Vivimos en un sistema capitalista, dominado por la propiedad privada, las leyes del mercado y la búsqueda del mayor beneficio en el menor tiempo posible. Esto parece una obviedad, pero hay gente que en su actividad política y reivindicativa parece olvidarlo o le interesa olvidarlo. Durante la pasada campaña electoral, en un mitin de la entonces Ministra de Energía, unos ecologistas le interrumpieron diciendo, en esencia, que eran las grandes energéticas las que se estaban beneficiando de la lucha contra el cambio climático. ¡Oh, sorpresa! ¿Qué esperaban? ¿No saben en qué mundo viven?
Todos hemos asistido en los últimos decenios al aterrizaje de la Banca y los inversores, cual buitres en la carroña, en los servicios a los ciudadanos. Sanidad, educación, residencias de ancianos, vivienda, agua y energía en su mayoría son hoy un coto privado. Reciente tenemos aún el caso de la pandemia de COVID y los ingentes beneficios que aún están embolsándose las grandes farmacéuticas a costa de nuestra salud.
Esta conducta rapaz se hace más aguda en los tiempos de crisis económica crónica que padecemos. El agotamiento de mercados tradicionales de extracción de plusvalía y de venta de productos, su extrema monopolización y acaparamiento por parte de las grandes compañías nacionales e internacionales y la competencia feroz entre ellos hace que la búsqueda de nuevas fuentes de donde extraer ganancias y nuevos “nichos de inversión” sean constantes.
Todo está en venta y nuestros problemas y necesidades, reales o provocados, están en el punto de mira de los bancos y fondos de inversión desde hace algún tiempo. Y donde no hay “materia prima” para los negocios, se crea con la ayuda inestimable de la publicidad y los medios de comunicación a su servicio.
Tomemos como primer ejemplo los festejos y otras celebraciones sociales, los “eventos” que se llaman ahora; en las últimas décadas su número y diversidad se han multiplicado. De actos sociales y populares de esparcimiento y de socialización se ha pasado paulatinamente a grandes saraos consumistas, derrochadores y de endeudamiento, donde numerosas empresas creadas al efecto se encargan de surtirlas de menús, vestimentas, utensilios y regalos. Los medios de comunicación, series y documentales incluidos, se encargan de que su número siga incrementándose, incluyendo para ello su importación de lugares lejanos y exóticos.
Así, junto a los tradicionales “bodas, bautizos y comuniones” y las fiestas patronales, hemos visto extenderse Halloween, las despedidas de soltero, las “fiestas de los 15 años” e incluso el “Día de Acción de Gracias” (¿?); últimamente quieren popularizar el “bautismo civil” bajo el pretexto de un supuesto ateísmo; ya vemos aparecer la patita de los “progres” en toda esta ceremonia del consumismo desaforado.
Algo parecido viene ocurriendo con actividades que antes aparecían como minoritarias o marginales pero que, por obra y gracia del capital y sus voceros, han acabado por convertirse en una “necesidad social”. Es lo que viene ocurriendo con el llamado “culto al cuerpo’’, en realidad una manifestación extrema del individualismo que nos corroe y que se ha extendido mucho más allá de los tradicionales cosméticos o la simple búsqueda de una mejor salud física.
Gimnasios y peluquerías estratosféricos, spas, talleres de tatuaje y piercings, etc. de ser establecimientos “de barrio” más o menos familiares, han pasado a ser verdaderas industrias que venden la transformación artificial, y a veces peligrosa, de nuestros cuerpos; franquicias y grandes cadenas van desplazando a los pequeños negocios tradicionales; la industria química hace su agosto jugando con la salud de los jóvenes (anabolizantes, rejuvenecedores, adelgazamiento …). Es lo guay que sale en la tele.
En general el esquema es sencillo y hace tiempo que se inventó. Existe un problema, preocupación o una necesidad de tipo individual o grupal, algunos de ellos verdaderamente serios; si hay cancha para el negocio, por medio de la propaganda se transforma en un problema, una preocupación o una necesidad “sociales” y se invierte no para solucionarlos sino para ampliarlos y cronificarlos y, a partir a ahí, ¡a ganar dinero!
