Los escombros de Gaza ocultan a miles de cadáveres que aún no engrosan las filas del recuento oficial de víctimas. Cuando cesen los criminales bombardeos sobre la población palestina indefensa y se inicien las labores de desescombro, seguramente se conocerá la identidad de varios miles más de personas, en su mayoría niños y niñas, asesinadas por ese engendro sionazi que llaman Israel.
Pero las miles de toneladas de cascotes esconden otra ruina, no tan palpable, pero sí igual de irrecuperable que los edificios demolidos a placer por la fuerza aérea israelí con la inestimable ayuda militar, económica y diplomática de Estados Unidos y la complicidad de la vieja y agonizante Europa. Decía recientemente la lumbrera de Biden, que su país tenía que liderar, sí o sí, el Nuevo Orden Mundial que se estaba fraguando en estos momentos de la esfera internacional. Recuerdo que cuando oí por primera vez semejante sandez, no daba crédito a mis oídos. ¡Si el nuevo escenario que se está configurando a marchas forzadas, está naciendo justamente contra el poder omnímodo que ha detentado Estados Unidos desde la caída del muro de Berlín! ¿Acaso no se ha enterado o es que piensa que el resto del mundo no sabe de qué va esta vaina?
Los líderes europeos están aún peor. Desde la Comisión y muchas cancillerías se insiste en que una de las más importantes prioridades del viejo continente es recuperar su influencia sobre África. En las últimas Conferencias de Seguridad de Munich, al menos reconocieron que en el pasado no se habían portado demasiado bien con el continente sureño, pero que eso era algo que iba a cambiar a futuro. Parecen obviar que, sin los trasvases económicos sur-norte, y sin la explotación de los recursos africanos por las potencias de Occidente, la máquina del capitalismo no podría seguir funcionando como hasta ahora y la opulenta Europa no podría seguir siéndolo por mucho más tiempo, especialmente sus potencias neocoloniales.
A pesar de todo, muchos de los esfuerzos diplomáticos europeos de los últimos años se han destinado a reconquistar los corazones africanos y alejarlos de sus «nuevas» amistades asiáticas. Porque ese es el verdadero problema, el progresivo aislamiento de Occidente, que antaño ejercía todopoderosamente de «comunidad internacional», hoy relegado a algo parecido a aquella desafortunada metáfora que hizo Borrell, un jardín cerrado rodeado por la selva virgen, el increíble jardín menguante, me atrevería a decir. La guerra contra Rusia les ofreció la oportunidad de revertir el proceso de acercamiento a África de Moscú y Pekín. Como dueños del relato mediático, presentaron torticeramente a Rusia como invasores de un país soberano, destructor del status quo vigente y la paz y el orden mundial.
Pero no les fue nada fácil, al igual que los pueblos árabes gritan en las calles «Muerte a América, muerte a Israel», en África se grita ¡Abajo Francia! ¡Viva Putin y Rusia!. Los pueblos africanos tampoco olvidan la desinteresada ayuda que la U.R.S.S. les prestó durante la dura época colonial contra la dominación occidental. Aun así Occidente lo ha estado intentando con falsas promesas de inversiones y ayuda militar o con protección para algunos autócratas impopulares que sobreviven a duras penas contra sus pueblos.
No obstante, tras el comienzo del genocidio en Gaza, Estados Unidos, en vez de ponerse del lado del derecho internacional, cerró filas con el estado sionista, apoyando matanzas indiscriminadas contra una población civil desprotegida, usando el derecho de veto en el Consejo de Seguridad para sostener a un ente terrorista infanticida y participando directamente en la invasión de la Franja con soldados, drones, armas y munición.
Participó también, con su senil presidente a la cabeza, en una campaña internacional de noticias falsas para justificar un supuesto derecho a la defensa en favor de Israel del que jamás puede disponer un ente agresor, colonial y ocupante, que lleva despreciando el derecho internacional más de 75 años y otro tanto riéndose de las resoluciones de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Atendiendo a datos de la propia ONU, en poco más de un mes, el terrorismo de estado sionista ha acabado con la vida de más civiles que durante toda la guerra de Ucrania (por cierto, causados fundamentalmente por las tropas de Kiev). La supuesta invasión rusa, que ha contado con la anuencia de la población de los oblasts liberados, en algunos casos sin disparar un solo tiro, no puede ser en absoluto comparable al baño de sangre provocado en Gaza. El esgrimido por Occidente derecho a la defensa de Ucrania, debería ser comparable, en todo caso, al del pueblo palestino, al que, por el contrario, ni se le reconoce ni se le envían toneladas de armas para poder ejercerlo.
En este escenario, la credibilidad de un «mundo basado en reglas» se ha desmoronado globalmente, y muy especialmente en el sur del planeta. Un diplomático norteamericano con representación ante el G7 declaró al Financial Times que a EEUU «nunca más lo volverán a escuchar», que «todo el trabajo que hemos hecho con el Sur Global se ha perdido… Olvidémonos de las reglas, olvidémonos del orden mundial, definitivamente hemos perdido la batalla en el Sur Global»
Sí, Estados Unidos ha perdido en Gaza la poca ascendencia que podía tener fuera de Occidente. En las retinas de millones de personas de todo el mundo se han grabado las imágenes de los miles de niños destrozados, enterrados bajo los escombros, decapitados por las bombas o muertos en las incubadoras por falta de electricidad. Y esos crímenes de genocidio y de lesa humanidad son algo que jamás olvidarán y asociarán por siempre con el dominio norteamericano y con su brazo ejecutor, el engendro sionazi de Israel. Los pueblos del mundo llevan años tildando al tándem EEUU-Israel en estudios demoscópicos como los dos peligros más importantes para la paz de la Humanidad y, con lo que sucede hoy en Palestina, esa percepción se acrecentará al menos durante algún lustro más.
Gaza marca el fin del viejo orden. Entre sus escombros yace el «mundo basado el reglas», el mundo unipolar dominado en exclusiva por Estados Unidos y la universalización de los modelos y supuestos valores (es un decir) de Occidente. Cuando más dure la invasión de la Franja, más rápido será el declive geopolítico del hegemón. Y cuando decaiga la influencia norteamericana el en mundo, llegará definitivamente la desaparición de ese sangriento experimento colonial que llaman Israel.