La DANA es un fenómeno natural, pero su efecto nada tiene de “natural”. No sucede en el vacío, sino en una determinada sociedad: factores intrínsecamente ligados a nuestro modelo de sociedad afectan tanto al fenómeno en sí mismo (cambio climático y fenómenos adversos), como al impacto del fenómeno (protocolos y medios para la evacuación) como a la desigual recuperación tras la catástrofe (recursos para la reconstrucción física, económica y social). En los primeros días tras la DANA, el sentir general expresaba las principales contradicciones sociales.
Enfado contra los empresarios que se salvaban el culo y contra todos los políticos que recortaban recursos y los abandonaban. Es decir, la indignación frente a la catástrofe era la reacción que cabía esperar ante una gestión de clase. Así, afloraban las principales problemáticas: un urbanismo diseñado para proteger a unos y exponer a otros; unos empresarios que anteponen sus ganancias a la vida de la gente; la función represiva de la policía y el ejército; o el papel de los políticos que recortan de servicios de emergencia.
Pero, en pocos días, el tablero ha cambiado. Lo que se expresaba como un sentimiento antipolítico, gracias a la labor de medios de comunicación, partidos políticos y organizaciones de derecha (o directamente fascistas) está en camino de convertirse en un discurso reaccionario.
Esto sucede porque un fenómeno así, con semejante impacto político y mediático sirve para acelerar/catalizar algunas de las tendencias ya presentes en nuestra sociedad: en primer lugar, la crisis económica y el descrédito de la izquierda tratando de ocultar sus efectos.
Y en segundo lugar, el giro reaccionario de toda la política. En este caso concreto, mientras el PSOE centrará el tiro en Mazón, de la mano del PP vendrá un intento por movilizar el descontento contra el Gobierno del PSOE y reclamar la dimisión de Pedro Sánchez.
Sobre todo de la mano de VOX, SALF y organizaciones fascistas como Frente Obrero. Están cumpliendo el papel que ha cumplido el fascismo clásico durante el siglo XX: en situaciones de inestabilidad social, mantener el orden en las calles; ante la posibilidad de que el descontento se articule en términos de clase, señalar a falsos enemigos; y sobre todo, reforzar la figura del Estado fuerte. Cuando la gente empezaba a entender que su vida no vale nada para empresarios y políticos, esta escoria fascista empieza a señalar a supuestos saqueadores o a okupas.
Su función es la de convertir el descontento político en reacción excluyente: para el PP sólo se trata de agitar el avispero para obviar sus responsabilidades y volver a coger su turno en el Gobierno. Pero lo hace gracias/a costa de asumir el marco político de la extrema derecha.
Esto sucede porque las ideas reaccionarias están ya muy presentes en la sociedad valenciana, y porque no existe una alternativa de izquierda que señale sin complejos la responsabilidad del PSOE (aunque al caer venga el tan temido mal mayor) y abogue por cambios estructurales.
Hay quienes afirman que señalar estas cuestiones es “politizar lo impolitizable”; sin embargo, lo que se oculta tras estos discursos que nos hablan de unidad frente al drama, es un intento por ocultar las responsabilidades. La magnitud de la catástrofe es enorme, pero aún mayor es el horror de ver cómo se gestiona, qué recursos se emplean según qué intereses, y más aún, cómo se utiliza políticamente todo esto para aumentar la reacción. La barbarie es doble: una por nuestros muertos y otra por saber que gran parte de ello podría haberse evitado.