juego a la extrema derecha y su objetivo de que el petróleo venezolano caiga en manos de empresas de EE.UU y la U.E. No ver esta estrategia mediática-financiera los convierte en ¿ignorantes o ingenuos?.
Hay más: el conflicto en Ucrania es, desde el principio, un ejercicio imperialista de la OTAN (utilizando a los títeres zelnskistas puestos para la ocasión) contra Rusia. El ejército ucraniano, asesorado y dirigido desde occidente, está preñado de neonazis (el Batallón Azov es solo la punta del iceberg), y de mercenarios, como el caso de colombianos -y no solo- que llevan años combatiendo a las FARC y hoy están en Ucrania. No ver el papel de la U.E y EE.UU en el conflicto (con venta de armas y la explosión del gaseoducto Nord Stream incluidos), es indicativo de que esa «izquierda», una de dos (o las dos): o ha dado por perdida la batalla mediática y se pliega a ser buenos chicos, o, convencida, compró demasiadas ideas a la derecha. Y, por tanto, tiene pánico a que se le asocie con Putin y perder así votos (y con ello diputados y concejales, la razón de su existencia). Ante esta realidad, no tiene más remedio que colocar en el mismo paquete a Putin y la OTAN, a Maduro y la extrema derecha, a Hamás y el sionismo, y ondear la bandera de la paz pero vacía, como si fuera un símbolo del hipismo, de lo políticamente correcto y dentro del sistema que, duele pero hay que decirlo, les da de comer.