Yo soy Fidel. Mi padre es Fidel. Mi abuelo es y será siempre el invicto y eterno Fidel. Mi nombre es Fidel, y mi vida se llama Fidel. Mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos, se llaman también Fidel.
No puedo ni debo decir que converso con él, como en todas aquellas ocasiones que guardo en mi mente, en mi memoria; pero si puedo, debo y quiero decir que necesito hablarle, y lo hago a menudo.
No puedo, ni debo ni quiero decir que Fidel no está físicamente. Puede no estar presente el calor de Fidel. Pero si está presente la energía de Fidel, el trabajo de Fidel, el impulso de Fidel, la fuerza de Fidel (más fuerte que las fuerzas nucleares), la dinámica de Fidel, la onda de Fidel, la luz de Fidel ( la más bella e intensa ), el movimiento de Fidel, el magnetismo de Fidel, el tiempo de Fidel, la obra y la conciencia de Fidel están muy presente y perdurarán. Y la energía, el trabajo, el impulso, la fuerza, la luz, el movimiento (también interpretado como cambio, siendo el más integral en el movimiento social Fidelista), todo ello es Física, por tanto Fidel está presente físicamente.
El ADN de Fidel está presente en millones de revolucionarios, dentro y fuera de Cuba, en nuestra América, en el mundo, así que Fidel está presente biológicamente. La química de Fidel une a millones, incluso a quienes no piensan como él, pero lo respetan, lo admiran y lo quieren, así que Fidel está presente químicamente. La ciencia toda, nos brinda la tan añorada y querida presencia de Fidel entre nosotros.
No puedo ni debo decir que fueron pocas todas aquellas ocasiones que tuve a mi abuelo para mí, su ternura, sus muestras de cariño, su voz, su calor, su altura y su fuerza, su abrigo intelectual y moral, su estatura impresionante, su imagen conmovedora, su carisma cautivador, sus palabras de aliento, sus valiosos consejos. Aunque lógicamente siempre quise más. Me consuela que siempre me esforcé y luché por aumentar el tiempo con Fidel, que me podía haber tocado, por cuidarlo, por atenderlo, por ayudarlo, por acompañarlo, por compartir peligros y desvelos, por brindarle momentos felices. Tuve el inmenso privilegio de que una parte considerada de mi vida transcurrió muy cerca de Fidel, y por ello puedo, debo, y quiero hablar en nombre de los cercanos a Fidel.
No puedo, ni debo ni quiero decir tampoco que fueron muchas las miles de horas con Fidel, como joven cautivado por sus ideas y su historia, por su pensamiento y acción, por sus hazañas y proezas, como uno más entre millones. Vendrán muchísimas más horas de Fidel, con Fidel y para Fidel y nunca serán suficientes. Por ello me considero moralmente identificado con los que amaron desde lejos. Puedo, debo y quiero hablar también, en nombre de ellos.
Todo el tiempo con Fidel, todos esos segundos, minutos, esas horas, toda esa unidad de tiempo que no encuentro capaz de describir el tiempo relativo y absoluto junto a a él, todo ese espacio vivido junto a él, todo ese espacio vivido en común, los años que colaboré con los compañeros que lo cuidaban, alguna que otra vez que le provoqué carcajadas, incluso aquellas que lo hice molestar.
La vez que se atoró, y asustado le golpeé la espalda con error de cálculo en la fuerza. Al día siguiente, durante las entrevistas para el libro » Cien Horas con Fidel » y en la escuela donde estudió la primaria en Santiago, le cuenta Fidel a Ramonet, de sus peleas y a mala hora el periodista le pregunta que significaba un » pescozón por la cabeza «, interpretada por mi cariñosa represalia y enseñanza de que uno no se puede quedar dado.
De cuando estuve grave cuando niño y el me visitaba a diario, de cuando jugamos ajedrez, de cuando me mostró el histórico fusil que llevo en la Sierra Maestra, el verlo pensativo, verlo recordar, verlo contento por nada, o verlo serio resolviendo lo mucho o lo poco, verlo dormir, verlo caminar de aquí a allá, verlo siempre seguro y optimista, siempre combatiendo, pensando, conversando y trabajando.
Disfrutar de la cotidianidad de sus gestos; de su voz de cerca, de lejos, por teléfono, por radio, por televisión; escucharlo en sueño y despierto, descifrar su susurro conspirativo; apreciar y disfrutar con su cultura del detalle; ayudarlo en lo posible e imposible, en lo fácil y en lo difícil; alcanzarle un vaso de agua, un bolígrafo; un discurso; seguirlo en sus ideas, proyectos y experimentos; acompañarlos por tierra, mar y aire, con calor o lluvia; con nieve o en medio de un huracán; sentarme a su lado en un carro, o un avión, o en una mesa, o tantas horas detrás de él en un teatro; camina atrás, al lado o delante guiándole los pasos. Ponerle las medias, leerle, sufrir más yo cuando lo veía a el sufrir dolor, alegrarme más yo con su sonrisa, servirle una copa de vino ( y de paso servirme un poco yo del suyo, asegurándome previamente de que estuviera de un excelente humor.
(Fidel Antonio Castro Smirnov / Del muro de Mariela Olite)