Como en la canción del dúo dinámico, el final del verano llegó. Pero el que partió no fue ningún romance playero, sino más bien el romance del gobierno con los datos (sesgados) del IPC. Nos encontramos nuevamente con que los precios suben. Vuelven los cortes de luz en los barrios humildes, y la escalada del aceite de oliva amenaza con llevarse por delante incluso la celebrada dieta mediterránea.
Los cheerleaders del gobierno más progresista ever presumen recurrentemente de la subida del salario mínimo. ¡Verdaderamente meteórica! Lo que se olvidan de mencionar es que el salario real (en relación a los precios) está bajando. Y meteóricamente. Lo que demuestra que el famoso “escudo social” era un escudo de papel contra el acero capitalista.
Si se te ocurre señalarlo, saltarán – haz la prueba – con que el gobierno hace todo lo que puede humana y materialmente. A lo mejor hasta aluden a algún problema “técnico”, a lo Yolanda Díaz cuando le preguntaban por la reforma laboral. He ahí la primera gran contradicción.
Si presumen de que el gobierno tiene facultades para establecer un salario mínimo mayor que el anterior, están reconociendo implícitamente que el gobierno no hace todo lo que puede. Y es que podría establecerse una cláusula gatillo: la escala móvil salarial, en función de la cual cada subida de precios implicara automáticamente una subida del salario. Eso sí sería defender la cesta de la compra y mantener el poder adquisitivo de los trabajadores.
El gobierno debería establecer un salario real mínimo, en lugar de un salario nominal que es solo un número. Lo determinante es el acceso que el salario otorgue al trabajador para adquirir determinados bienes de consumo (los cuales, en una sociedad justa estarían garantizados por el Estado, no dependiendo de un salario), no el fetichismo de un número u otro. Algo así como cuando Yolanda te aclara que da igual que te hayan despedido por dos perras, ya que siempre podrás presumir de que en tu contrato aparecía la hermosa palabra “indefinido”.
La escala móvil salarial es solo un parche, puesto que la solución pasa por construir una estructura social diferente, sin explotación. Está claro. Pero, en las actuales circunstancias, se trata de un parche urgente: debería ser un clamor popular exigirla. Y forzarla.
Ya existió, incluso bajo el capitalismo. Y adivinen quién la forzó. Correcto: existían unos tales soviéticos que asustaban a Europa, pero no porque fueran a invadirla como se decía en películas y panfletos. Sino porque los trabajadores europeos, ahogados por la inflación, se hacían preguntas incómodas y podían “equivocarse al votar”, como diría Vargas Llosa.
El socialdemócrata y otanista francés Vincent Auriol introdujo la escala móvil en Francia en 1952, mientras pisoteaba a las colonias de Madagascar, Indochina y Argelia. Todo fuera por la “paz social” en el interior. También los italianos tuvieron scala mobile, parcialmente desde los años cincuenta y en todos los sectores desde 1975.
Cuando la Unión Soviética entró en crisis terminal, los capitalistas respiraron tranquilos y comenzaron a desarticular muchas de sus concesiones preventivas, empezando por la escala móvil salarial: la échelle mobile francesa fue derogada por Jacques Delors en 1982, y la italiana por Bettino Craxi en 1984. Ambos, por cierto, “socialistas” de postín, como nuestro preclaro gobierno.
Los pensionistas, que proceden de aquel mundo donde el socialismo (hecho) real (y no mera frase) amenazaba, y donde por tanto se conquistaban y hacían reales derechos, llevan años dándonos una positiva lección, con su lucha por la actualización de las pensiones con respecto al IPC. Ya es hora de que los sindicatos oficialistas dejen de aplaudir al gobierno, exigiendo que sea el salario real el que suba, en lugar de tanta propaganda barata.
De lo contrario, ¿cuánto tardarán las familias que ven disminuir su nivel de vida en echarse en manos de algún populista como Milei?