Europa rezuma cocaína por los cuatro costados y España está enfarlopada hasta las cejas. Esta es una realidad que apenas trasciende más allá de las páginas de sucesos pero que tiene evidentes repercusiones sociopolíticas y geoestratégicas. Solo en 2023, fueron incautados 100.000 quilos de cocaína en España, más del doble que el año anterior, batiendo todos los récords históricos. Para hacernos una idea comparativa, en 2011 la cantidad requisada apenas superó las 16 toneladas. Teniendo en cuenta que la cantidad de droga aprehendida supone apenas un pequeño porcentaje de la que se mueve y consume, las conclusiones son fáciles de realizar: nunca ha habido tanta droga como en la actualidad, ni siquiera en los años dorados de los cárteles colombianos y los clanes gallegos.
Los talibanes acabaron con la plantación de la amapola pero con la invasión de la OTAN el país lideró la producción mundial de heroína. Tras su retirada, los talibanes han vuelto a erradicar el 95% de la producción
El último Informe Mundial sobre Drogas de la ONU, publicado en 2023, destacó que la producción de cocaína había alcanzado un máximo histórico en 2021, con más de 2,3 millones de quilos de la máxima pureza, y que las cifras crecen exponencialmente cada año. Son datos que corrobora la Fiscalía Antidroga española, señalando que hay droga “en todas partes, de todo y para todos”. Pero si es importante conocer las cifras, más importante aún es intentar averiguar las causas. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) ya alertó en 2022 que el conflicto en Ucrania suponía un terreno fértil para las drogas, dado que “las situaciones de conflicto pueden actuar como un imán para la fabricación de drogas sintéticas». Y no solo las sintéticas. En las últimas décadas hemos aprendido que los períodos de grandes conflictos bélicos llevan aparejados grandes movimientos de drogas, y que sus enormes beneficios guardan una relación directa con las guerras imperialistas y el terrorismo. Los ejemplos son variados.
La producción de heroína en los años 70 en el llamado Triángulo de Oro (Laos, Birmania y Camboya) sirvió a la CIA para financiar sus operaciones anticomunistas en el Sudeste Asiático. Algo más tarde, utilizaron la producción de amapola en Afganistán para financiar la cruzada de los muyahidines contra las tropas soviéticas en ese país. El problema de salud pública generado por el consumo de heroína llevó a los talibanes a prohibir su plantación, pero la posterior invasión de la OTAN garantizó a Afganistán recobrar el primer puesto mundial en la producción de opio. Tras la salida por pies de la Alianza, los talibanes han erradicado el 95% de la producción y, casualmente, Birmania ha recuperado el liderato planetario después de que los militares ejecutaran un sangriento golpe de Estado a principios de 2021. En la actualidad, el gobierno militar birmano está haciendo frente a levantamientos armados en todo el país.
El hachis de Marruecos sirve para financiar el Muro del Sahara Occidental y los 100.000 soldados marroquís que lo vigilan
Marruecos, uno de los mayores productores mundiales de resina de cannabis, utiliza el tráfico de hachís para financiar el mantenimiento del Muro del Sáhara Occidental y de los 100.000 soldados marroquíes que lo vigilan diariamente. A pesar de las altas medidas de seguridad y los campos minados, los cargamentos de hachís son capaces de atravesar mágicamente el muro para viajar a zonas dominadas por organizaciones terroristas yihadistas activas en los países del Sahel.
En México, el desaparecido cártel de Los Zetas, considerado durante años como el más poderoso y sanguinario de México, estuvo integrado por militares de élite que habían sido entrenados por el Mossad y la CIA para combatir al EZLN.
En la actualidad, el partido republicano y Donald Trump amenazan con bombardear a los cárteles mexicanos para, supuestamente, combatir la epidemia de fentanilo que sufre su país. Recuerda la estrategia del combate al “narcoterrorismo” en época de Ronald Reagan, y la guerra sucia del Departamento de Estado en su llamado “patio trasero”. En 1996, el periodista de investigación Gary Webb destapó cómo la CIA permitió inundar de “crack” (cocaína sólida barata) los barrios pobres de Los Ángeles para financiar la Contra nicaragüense, durante la década de 1980.
Los conflictos bélicos aumentan y los estupefacientes se multiplican. El tráfico de drogas conlleva violencia, la violencia conlleva inseguridad y la inseguridad abre la puerta a la extrema derecha, cerrando el círculo. Deberíamos reflexionar sobre quién se beneficia con su consumo.
— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?
Mundo obrero
(La Retranca)