Las últimas elecciones al Parlamento europeo han generado un aluvión de alarmas ante lo que se considera el auge de la extrema derecha en el viejo continente. Los temores, reproducidos en procesos electorales estatales como las recientes legislativas en Francia, se caracterizan, salvo honrosas excepciones, por una notable ausencia de análisis que sirve de antesala a una fórmula o recomendación a unir filas entre los supuestos demócratas frente al posible regreso del fascismo.
Es evidente que el fenómeno es preocupante, pero no tanto en los términos en los que a menudo se aborda, como si se tratara de un malvado virus que no se sabe bien como ha surgido o, mejor dicho, se ha expandido, como en cuanto a lo que supone de síntoma de una crisis sistémica muy profunda en general a nivel planetario y, centrando el foco en estas tierras, en la realidad de una Europa fallida como proyecto político y económico.
La apelación constante a la unidad enmascara la voluntad de las opciones políticas autodenominadas democráticas y responsables de apuntalar el Chiringuito (con mayúsculas) y los chiringuitos (con minúsculas) de las aparentemente diversas organizaciones responsables que se han repartido la gestión del poder en Europa Occidental.
Es, como apunta el marxista estadounidense Greg Godels, la “trampa de la propuesta antifascista del sistema”, una parte del establishment estaría apuntalando las mismas políticas que generan los fenómenos denominados de ultraderecha (trumpismo, volsonarismo, lepenismo…).
Para señalar con claridad la idea, las organizaciones “de orden” comparten un consenso básico sobre el sacrosanto modo de producción capitalista, la permanencia de la UE al imperialismo que encabeza EEUU a través de la OTAN y la configuración de la UE como un marco dominado por los mercados, que es un eufemismo para evitar decir los mercaderes. Parece que la alusión a los mercados tiene una connotación pseudorreligiosa, como si éstos fueran una divinidad frente a la cual no vale ninguna resistencia.
En la Europa de la UE, nos encontramos con un alineamiento vergonzante con los intereses del Imperialismo, encabezado (¡Como no!), por los Estados Unidos, que lleva inexorablemente a la quiebra del proyecto declarado de la UE de crear un bloque alternativo a la hegemonía económica yankee. El ejemplo paradigmático es el apoyo al régimen golpista de Ucrania. La UE está perdiendo con tal posicionamiento, desde su propia dinámica empresarial, millones y millones de euros en un enfrentamiento en el cual papá USA está obteniendo pingües beneficios, vendiendo gas a pecio de oro a Europa central.
Hemos de recordar ahora que hace varias décadas que las organizaciones que otrora impugnaban el propio sistema, los PCs tradicionales, se pasaron con armas y bagajes a la defensa del capitalismo, pensando que el keynesianismo iba a durar eternamente. Se puede debatir si son ingenuos, directamente estúpidos o, en una expresión más grosera; vendidos.
Lo cierto es que el reformismo, es sus expresiones clásicas o postmodernas, se ha refugiado en cuestiones supraestructurales (identidad de género, sensibilidades…) para hurtar el debate fundamental que es si el propio capitalismo es capaz de dar salida a los problemas que tiene la clase trabajadora y el pueblo.
Para analizar el auge de las opciones de extrema derecha, hemos de detenernos en la orfandad de los sectores populares, y en particular (aunque no solo) de la juventud, las gentes de origen migrante, etc. que configuran un horizonte de precariedad, exclusión, falta de posibilidades de conseguir una vivienda, un trabajo decente, educación deficiente, sanidad pauperizada.
No nos podemos sorprender cuando constatamos, aunque de ello no se habla en los grandes medios de comunicación, que, en la periferia de los núcleos urbanos de Europa, la abstención ante todos los procesos electorales sea inmensa.
Ante esta realidad de falta de alternativas sólidas desde el punto de vista de la defensa de la clase trabajadora, no nos puede sorprender que, para sectores autóctonos excluido de la dinámica del sistema, opciones que plantean viejas recetas simplistas adquieran un especial predicamento, la apelación al migrante como fuente de todos los males es un banderín de enganche (falsa solución), frente a un problema complejo que los cómplices del régimen no quieren abordar.
En vez de discutir (no parece interesar), si la emigración es un producto de la explotación y el neocolonialismo, los adalides del antifascismo de salón, plantean el problema desde un punto meramente humanitario y asistencial; hay que acoger migrantes, aunque enmascaran que para ellos es necesaria su mano de obra barata para cubrir necesidades del propio sistema.
Me temo que, como en otros periodos históricos, la solución para intentar desactivar las apelaciones racistas y xenófobas de las opciones más abiertamente ultraderechistas será acoger parte de su programa, la eufemísticamente llamada “regulación de los flujos migratorios”. En el Estado español sabemos algo de eso, recordando los sucesos de la valla de Melilla.
A este respecto, me aventuro a pensar que, en breve, los gobiernos “de orden” de la UE acogerán parte de las propuestas de la llamada ultraderecha para supuestamente desactivar a dichas opciones (no hay que votar a la extrema derecha, ya lo hacemos nosotras).
Por otro lado, la propia quiebra del proyecto de la UE es terreno abonado para todo tipo de opciones chovinistas (¡mi país primero!), de nuevo ante la ausencia de una opción que nítidamente defienda los intereses de la clase trabajadora, que es la misma de Hungría a Cádiz.
Se atribuye a Dimitrov la definición de fascismo como “la dictadura terrorista directa del capital financiero”. Hemos de reflexionar sobre el concepto “dictadura”, para dilucidar si los mecanismos vigentes de legitimación del poder son o no democráticos, también, aunque esto pueda parecer más polémico, sobre el concepto “terrorista”; despidos masivos, desahucios que provocan suicidios, encarcelamiento de sindicalistas… y reflexionar sobre si acaso nos encontramos ante un terrorismo “de baja intensidad”, pero no por ello menos canalla, o hemos de resignarnos a que nuestra vida esté en sus manos. Del mismo modo, el poder del capital financiero creo que no lo cuestiona nadie con dos dedos de frente.
Tal vez el matiz sea el concepto “directa”, referida a la dictadura del capital; a este respecto, todos los mecanismos de control de la población, de manipulación y censura informativa (no se puede dar una visión alternativa respecto al conflicto de Ucrania, por ejemplo, o a la pandemia del COVID 19) nos inducen a pensar que, ante un capitalismo agonizante, la diferencia entre esta democracia y el fascismo es cada vez más tenue.
La Haine