La campaña para esta mani está siendo el colmo del oportunismo. No sólo por el batiburrillo de reivindicaciones que van sumando según pegue el viento de la coyuntura (solidaridad, memoria, antifascismo) sino por la abierta contradicción entre estos principios y su práctica.
Azarun 18xan, Madrileko Cibelesen faxistak alkartzen dizen bitxartin, Bilbon, memorixi dauken nazinoi solidaixo eta antifaxista batek urtengo dau kalea.
AZAROAK 18, BILBOA‼️
📌Autobuseako, emon ixena Alain eta Anaitan.
✊ #NazioaGara pic.twitter.com/b3B0Nmu7KW
— Ondarruko EHBildu (@ehbilduondarroa) November 6, 2023
Dicen ser una nación solidaria; solidaria con Palestina. Mientras tanto, invisten al Gobierno del PSOE sin ninguna contrapartida (ruptura de relaciones diplomáticas, sanciones… como mínimo). No sólo eso, sino que además, dicen ya que apoyarán los presupuestos estatales.
Unos presupuestos que incluirán partidas multimillonarias al rearme de Europa. ¿Qué solidaridad hay en contribuir en la escalada bélica? Dicen ser solidarios, pero, al mismo tiempo, priorizan su acuerdo con el Gobierno bajo la premisa de que éste será un marco más adecuado para conseguir mayores cuotas de autogobierno. ¿Qué solidaridad hay en un partido que trata de negociar más favores para sus clases medias nacionales, sustentados en la posición imperialista y a costa de no polemizar con la política exterior del Gobierno?
Dicen ser una nación con memoria; una nación que mantiene el recuerdo de Josu Muguruza y de Santi Brouard. ¿Acaso olvidan que fue el Ministerio de Interior a cargo del PSOE quién financió a los GAL?
La memoria de cualquier militante que es reprimido por la libertad de los oprimidos (sea cual fuere su proyecto estratégico) se mancilla cuando este partido condena “pintadas”, cuando asume el discurso de la violencia simétrica o cuando afirma que ya no habrá más presos políticos.
Dicen ser una nación antifascista; pero reducen este principio a un eslogan electoral. Se trata, pues, de parar al fascismo “desde las instituciones”, desde la unión de fuerzas políticas con otras facciones de la burguesía (el mal menor) contra el mal mayor.
Mientras tanto, reforzando la confianza en las instituciones burguesas y en la virtual capacidad de la reforma para “cambiar la vida de la gente”, alimentan el desencanto político y en última instancia, el fascismo.
Y no digo ésto para responsabilizar a los miles de simpatizantes de este movimiento; muchos de los cuales creen sinceramente en la solidaridad, la memoria y el antifascismo. Celebro que estos valores sean parte de su cultura política. Si tuvieran culpa de algo, sería de, en un contexto de derrota de su proyecto político, haber relegado su participación militante al seguidismo acrítico al Partido que pertenecen. No, no los culpo. Culpo al Partido formado por cuadros conscientes (de la situación de retroceso generalizado en el que nos encontramos), con capacidad y recursos para condicionar la política, que deciden relegar estos valores a la impotencia; al folklore y a la comparsa electoral. No basta con afirmar unos valores como parte de la identidad propia, se debe actuar en base a éstos. Pero, como es costumbre, lo que está mal no es sólo la falta de coherencia (alguien podría decir que es infantil e izquierdista que un movimiento político sea 100% coherente y no desarrolle tácticas que, en ocasiones no sirvan a la estrategia); lo que está mal es el propio contenido que se le dan a estos principios.
Si por internacionalismo entendemos “dulzura entre los pueblos”, y no la construcción de un movimiento internacional sobre la base de la emancipación universal; si por memoria entendemos “el recuerdo de la violencia en un pasado escenario no democrático para la no repetición”
y no la enseñanza de generaciones de lucha para un proceso de emancipación no culminado; entonces la práctica de la Izquierda Abertzale está siendo plenamente coherente. No es que haya principios políticos que por tacticismo se oculten, es que éstos son los principios políticos.