Pareciera que las clases de Historia del profe Obama han calado profundo en algunos usuarios. Sobran los ejemplos, por estos días, de personas dedicadas a establecer líneas de conexión con temáticas centrales de la guerra cultural enemiga.
Por un lado, se pondera el liberalismo político como solución para los asuntos cotidianos de Cuba y, por otro, se nos niega a los cubanos la dignidad de nuestra Historia para que no busquemos allí inspiración ni enseñanzas, sino que asumamos la transposición de ideologías como non plus ultra de la construcción política nacional.
En esa fórmula, la soberanía constituye un lastre al que conviene minimizar, escamotear, hacer caso omiso en materia de discurso político. Por ello, no debería sorprendernos la aparición de memes, hace unos días, cuyos autores hacían mofa de la Historia más reciente acerca de nuestros Cinco Héroes. De este modo, se les sustituye con productos alimenticios, en vallas que, entonces, eran símbolos de una gran lucha contra la injusticia. Como si la nación tuviera la culpa de las carencias que enfrentamos o por voluntad institucional se produjera dicha escasez, y no fuera el resultado de la misma guerra que paga a creadores de contenidos para que desvirtúen las causas de los problemas.
Las personas que actúan en correspondencia con estas líneas de mensaje (supuestamente desde la ingenuidad) no califican ya como inocentes que no divisan el resultado de sus desmanes. Para ellos, la Historia no es un bien preciado e investido de la solemnidad de sus protagonistas, sino un mero instrumento, un elemento con valor de uso que se desgasta.
Así, escuchamos o leemos expresiones en el espíritu de: “Hay que pasar la página de Fidel”; “El Comandante cometió errores”; “Fidel será superado”; frases más o menos exactas que producen un impacto en la mente de quienes las reciben. Estas iteraciones emanan de una construcción política que amasa potencia suficiente para desvirtuar lo que constituye nuestro baluarte más útil y vital en términos de resistencia cultural: la conciencia.
En este contexto, las referencias pedagógicas al flagelo de la colonización, con frecuencia obvian que esta comienza en pequeños espacios, invitaciones a un concilio más allá de ideologías, restando a Fidel y a la Revolución cubana —actualización del infame intercambio de espejitos por oro—, a riesgo de que, por acumulación, dicha agenda logre construir otro sentido de lo político. ¿Cómo? Pagando. Con esto no decimos que el mercenarismo puro esté en todas las formas de subversión. Eso sería muy fácil de desmantelar.
Existen, como hemos explicado, muchas maneras de subvertir. Sobre todo, se alcanza cediendo espacios a una corriente que desea inmiscuirse en las estructuras y hackearlas como un virus, para cuyo propósito instrumenta, a menudo, chantajes y victimizaciones. Resulta muy conveniente que haya un periodista, un profesor, un rostro parlante que se acerque a posturas afines a los enemigos del proceso revolucionario. Ello supera el papel de periódicos como 14 y Medio, Diario de Cuba, Tremenda Nota, El toque, On Cuba, y otros cuya línea editorial no constituye ya una punta de lanza para las metas de deconstrucción del sistema (que se sirve de medios académicos, como la universidad que formó a un grupo de apátridas, incluido Yunior García Aguilera).
La agenda globalista se ahorraría canalizar millones a los mercenarios cubanos si lograra implantar un discurso rosado, suave, cobarde y conciliador en el seno de sus adversarios. ¿Cuánto nos puede costar que en nuestros espacios se abrace este discurso —cuyo derrotero conocemos?
Llamamos la atención sobre el blanqueamiento hacia personas que quieren y aceptan pasar la página de Fidel, que lo califican de espía, y al Che, de asesino y drogata. Creemos en el valor de la ideología y sabemos el peso que tienen esos mal llamados errores (de alguien que, a estas alturas, sabe muy bien lo que hace, cómo lo hace y dónde, y para qué lo hace). Sostenemos que el camino hacia el socialismo no se construye blanqueando a quienes traicionan, hablan abiertamente de derribarlo y lo intentan.
Creemos que no puede haber coexistencia de ideologías, cuando una de ellas es baluarte de un país agredido que quiere ser libre, y la otra da razón a un imperio que ha hecho de todo por matarnos de hambre y provocar nuestro colapso, solo para satisfacer el interés de clase, de viejos y nuevos batistianos.
Sostenemos que, a estas alturas, quien no defiende la Revolución en su accionar, no lo hace ya por ingenuo e inocente. Sabe mucho y bien lo que pretende, pues anidan en su cabeza sueños de que renazcan difuntas hojas de otoño en primavera.
Seguimos