El discurso de los dueños del poder en el actual momento geopolítico invita exigiendo a personas y organizaciones que habitan Europa, a ser y manifestarse a favor de la línea ideológica trazada por los capos europeos. La idea es marcar diferencias con Putin, Trump y China, vendiendo una falsa zona de remanso, paz social, respeto de los Derechos Humanos, libertad, democracia y etcétera, para que no dudemos en apoyar al bueno, justo, e inteligente (ellos). La petición de militancia pro-europea se produce para que abracemos lo que en realidad es un mero ente donde, al parecer, no existen las clases sociales y, por tanto, tenemos todos (y todas) los mismos intereses.
Los apólogos de la distopía de que no existen clases sociales diferentes o, en el peor de los casos, no es necesario observarlas, dirigen a los súbditos a una suerte de «todos a una» (Amancio Ortega y quien está sin empleo unidos en un «Viva Europa», por poner un ejemplo), todos en la misma causa (europea) y que, de paso, solo colateralmente, no cuestione a Don Amancio. Las risas que soltará el mega millonario ante tal asentimiento.
Ocurre porque desde la segunda guerra mundial, en la parte occidental de Europa la derecha en todas sus acepciones (conservadores, liberales, socialdemócratas, demo-cristianos…) ha ganado siempre elecciones. El poder ha tenido en sus manos a gobernantes destinados a cuidar sus intereses de clase. Y esta vez no va a ser menos, los Macron, Starmer, Sánchez, Meloni, Metz… no van a fallar (por la cuenta que les tiene) en poner a Europa envuelta en papel de celofán y, si hiciera falta, perfumada, para que compremos la engañifa. La maquinaria de sus terminales mediáticas está engrasada,