Repetimos que esto no es nuevo, lo que ocurre es que ahora se produce a una escala nunca vista y en asuntos que hasta ahora habían permanecido al margen de la vorágine consumista y, algo también muy reseñable, está siendo ayudado a extenderlo y justificarlo por un sector de la llamada “clase media”, o sea de la pequeña burguesía, ansiosa de “nuevas experiencias” y con dinero para pagarlas, claro.
“Comer sano”, alimentación “alternativa”, algunas formas de vegetarianismo, consumir productos “ecológicos”, se han convertido en consignas que hacen furor en esa “clase media” y que encuentran entre sus proveedores a grandes compañías de alimentación y distribución que les hacen pagar a precio de oro sus “necesidades”.
Algunas de estas compañías están explotando a los pequeños agricultores o tienen ramificaciones en fábricas de fertilizantes o en cultivos de productos trasgénicos. No le hacen ascos a nada. Ni siquiera dudan en jugar con la salud de nuestros niños. Según los anuncios de la tele, las series televisivas y los sesudos tertulianos nunca ha habido en la historia de la humanidad tantos “trastornos infantiles”; intolerancias alimenticias, alergias de todo tipo, hiperactividad, trastornos de la personalidad, depresiones, y convierten a nuestros niños y niñas en blanco de todo tipo de “remedios” que, por supuesto se venden ya envasados y a precio de oro.
Casi nunca se habla de la relación de estos trastornos (que haberlos, haylos) con el tipo de alimentación que reciben desde su nacimiento ni de sus causas sociales o quedan en la nebulosa genética, abriendo la sospecha de cuánto hay de problemas reales (repito: haberlos, haylos) y cuánto de inducido por la publicidad. Mientras, las familias gastan y gastan para mayor gloria de las industrias farmacéuticas y de productos alimenticios “especiales”.
Pero si algún mercado se está destacando en los últimos decenios es el que gira alrededor de la mujer, fenómeno que está muy relacionado con la nueva ola feminista a la que el capital está sabiendo sacar mucho partido. En este terreno llueve sobre mojado porque desde mediados del siglo pasado la mujer era un blanco preferente para la publicidad y la venta de productos “específicos”, aunque siempre era manteniéndola en un lugar subordinado al hombre (electrodomésticos y cosmética); lo novedoso es que esto mismo se hace ahora bajo la consigna de una supuesta “defensa de los derechos de la mujer”, y que el movimiento feminista les ha puesto su alfombra roja.
Es así como se ha ido tejiendo toda una red de nuevos negocios en beneficio de “lo femenino” (sea esto lo que sea) que abarca desde moda, gimnasios, líneas de transporte, bebidas, mascotas, viajes, etc. todo muy “rosa” (aclaración: “línea rosa” es el nombre que le dan los negociantes). Se llega al absurdo de productos de higiene o cosméticos de igual composición que los de los hombres pero que le ponen una etiqueta “rosa” y le suben el precio.
Llegados a este punto, cabe preguntarse si todo esto tiene algo que ver con la opresión y la liberación de la mujer trabajadora, si se concibe como una forma de liberarse del “patriarcado” tener consumo “propio” o en realidad es una manera de dar cancha a los capitalistas que sacan rendimiento de esa opresión y de seguir consumiendo aún más, lo cual no hace más de reforzar el propio sistema capitalista y, por ende, al propio “patriarcado”. ¿Hasta qué punto la enorme publicidad y popularidad que se le ha dado al movimiento feminista no ha estado motivada por el nuevo mercado que supone?
En esto de crear estructuras de mercado para sacar rendimiento de nuestros problemas tenemos una derivación extrema en algo que ha estado de rabiosa actualidad por obra de la esperpéntica “maternidad” de una asidua de la prensa rosa. En realidad lo que se ha revelado es que existe todo un entramado de negocios a escala internacional montado alrededor de una supuesta necesidad de la mujer de “ser madres” y que abarca a las adopciones internacionales, los vientres de alquiler, como el caso que nos ocupa, y las clínicas privadas de fecundación en sus diversas modalidades.
