Comparto algunas reflexiones a raíz de la manifestación por la vivienda del pasado domingo en Madrid, y en general, en torno al debate político, mediático y social que se está desarrollando en torno al problema de la vivienda.
Está claro que el problema de la vivienda es y se percibe como uno de los principales problemas económicos. El enfado social aumenta, aunque no se traduce en un bloque de intereses que identifique de forma clara un sujeto de lucha, ni el causante ni la vía de solución.
No puede pasarnos inadvertido, tampoco, que los medios de comunicación y los partidos parlamentarios se han lanzado, cuchillo en boca, a polemizar sobre esta cuestión; la tan cacareada Ley de Vivienda y el reproche cansino de las invasiones competenciales resultan ser artefactos perfectos para el debate parlamentario. Consiguen así polarizar el debate y marcar las diferencias entre partidos –programáticamente cada vez más cercanos– en un contexto marcado por la política espectáculo; la identidad como definición política y el golpe de efecto mediático como sustitutivo de cualquier plan de reformas a medio plazo.
Todo ello puede generar una enorme nebulosa, un clima de agitación que podría ser positivo siempre y cuando se tengan unos objetivos claros y la capacidad –y voluntad– política de intervenir en esta coyuntura en coherencia con dichos objetivos. No quiero ser tildada de maximalista, de izquierdista o de cualquier otra etiqueta facilona que se aplica a quien resulta molesto en su crítica: entiendo a quienes ante un momento social así, sienten la urgencia de “surfear la ola”, de echar al aire consignas políticas que son fácilmente hegemonizables o de tomar la mano de medios y partidos que ofrecen foco y recursos; entiendo esta postura, pero creo que es legítimo y absolutamente necesario dialogar con ella. En la base de la política revolucionaria se encuentra un debate constante –que nunca puede resolverse de forma absoluta, de lo contrario hablaríamos de dogmatismo– en torno a la relación entre los fines y los medios.
Los comunistas somos totalmente inflexibles con los fines, pero nos abrimos a las posibilidades que puedan brindar los medios. Bien, en el tema de la vivienda, debemos aclarar los fines del sujeto político pensante de una potencial táctica de intervención en el problema. Para nosotros, el fin es la consecución de un Estado Socialista, que sería el estadio necesario para poder implantar un sistema de vivienda universal, gratuito y de calidad. Nuestra insistencia en este punto no es baladí: gran parte de los problemas surgen cuando no se define bien el “quién” y el “para qué”, cuando una organización se compone de partes ideológicamente heterogéneas y cuando, para mantener el mantra de la unidad, se cierran debates en falso.
Me he encontrado con gente que decía: “vivienda universal y gratuita, ¿quién no estaría de acuerdo con eso? Yo me refiero a lo mismo cuando hablo de vivienda digna”. Pero no es cierto. Lo que se presenta como un debate sobre la efectividad comunicativa de un término (“es que la gente no entendería X término”) es, en realidad, una operación de transformismo estratégico. Por lo tanto, primero, debemos clarificar con quién estamos dando el debate sobre cómo intervenir en el problema de la vivienda, es decir, con quién comparta nuestros objetivos estratégicos. Llegados a este punto, debemos hacer un análisis sincero de la situación, para valorar si nuestra intervención podría ser positiva para la expansión de una conciencia socialista. Veamos:
El marco de comprensión del problema de la vivienda y de su solución hegemónico entre los sectores movilizados es problemático por dos razones:
1) porque es compatible con el reformismo oportunista
2) porque al ser un marco parcial, que no acaba de asumir todos los elementos del análisis de la vivienda como un problema estructural, adolece de serias contradicciones que, en última instancia –por la penosa intervención política de los socialdemócratas– reforzará la reacción. Por partes: la socialdemocracia es la que tiene la capacidad de pescar primero estatus económico sobre ello. Legislar sobre vivienda es también legislar sobre las clases medias; lo otro sería hacer lo que está haciendo PSOE-SUMAR, es decir NADA. Lo que sucede cuando basamos las propuestas políticas en una distorsión es que la derecha acaba ganando el debate.
Es duro, pero es así. La reacción tiene frente a sí unos partidos políticos de izquierda que prometen y no cumplen. Terreno libre para que la derecha desprestigie a la izquierda y a todo su marco de comprensión; y lo peor de todo es que desprestigiará de paso al “comunismo”, y a las políticas radicales de redistribución, aunque nada de eso se haya planteado hace años por esos partidos. Terreno libre para aplicar medidas más restrictivas en el plano de la vivienda (penalización de la ocupación, liberalización del suelo), porque por el camino, han desplazado todo el arco parlamentario a ese consenso por el cual nos encontramos ante un problema de oferta y se debe reforzar el negocio de la vivienda. Por lo tanto, ¿Qué hacer? Creo que está claro que lo que falta aquí es una Alternativa política radical.
No sirve de nada culpar al sentido común de la gente, incapaz de ver una solución más allá del estado burgués, cuando las dos únicas opciones que se le presentan son Guatemala y Guatepeor. Debemos construir una alternativa política anticapitalista que tenga como objetivo la desmercantilización de la vivienda. Todas las reformas que puedan plantearse en el camino, en ningún caso pueden presentarse como soluciones definitivas, no pueden serlo, sino como medios para dicho fin. Para que sirvan a los fines, debemos tener claro que:
1) deben ser mejoras a costa de la ganancia capitalista; no hay conciliación de intereses posible.
2) debe abordarse la cuestión de la clase media, no circunvalarla con sujetos políticos inventados y maquillaje discursivo; esto es, debe atraerse a la clase media al proyecto comunista, entendiendo que esto significaría que la vivienda sería gratuita para todos y acabaría su derecho a apropiarse del trabajo ajeno
3) las mejoras deben aumentar la capacidad política de la clase trabajadora, y no reducirla en favor del Estado burgués. La decisión es de la clase trabajadora organizada.
No es fácil acertar entre medios y fines, menos aún cuando no se dispone de organizaciones estratégicas fuertes capaces de intervenir con voz propia en la coyuntura. Pero si no empezamos a hacerlo, nunca existirán esas condiciones. El frágil equilibrio entre la política sectaria –portadora de la razón y que no tiene por qué “bajar al barro de la coyuntura o de la lucha económica”– y la deriva absoluta del reformismo –que acaba por confundir fines y medios– es la base de la práxis revolucionaria. No podemos dejar de dar constantemente este debate, pero, como decía, este debate se tiene que dar entre quienes compartimos los mismos fines. No convenceré al comunista identitario de que hay que bajar al barro, ni al reformista de que salga del frenesí en ascenso para pensar estratégicamente sobre unos objetivos que no comparte.
Para el resto, aquí una humilde propuesta de intervención en el problema actual de la vivienda. Centrar el foco en el negocio de la vivienda y desenmascarar a todos los partidos políticos en su intención de incentivar dicho negocio.