El problema real del bajo índice de natalidad por la incompatibilidad de ser madres y seguir trabajando queda oculto por el espectáculo de aquellas mujeres que sí tienen dinero para “ser madres”.
Naturalmente que hay que ser muy ciego para no ver estas desviaciones aberrantes y en beneficio del capitalismo, de la lucha por la “liberación, independencia e igualdad” de la mujer, y no son pocas las polémicas que está suscitando entre el propio feminismo. Una derivación de esta polémica en relación con lo “trasgénero”, la Ley de Autodeterminación de Género y el feminismo viene reflejándose en las páginas de “El Otro País”.
Sin ánimo de entrar en detalle y en la propia polémica, la realidad incuestionable es que el propio movimiento LGTBI+, su aparición, auge y manifestaciones públicas y publicitadas y sus logros de tipo legislativo son inseparables de su mercantilización y los ingentes capitales que se mueven alrededor y detrás de él y los enormes beneficios que deja a las industrias de la moda, sanidad privada, farmacéuticas, etc.
Volvemos al principio: el sistema capitalista no está para resolver los problemas de la gente sino para ganar dinero con ellos; y la presencia dentro de su sistema de colectivos “con problemas”, minoritarios o con sus peculiaridades, así como las reformas que se hagan para supuestamente beneficiarles sólo son aceptadas en función de las ganancias que pueda reportar. Un claro ejemplo lo tenemos si analizamos lo que se presenta como una gran victoria del reformismo ecologista: el reciclaje. Veamos qué es lo que hay detrás de lo que ya se ha convertido en una muestra de “buena ciudadanía”.
Por lo pronto, se ha creado una conciencia de culpabilidad genérica, es decir, todos somos los culpables, por el cambio climático, que supone exculpar a los verdaderos responsables de la aceleración del calentamiento global, los rapaces capitalistas de todos los sectores (industriales, energéticos, turismo, transporte, de extracción, etc.). ¿Y qué pueden hacer todos esos “culpables”, o sea los ciudadanos de a pie, para frenarlo? Pues reciclar. ¿Y qué hacer con lo reciclado?
No preocuparse: se han montado unas naves industriales, es decir, unos negocios privados, adonde llevar los residuos, negocios que, de entrada, cuentan con sustanciosas subvenciones estatales y supranacionales “para acabar con el cambio climático”; y para rentabilizarlos aún más cuentan con poco personal ya que toda la labor de selección de residuos la van a hacer los propios ciudadanos “culpables”.
Y así, a lo tonto a lo tonto, nos han convertido a todos en verdaderos obreros del reciclaje, con el agravante de que trabajamos gratis para, no olvidarlo, lo que son industrias privadas: ¡Y ay de aquel que no ponga cada residuo en su color correspondiente! Total, para que, salvo en algunas industrias ya consolidadas como el vidrio o el metal, los residuos a reciclar se vayan amontonando y amontonando y un día, ¡oh, fatalidad! Salgan ardiendo.
¿Alguien lleva la cuenta de las “industrias del reciclaje” que arden al cabo del año y del C02 que emiten estos incendios en relación a lo ahorrado por el reciclaje de los ciudadanos? Y, por supuesto, estas industrias “quemadas” cobran sustanciosas primas del seguro, además de las subvenciones. Negocio redondo.
Visto lo visto, tiene que resultar frustrante para personas, muchas de ellas bienintencionadas, “de izquierdas” y hasta anticapitalistas, que han hecho “la causa de su vida” el luchar por mejorar las condiciones de vida de la gente y ver que, al final, su lucha está beneficiando a los causantes de tantos problemas y, a la postre, reforzando el sistema capitalista, quitándole algunas “aristas” o abriéndole nuevos “nichos de negocio”.
Pero es lo que tienen esos “ismos”,cargados de reformismo y carentes de toda ambición revolucionaria, que se lanzan a revindicar y movilizar prescindiendo del contexto social en que viven, es decir, del sistema capitalista, con lo que, a la postre, lo que hacen es poner una alfombra roja al propio capitalismo. Todo lo que no ponga en cuestión el sistema capitalista y busque su destrucción acaba reforzándolo… Luego, que no se quejen.
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